Lestat de Lioncourt
La luz era tenue en el estudio. La
música llevaba sonando varios minutos. Sybelle y Antoine habían
decidido tocar para Allessandra, la cual había llegado más que
puntual. Estaba sentada con un aspecto impoluto y exuberante. Llevaba
el cabello blanco, recogido en un hermoso moño con un lazo azul pavo
real, el cual rozaba su escueto escote de aquel traje de noche del
mismo tono que la tela de su recogido. Sybelle vestía de blanco una
vez más, con una tela vaporosa y delicada. Antoine llevaba una
chaqueta roja, muy similar a la de Lestat, con las solapas negras y
unos pantalones negros ajustados de tela vaquera. Los tres
disfrutaban de su mutua compañía.
En un rincón del estudio Daniel
anotaba. Estaba tomando apuntes de todo lo que ocurría. Cada gesto
le parecía más fascinante que el anterior. Estaban los tres algo
alejados, pero parecían comunicarse con sólo algunos gestos y sin
necesidad de palabras. Benjamín, sentado ya en su lugar, amontonaba
algunos documentos mientras David, que se hallaba en el otro extremo
de la mesa, observaba al joven vampiro con gran interés. Los tres
vestían de negro, pero Daniel con un peto y una camiseta sin mangas.
Tanto el encantador beduino como el viejo director de Talamasca
vestían trajes de Armani.
La radio estaba conectada, así que
Benjamín sólo tuvo que encender su micrófono y hablar como solía
hacer todas las noches. Si bien, era noche especial. Era la noche de
las entrevistas. La Voz de la Tribu comenzaba.
—Una noche más estamos con todos
ustedes—dijo con una ligera sonrisa producto de cierta
satisfacción—. Hoy estoy de enhorabuena, pues podemos hablar con
una vieja compañera de Armand. Ella es Allessandra. Si bien, no hablaremos de su relación
con éste, sino de lo que ella realmente siente—. Buenas noches,
Alessandra—se giró hacia ella y la miró a los ojos. Por unos
instantes se sintió paralizado, e incluso se sonrojó, para luego
soltar una pequeña risilla—. Es un placer retenerla unos minutos
con nosotros.
—Buenas noches joven
Benjamín—respondió Alessandra. Su voz era madura, pero dulce.
—Realmente estamos complacidos al
tenerla aquí, junto a nosotros—indicó David.
—Gracias, señor Talbot—dijo
apoyando su mano izquierda sobre la de éste.
—Usted era una mujer que nació
rodeada de poder, pero decidió introducirse en La Sangre—dijo
David—. ¿Por qué?
Ella apartó la mano, pero lo hizo
sonriéndole. Esa pregunta no la había escuchado en mucho tiempo.
Hacía demasiado que no había dado explicaciones sobre sus motivos,
su gran deseo de ser inmortal, porque muchos daban por hecho que eran
los mismos que los suyos. No. No era por ambición. Tampoco era por
deseos de venganza. Ni siquiera lo había hecho por amor. Ella lo
hizo porque no quería morir y deseaba conocer. Eran unos motivos muy
similares a los que tenía Gabrielle.
—Todos tenemos miedo a la muerte y
ese fue el principal motivo—explicó sin sobresaltarse, sin borrar
su sonrisa y sobre todo con un tono de voz muy cercano.
—¿Hubo otros?—intervino Benjamín
que había quedado en un segundo plano.
La música entonces ascendió en una
borágine de notas apasionadas, para luego ser dulces y sumisas.
Parecía que la música bailaba alrededor de ellos indicándoles que
estaban allí, que Sybelle y Antoine estaban allí deseosos de
escuchar su historia.
—Quería conocer—dijo—. Todos
deseamos conocer qué ocurrirá en un futuro—. Hizo una breve
pausa, miró a todos los presentes y se acomodó la falda de su
vestido, para luego continuar—. Sólo se puede lograr eso siendo
inmortal, aunque muchos escritores o artistas dicen que ellos también
lo son porque sus obras pervivirán. Si bien, yo quería ver el
mundo—su rostro se volvió entonces serio, como si fuese una
máscara, para luego dulcificarse una vez más—. No quería ser
recordada como la hija de un rey.
—Ha sufrido un gran cambio físico,
pero también mental. ¿Le ha costado adaptarse a los nuevos
tiempos?—David siempre tan caballeroso, siempre deseando saber cómo
se hallaban los invitados y si se encontraban cómodos. Él siempre
pensaba en todo, pero Benjamín también lo hacía. Sin embargo, el
joven compañero de Armand disfrutaba demasiado de aquello, se dejaba
llevar como cualquier oyente.
—Pese a mi aparente muerte,
convertida en jirones de aquella que fui, estuve conectada con el
mundo—acomodó sus manos sobre su falda y luego rió. Su risa era
fresca—. ¡Me parece fascinante! Es fascinante y encantador, aunque
a veces siento la carga de la soledad.
—¿Por qué aceptó entrar en La
Secta de la Serpiente?—preguntó entonces Benjamín.
—Necesitaba creer en algo más allá
que vivir por vivir—explicó—. Creo que ese fue el principal
motivo.
—¿Por qué se tiró al fuego? Lestat
les dio otros motivos. Motivos distintos, pero motivos—dijo David.
Él disfrutaba de ella como nunca.
Había leído sobre su historia en los archivos. Conocía bien su
pasado como mortal, pero poco sobre su pasado como inmortal. Tan sólo
sabía que Lestat la llamaba la Reina Loca. Ella no estaba loca, sino
perdida. Estaba completamente perdida entre el deseo, el miedo, el
pánico, los sueños, la verdad, las creencias y las mentiras. Ahora
parecía ser libre de nuevo y poder sentirse ella misma.
—Ya no sabía en qué creer y sentí
que sólo era un obstáculo para el mundo—expresó con tono quedo.
—¿Y ahora? ¿Se siente obstáculo
para el mundo?—deseó conocer Benjamín.
—Creo que ahora puedo compartir mi
experiencia con los más jóvenes. Animo a todo aquel que me busque.
Estoy en París. No me he movido demasiado de los viejos lugares que
solía visitar.
Aquel mensaje era una curiosa
invitación. Realmente quería reunirse de jóvenes porque estos
conocían mejor el mundo. No era la primera ni sería la única.
Muchos vampiros milenarios lo habían hecho. Maharet lo hizo durante
algunas décadas.
—¿Le gusta la compañía?—preguntó
David.
—Me encanta. Siempre me ha
encantado—dijo ella.
—Es usted realmente
maravillosa—susurró David, aunque se pudo captar perfectamente por
el micrófono.— Comprendo la fascinación que tiene el Príncipe
por usted.
—Todos sois encantadores y soy yo la
fascinada—miró a Antoine y Sybelle, tocando con soltura y pasión,
para luego seguir hablando—. Sobre todo por esos dos jóvenes.
Hacen una pareja de músicos brillantes. Amo como tocan. Hacen que
todo el dolor se vaya.
—¿Aún siente dolor?—preguntó
David algo consternado.
—Tantas pérdidas, tanto daño,
tantas mentiras y verdades hacen daño a la larga. Sin embargo, me
alegra que Amel, como todo lo ocurrido, me hiciesen volver. Prefiero
sentir dolor a no sentir nada.
Sus últimas palabras, sobre el dolor
lo conmovieron. Hicieron que David comprendiera bien lo que ella
quería decir. Benjamín no pudo comprenderlo del todo, pues para él
el dolor significaba sufrir demasiado y él detestaba sufrir.
—Esa era nuestra última pregunta,
pero ¿desea decir algo a la audiencia?—dijo Benjamín. Tenía sus
hermosos ojos fijos en los de Alessanda y ésta estaba a punto de
abrazarlo, besarlo y decirle que era precioso. Sin embargo, se
abstuvo.
—Intenten aprender y comprender.
Escuchen más, amen más, deseen más y vivan más. No vale la pena
discutir con aquellos que no te importan ni te harán bien—aquellas
palabras no parecían salidas de ella, de la mujer que fue tachada de
loca. Sin embargo, lo eran.
—La semana próxima estará con
nosotros Notker. Él desea hacer un comunicado para todos los jóvenes
vampiros que sean músicos y artistas—comentó Benjamín—. No
olviden de sintonizarnos todos los días, pero sobre todo aquellos en
los cuales las entrevistas se hacen en el estudio.
Con aquellas últimas palabras la
música quedó como predominante, pero se podía escuchar las
carcajadas de Alessandra bailando con David, el cual la guiaba a la
perfección. También se pudo escuchar los aplausos de Benjamín y
cómo éste corrió hacia Sybelle para abrazarla por la cintura, sin
dejar que ella parase su concierto. Daniel siguió escribiendo, pero
también hacía algunos bosquejos. Marius le había enseñado como
realizar dibujos rápidos, aunque no era demasiado bueno.
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