Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 4 de septiembre de 2015

Help... I hope you can need me

David y Aaron eran grandes amigos. Reconozco que conocí a Aaron más por lo que David me contó, que por las escasas ocasiones en las cuales coincidimos. 

Lestat de Lioncourt


—Así que has perdido tu cuerpo—dijo desde el otro lado del teléfono.

Había decidido recurrir a mi más íntimo amigo. Lestat había logrado que perdiera mi valioso cuerpo, el cual era una llave segura para la inmortalidad de ese bastardo. Asumí la responsabilidad de ayudar al vampiro más rebelde, imprudente y testarudo de todos los tiempos. Era mi amigo. Si bien, hizo que perdiera lo más preciado. Sin mi cuerpo no podía volver a Talamasca. Sabía que me creerían los demás, que me ayudarían en todo, pero me sentía distinto y no podía soportar la idea de verme a mí mismo, sin ser un reflejo en el espejo, convertido en un ser sobrenatural gracias a un engaño. ¡Jamás!

—Sí. Raglan tiene el mío—comenté apretando el auricular del teléfono—. Ahora poseo otro bastante distinto.

Miré de reojo mi reflejo en el cristal de la cabina, algo sucio por el polvo del camino, y sentí un escalofrío. Ojos color miel, casi dorados, piel ligeramente tostada, cabello lacio con algunas ondulas y una juventud que podría fechar entorno a los treinta o treinta y cinco años. Mi complexión era distinta, mi aspecto era distinto, mi voz era distinta, pero no mis modales ni mis recuerdos.

—¿Y dónde dices que estás?—preguntó en tono amable.

—He quedado contigo en este pequeño hotel, a las afueras de Londres, porque creí que era necesario. No quiero que nadie sepa lo ocurrido. Al menos, no quiero que corra el pánico, igual que la pólvora, entre los nuestros.

Hice que llegara una postal a su despacho. Usé palabras claves para que ningún otro miembro pudiese descifrarlo. Además, era un salvoconducto. Él sabría que era yo nada más leer nuestro viejo abecedario para momentos de emergencia.

—¿Dónde estás?—insistió.

—¿Estás en la habitación que te dije?—respondí ligeramente nervioso.

—Sí—susurró.

—¿Puedes asomarte a la ventana? ¿Te alcanza el cable del teléfono?—dije girándome hacia la habitación número veinte. Había elegido esa porque el resto no estaba disponible. Deseaba que tuviese ventana hacia el exterior, mirando hacia la carretera mal asfaltada, porque coincidía con la pequeña cabina roja y ajada que allí se encontraba.

—Sí—afirmó otra vez.

—Estoy en la cabina.

Dicho aquello me armé de valor. Tomé aire y salí. Allí, bajo la luz tenue de un sol que ligeramente se ocultaba entre las oscuras y profundas nubes, aparecí. Vestía un traje barato, para nada habitual en mí, e intenté acomodarme nerviosamente el flequillo. De inmediato él abrió la ventana, y se inclinó con los ojos bien abiertos.

—¡Dios santo!—exclamó.


Aaron quedó impactado. Del mismo modo que yo había quedado la primera vez que me vi al espejo. Aquel grandullón de aspecto atlético y ligeros rasgos hindúes era yo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt