Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 20 de septiembre de 2015

No debiste

—No debiste hacerlo—decía de brazos cruzados, caminando tras mi destacada figura. Era algo más bajito, menos corpulento, con una cintura ligeramente marcada y tenía en esos momentos el aspecto de un perro arrepentido. Parecía uno de esos muchachos elegantes, pero perdidos en mitad de una ciudad extraña. Cualquiera hubiese visto en Louis al primo perfecto para robarle la cartera, el reloj y cualquier objeto valioso.

Llevaba tan sólo una simple camisa blanca, pero en él parecía distinta. Su chaleco verde oscuro era muy similar al tono de sus ojos, aunque éstos relampagueaban cuando pasaba bajo una alumbrada farola de imitación a las antiguas de gas. Tenía la boca carnosa y apretada. Refunfuñaba sin decir mucho, tan sólo mascullaba miles de ofensas que no se atrevía a lanzarme directamente.

—¿Quién lo dice? ¿Tú?—pregunté sin girarme mientras seguía con mis manos metidas en mi chaqueta de cuero.

Yo parecía uno de esos muchachos rebeldes, llenos de pájaros en la cabeza y mucho rock, aunque alguno diría que era simple ruido sin sentido. Al contrario que Louis, con su aspecto pulcro, yo tenía el cabello alborotado y algo encrespado. Mis tejanos estaban sucios en el borde de las costuras inferiores, pero esas botas brillaban en plena oscuridad. Las tachuelas, el cuero y los diversos complementos me hacían uno de esos afamados greñudos. Mi hora había acabado. El estrellato terminó demasiado rápido y como si mi estrella fuese de neón se apagó, dejándome a oscuras de nuevo. No muchos recordarían mi concierto, y aquellos que lo hicieran estarían demasiado asustados para comentar cualquier cosa.

—Tu amigo Marius, tu maestro de hace tanto tiempo, te rogó que no lo hicieras—dijo arrugando la nariz.

Marius... el mismo que me dijo que cumpliese unas normas que ni él supo mantener. Era irónico. Me pedía ser sensato un hombre con tanta ira acumulada, tanto resentimiento, tanta verdad dicha y no dicha. No iba a ser lo que él no pudo ser. Era como esos padres que quieren que sus hijos estudien la carrera de sus sueños, vivan la vida que ellos quisieron vivir y a través de ellos, como si fuese un milagro, ver lo que no pudieron lograr. Lo amaba, incluso lo admiraba con cierto fervor, pero yo no iba a ser su calcomanía. No.

—También me comparó con Alejandro Magno—comenté echándome a reír mientras negaba violentamente con la cabeza. ¡Ah! Esas sutiles ocurrencias de mi viejo y admirado maestro. El viejo Marius, el milenario, que en parte aplaudía mis locuras aunque no lo admitiera—. Marius dice muchas cosas, pero no todas tienen que ser necesariamente ciertas.

—Lestat...—chistó apretando el paso, para rebasarme y colgarse de mi brazo derecho.

—Dime, Louis—dije inclinándome hacia él.

—¿Te parece correcto entrar a éstas horas de la noche en una organización como esa a impacientar a sus miembros?—preguntó.

—¿Miembros? Sólo hice mi carta de presentación a su honorable director—respondí con una sonrisa canalla.

—Como sea, Lestat—musitó—. No creo que fuese oportuno y menos con la situación que hemos vivido.

Intentaba ser mi Pepito Grillo. ¡Pero ya era tarde! Pinocho había crecido y la Bella Durmiente despertó. El mundo ya conocía el caos y el caos tenía mi nombre, mi rostro y mi voz. ¿Qué iba a pasar? Sólo llamaría aún más la atención de esos hombres, nada más. Ya lo había hecho con aquel bombazo en clave de estruendoso, maravilloso y genuino rock. Tenían mi libro, el suyo, mis discos y posiblemente testigos. ¿Qué iba a empeorar yo? Nada.

—Que yo sepa, Louis, fui yo quien estuvo junto a Akasha estos días—le recordé—. Fue terrible ver a cientos morir, pero ellos querían matarme al fin de cuentas. Debo estar agradecido a la pobre reina que me salvara, aunque vi cosas terribles a su lado.

—¡Por eso mismo! Esto puede acabar mal, Lestat—aseguró.

—Pamplinas—dije apartándome de él.

Me molestaba que me agarrara tan fuerte, como si quisiera transmitirme sus inseguridades. Él podría llorar, patalear e incluso rogar a la Virgen María. ¡No iba a cambiar! Nadie pudo meterme en cintura, ni siquiera mi madre, como para que él lo intentara. Yo era incorregible y lo seguiría siendo. Aún a día de hoy lo soy. No hay dios que me cambie.

—¡No son pamplinas! Sabes bien que...—balbuceaba intentando encontrar las palabras idóneas para manipularme, provocando que le diese la razón y se contentase. No iba a ser sencillo. No siempre lo era. Más bien jamás era sencillo que yo me doblegara, y por eso mismo se frustraba y comenzaban las eternas peleas.

—¿Qué?—pregunté mirándolo a los ojos.

Allí estábamos, en mitad de Londres, clavándonos una daga peor que una estaca en el corazón. Nos observábamos. Él quería decir lo que sentía y lo hizo. ¡Santo Dios si lo hizo!

—Me preocupas...—susurró.

—A buenas horas te preocupo, Louis—dije encogiéndome de hombros.

—¡Siempre me has preocupado porque siempre me has importado!—gritó agarrándome de las solapas de la chaqueta.

—¡Milagro! ¡Al fin lo reconoces! Vamos, ésto hay que celebrarlo—contesté tomándolo de los hombros, cosa que provocó cierto destello de ira en sus ojos.

—Te burlas de mis sentimientos—dijo.

—No—le aseguré.

—¡Lo haces!

—Simplemente sé mejor que tú lo que sientes, o no sientes, porque te conozco íntimamente—empecé a decir agarrándolo por la cintura, pegándolo bien fuerte a mí, para luego elevarme por el cielo nocturno—. No necesito leer tu mente revuelta y llena de filosofía barata. Es innecesario. Sólo tengo que ver esos ojos esmeralda llenos de lágrimas que no quieren salir, las cuales no son tan fingidas como tu estirada forma de caminar y tus elegantes modales de caballero. Eres un monstruo, pero un monstruo atractivo que me quiere—acabé diciendo con una fabulosa sonrisa de las mías, de esas que te dicen que estoy confabulando en tu contra o más bien en contra suya.

Realmente lo conozco bien. Sé lo que siente y deja de sentir. Reconozco cuando sufre y cuando finge. Él nunca ha fingido su preocupación por mí, pero es un cobarde que queda a un lado porque no sabe actuar. Realmente le doy miedo. Provoco pavor en su vida ordenada. Soy el desastre en persona y él ama el autocontrol del cual carece. ¿Acaso hemos olvidado sus quemas y sus pataletas? Yo no, os lo puedo asegurar.

—¡Cállate!—gritó aferrándose fuertemente a mí, subiendo sus brazos a mi cuello y estrechándome con miedo. Tenía miedo a las alturas. Estaba sonrojado y hermoso. Juro que pocas veces lo he visto tan lleno de vida.

—Sonrojado incluso luces más adorable—susurré apoyando mi frente sobre la suya.

—Olvídame... —dijo cerrando los ojos.

—Ese es el problema, Louis. Jamás he podido olvidarte—dije, justo antes de robarle un beso para que así se callara de una buena vez.


No dijo nada más al respecto de Talamasca, David Talbot y mis malditas locuras. Se dedicó a disfrutar de mi compañía y de nuestro estrecho abrazo.


Lestat de Lioncourt  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt