Lestat de Lioncourt
No cambias. Pase el tiempo que pase,
jamás lo harás. Te mantendrás como un dios soberbio, con los ojos
fríos llenos de belleza y sonreirás como si lo supieras todo,
aunque eres un pobre diablo como el resto. Serás el hombre perfecto,
pero en realidad sólo eres emperador de tus malas palabras. Has
fracasado miles de veces, aunque cubres bien tus tropiezos. Yo, sin
embargo, sigo siendo el niño interesado por todo y por nada. Me he
convertido en una especie de excéntrico que se conmueve con nuevas
experiencias, por nefastas que puedan llegar a ser, mientras tú te
mueves en tu mundo lleno de arte y prepotencia.
Desearía pintar en tus labios palabras
dulces, amables y apasionadas sobre mi persona. Amaría volver a
vestirme con mis viejas alas negras y alzar mi rostro aniñado con la
chispa de la inocencia perdida. Porque he perdido y lo seguiré
estando. Jamás encontraré la luz, pues mi mundo es oscuro. El tuyo
carece de sombras, pues éstas vinieron conmigo.
¿Qué ha sido de nosotros? Somos un
viejo borrón en la historia. Nos hemos convertido en dos
desconocidos. La dureza de tu carácter es distinto a tu corazón
sensible y apasionado, pero ya estoy cansado de intentar acercarme a
ti. Me rechazas y yo me he convertido en una estatua de mármol
quebradizo. No depositaré más sueños en ti.
Maestro... lo fuiste todo para mí y yo
hubiese hecho cualquier cosa por ti.
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