Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 29 de septiembre de 2015

Ave María... llena eres de gracia...

Bueno, no soy el único que ronda a "eclesiásticos". ¿Eso debo tomarlo como un apoyo a mi moralidad? No lo sé. Rhosh secuestró a un monje y lo hizo su amante eterno, él luego fue secuestrado por Magnus para robarle la sangre y éste me la dio a mí. Rhosh tiene cierto parecido a mí físicamente hablando, así que supongo que su buen amigo, aunque traicionero, Magnus buscaba un adonis en el cual reflejar los rasgos que más le gustaban de Rhosh y deseaba codiciar. ¡En fin! Aquí va algo de Rhosh y Benedict.

Lestat de Lioncourt

—Benedict—dije entrando en la estancia.

Él estaba allí. Leía con fanatismo absoluto sobre Dios. Escribía una larga parrafada sobre sus creencias. Rezaba porque yo no le tentara todavía más. Se sentía sucio, lleno de pecado, e intentaba controlar sus impulsos naturales. Su belleza era incuestionable, pero detestaba ese aspecto de monje iluminado y pobre.

No se giró. Prefirió ignorarme. Mis pasos por la pequeña habitación era similares a los de una bestia encerrada entre gruesos barrotes. El crucifijo sobre la pared parecía querer caerse sobre mí, en un impulso innecesario y patético de ahuyentar al maligno. Para él, joven y frágil, yo era un demonio que le tentaba demasiado. Posiblemente mis palabras no eran más que las frases idóneas que Lucifer ponía en mi lengua.

Me aproximé a él, colocando mis manos sobre sus estrechos hombros. Su ropa áspera y gruesa, para soportar el terrible infierno helado que se precipitaba por las montañas, la sentí como si tocara el mismísimo paraíso. Pude notar bajo aquella tela su esbelta e insinuante figura. Besé su mejilla derecha, deslizando mi boca por su cuello y dejando mis manos sobre sus muñecas. No quería que me apartara. Pronto escuché un jadeo y una plegaria a Dios, pues deseaba que apartara el cáliz de la tentación.

—Ven conmigo—murmuré apoyándome en el banco en el cual estaba sentado, tan frágil pero robusto, mientras lo estrechaba por debajo de sus brazos. Había soltado sus muñecas y sus manos se vieron libres para tocar el rosario que colgaba de su cintura. Lloró en silencio mientras sus labios seguían un rosario en latín. La virgen no lo escucharía, pero yo podía leer su mente—. Nadie te salvará, pues no hay nadie que te salve. Soy más viejo que tu religión, Benedict—dije antes que rompiese a llorar.

Entonces, como un canalla, lo despojé de sus prendas a jirones. Arrojé su cuerpo al suelo y besé sus pezones cafés. Él ya no se retorcía para librarse de mí, como hizo la noche anterior, sino que rezaba implorando la intervención del altísimo. Sus piernas, casi sin vello y de tacto suave, quedaron abiertas y entre ellas me colé. Mi miembro, con el cual no sentía nada, estaba erecto y decidí darle uso.

Él no tardó en gemir, aunque primero se mordió el labio inferior hasta provocarse una terrible herida. Gimió suave, como si no quisiera escucharse, para luego jadear como cualquier fulana de taberna y acabar murmurando mi nombre. Ya no había rezos. No había salmos. No existían ángeles benditos. Sólo estaba el infierno donde yo lo guarecía entre indecentes caricias, mordiscos bruscos y terribles embestidas.

—Tu Dios pide que ames, Benedict, y no hay forma de amar más pura que ésta—declaré.

Él lloraba, pero a la vez gozaba aferrándose a mi túnica gruesa y oscura. Hasta ese momento tuve mi rostro oculto por la capucha, la cual él echó hacia atrás. No dudó en acariciar mi cabello, enredando sus finos y suaves manos entre las hebras de éste, y en dejarse amar por mi mirada azul, tan apasionada como la de muchos santos, que derrochaba amor y delirios hacia él.

Eyaculó manchando mis prendas, igual que su vientre cerca de su ombligo. No dudé en lamer la base de su sexo, morder ligeramente uno de sus testículos y deslizar mi lengua por el glande. Él tembló como una hoja en una rama que estaba por ceder al viento.

Su alma fue mía esa noche. Logré que saliera del monasterio junto a mí y quedó bajo mi protección hasta que su cabello creció. Siempre ha tenido el aspecto de un santo, de un ángel, y yo lo he conservado, a veces a duras penas, a mi lado. Benedict es mi delirio, mi amor, mi gran compañero y el único creado que he amado de ésta forma.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt