—¿Alguna vez me has amado?—preguntó
clavando su mirada en mí. Sentí que mi cuerpo temblaba de ira por
la dichosa pregunta. Aquello no tenía sentido.
Estábamos discutiendo de nuevo, como
en los viejos tiempos. Él volvía a creer que no le amaba. Era
impensable. Había amado a Louis desde mucho antes de tenerlo entre
mis brazos en aquel muelle. Su mirada torva, en busca de la mismísima
muerte, me había hecho abrazarlo con una fuerza sobrehumana. Jamás
me resistí al amor que sentía por él. Era un deseo insaciable, un
capricho imposible de abandonar, y si lo creé fue porque sabía que
moriría si no lo hacía de inmediato. Me presenté ante él como un
diablo, que es lo que soy sin duda alguna, y le tenté con mi mejor
sonrisa.
Me pertenece. Su vida me pertenece. Su
amor me pertenece. No me importa cuan mezquino pueda escucharse mi
discurso. Sé que su alma es libre, pero no sus sentimientos ni su
destino. Está vinculado a mí, a mis pasos y las terribles
consecuencias de estos. Del mismo modo que yo le pertenezco, pero él
todavía no lo sabe. Parece ajeno a lo que estamos viviendo.
—Louis...—dije apretando los puños
y los dientes. No quería discutir. Me negaba a empezar una discusión
que habíamos zanjado hacía tanto tiempo. Estaba sintiéndome
agotado y hundido por sus innecesarias preguntas.
—¡Contéstame!—exclamó.
—¡Siempre te he amado, Louis! ¡Jamás
he dejado de hacerlo! ¡Pero te empeñas en creer que soy un
desgraciado que te arranca todo lo bueno que has tenido! ¡Toda tu
bondad! ¡Yo no cambié nada de ti! ¡Tú tienes tus virtudes y tus
fallos! ¡No me culpes de tus decisiones, pues te di la oportunidad
que no me concedieron! ¡No te das cuenta del daño que me haces
cuando preguntas cosas así!—las lágrimas corrían libres por mi
rostro, ensuciándolo y manchando el cuello de encaje de mi camisa.
Los pequeños pasos de Claudia sonaron
por el vestidor, para luego aparecer en el salón aferrada a una
muñeca nueva. Yo no se la había regalado. Ella la asía con
delicadeza. Llevábamos años educándola, manteniéndola entre
nosotros, y desde que ella había llegado las discusiones habían
mermado convirtiéndose tan sólo en pequeñas riñas por su
educación y por su atención. Ambos queríamos ser el favorito de la
pequeña, que fuese nuestro orgullo y tomase ejemplo de nuestra forma
de vida. Habían pasado casi seis años, pero parecía que tan sólo
hacían unos días que ella nos había unió para siempre.
—Mira, Louis—dijo alzando su
muñeca—. Tiene el pelo negro como tú, pero los ojos azules de
Lestat—la movió con cierta delicadeza.
No dije nada. Tan sólo salí de la
habitación dejándolos a solas. Me sentía abochornado por esas
dudas. Era algo que no soportaba.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario