Lestat de Lioncourt
Durante varias semanas había
acompañado a David Talbot allí donde él quisiera. Me había
reunido con seres terriblemente angustiosos. Muchos vampiros de ropas
raídas, rostro desfigurado por el fuego o el sol, se habían
aproximado a nosotros y tocado con sus manos, huesudas y horribles,
nuestros rostros. Pude escuchar el testimonio de vampiros que vieron
la muerte de frente convertida en reina ciega y despiadada, como las
brujas de los cuentos de hadas que aún oprime el pecho de muchos
niños. Pesadilla tras pesadilla. La terrible historia de nunca
acabar. Aquel concierto cambió la vida de mortales, vampiros y otras
criaturas.
También había tenido la oportunidad
de escuchar a espectros de todo tipo. No siempre tenía la
oportunidad de escuchar a los fantasmas y espíritus, pues muchas
veces eran esquivos. Si ellos no lo querían, o no requerían mi
ayuda, no aparecían. Sólo había visto un par hacía algunos años,
cuando aún era mortal, y les resté importancia porque pensé que
estaba demasiado ebrio. Ahora, por supuesto, me arrepiento. Me
hubiese gustado conversar con ellos, comprender su dolor y darle
alivio. Pero fue imposible.
Tras varias noches sin vernos, mientras
él ponía en orden algunos archivos que Gremt le había obsequiado,
tuve un nuevo encuentro. Él vino a mí. Apareció vestido de manera
impecable, con aquellos maravillosos ojos ambarinos y esa sonrisa
amable. Se aproximó a mí tomándome de los hombros y me miró con
cariño. Marius había decidido dejarme solo mientras revisaba
algunos documentos en mi ordenador personal, el cual había sido un
nuevo obsequio de Armand. No recordaba que fuese un vampiro tan
solicitado. Creo que muchos habían dado por perdida mi mente, pero
ahora que volvía a estar activo todos querían conversar, saber lo
que vi y mis viejos sueños. ¡Esos sueños! Él me había venido a
buscar por esos mismos sueños, lo supe en cuanto me estrechó y olí
su fragancia. ¿Por qué? Recordé que me había pedido que recordara
todo lo posible de aquellos días, que nos reuniríamos algún día
para hablar con calma sobre el tema.
—Quieres que te cuente mis
sueños—dije, dando un paso atrás, para sentarme en una silla
cercana. Con un leve gesto le indiqué que tomara asiento a mi lado,
cosa que hizo, mientras le miraba al rostro intentando memorizar cada
detalle. Aquello era un ejercicio terrible para mí, pero pensé que
debía ser importante si él así lo creía.
—Algunos me han narrado un sueño
similar. Eran dos mujeres caminando por el desierto y esas dos
mujeres eran Maharet y Mekare, ambas sufrían por lo que había
sucedido con sus espíritus y sus palabras. Fueron sometidas a un
terrible castigo y las convirtieron en vampiro justo antes de ser
arrojadas al mar en dos barcazas—explicó apoyándose en sus codos,
sobre sus muslos, mientras me miraba a los ojos—. ¿Viste algo más?
—A la reina. Podía ver a la reina
caminando elegante, aguardando con odio que se cumpliera la
sentencia, mientras Khayman gritaba. Él gritaba. Estaba siendo
torturado por haberse opuesto a la reina, pero logró huir desertando
de toda obligación con ella y Enkil, el cual sólo guardaba silencio
con la mirada perdida—respondí, di un largo suspiro y continué—.
Creo que Enkil jamás volvió a ser el mismo tras lo ocurrido con
Amel.
—¿Crees que perdió el
juicio?—preguntó.
—Igual que Lestat contó que Nicolas
no habló en días, ¿recuerdas? Creo que él también sufrió ese
destino, así como se dejó influir por el miedo, el caos y el odio.
Un odio descomunal, así como una ambición aún más poderosa. Se
despreciaban y se necesitaban, se querían y se querían anteponer el
uno al otro. Era un duelo de sentimientos y debilidades—comenté.
No sé porqué, pero me incorporé.
Necesitaba caminar por la habitación. Aquel sueño fue una pesadilla
innecesaria. Pude ver el dolor, sentir el sufrimiento y comprender
que era estar ciego o mudo. En algunos momentos era Maharet y en
otros Mekare. Fue terrible, absolutamente terrible.
—Háblame del concierto—dijo.
—El concierto—estaba de espaldas a
él cuando murmuré aquello. Una fecha, un lugar, unas circunstancias
especiales y la voz de Lestat aullando por los altavoces—. El
vampiro tiene capa y colmillos—susurré girándome suavemente hacia
él, como si hubiese medido los pasos y gestos—. Todos allí
querían acabar con él o venerarlo. No había término medio, salvo
los de algunos vampiros que bien conoces. Pude sentir a Mael, Khayman
y otros vampiros milenarios que luego han ido presentándose ante mí,
pero en aquel momento escuchar sus corazones me fascinaba y
preocupaba—me sobé las manos y las dejé unidas, como si rogara,
para luego seguir hablando—. Vi estallar a cientos en llamas antes
de verla a ella entre la humareda, la sangre derramada y las luces
del escenario. Los chillidos no tardaron en llegar—cerré los ojos
y lo reviví, dejando que las lágrimas mancharan mis mejillas.
En ese momento, cuando iba a seguir
hablando, noté los brazos firmes de David y sus labios sobre mis
mejillas. Olvidé por completo ese momento, volví a la realidad y lo
miré con atención. Me pareció hermoso, pero a la vez terrible. Era
mucho más fuerte que yo. Poseía la sangre de Lestat y había
seguido bebiendo de él mucho después de su creación. Un ser
terriblemente fuerte sin ser tan milenario como Marius. Me dejé
llevar un momento y lo besé. Dejé que sus labios fueran míos y mis
manos se pegaron a su torso agarrando sus solapas, tirando de él,
mientras mi lengua serpenteaba por su boca. Él no dudó en seguir
ese beso. La pasión se desató cuando sus dedos, ligeramente fríos,
se introdujeron bajo mi suéter fino y gris, para luego echar la
cabeza hacia atrás y aceptar que mordisquera, sin abrir herida
alguna, cerca de mi nuez.
—David...—jadeé con las manos
temblorosas.
Mis piernas temblaron y caí de
espaldas sobre la alfombra de flores, tan hermosas y vivas que
parecían reales, mientras él me quitaba el peto y el suéter. No
tenía calzado alguno, por eso fue rápido desnudarme. Él, por el
contrario, era difícil desnudar su marcada musculatura. Primero
salió su chaqueta, corbata y zapatos. Sin embargo, su camisa sólo
se quedó abierta al igual que sus pantalones.
—Tengo algo que me dio Fareed—susurró
cerca de mi oreja—. Es para mantener relaciones...
Hice que guardara silencio con un beso
tórrido. Él estiró su mano hacia la chaqueta, sacó un par de
inyecciones y me ofreció una. Mi lengua se deslizó por sus labios,
como si los dibujara con la punta de ésta, mientras aceptaba. Clavé
la jeringuilla en mi vientre plano, él lo hizo en su brazo derecho.
Pronto noté que mi cuerpo reaccionaba a cada caricia y roce de su
aliento. Mis piernas se abrieron rodeando sus caderas y su miembro
entró dentro de mí. Hacía años que no disfrutaba del sexo y
aquello fue como una revelación.
Mi cabeza cayó hacia atrás, mis uñas
se clavaron en sus brazos y mi boca se abrió dejando emitir un
poderoso jadeo. Él gruñía como un animal herido. Sus ojos estaban
fijos en mi rostro y eso me calentaba aún más. Podía escuchar sus
testículos golpeando con fuerza cerca de mi entrada y mis piernas
temblaban.
En ese momento no existía Marius, pero
creo que para él tampoco existía Jesse. Sólo existía el placer.
No había nada más. La tensión se estaba resolviendo con sexo
desesperado y violento. Me movía sobre la alfombra como si no pesara
nada. Sus manos estaban a ambos lados de mi cabeza, por encima de mis
hombros, y podía notar su sudor mezclándose con el mío mientras
nos rozábamos. Era erótico. Un apoteósis de placer que me
atravesaba con fuerza.
Los gemidos se incrementaban por ambas
partes. Cada gemido suyo era como un salmo que me acercaba a un
paraíso extraño. Mi lengua se paseaba por su cuello, notando la
aspereza de su piel, mientras él mordisqueba mi oreja.
—Quiero hacerte descubrir el paraíso
perdido—murmuró saliendo de mí, girándome como si no pesara nada
y penetrándome tras alzar mis caderas.
—¡David!—grité descontrolado.
Sus manos eran violentas, pues
comenzaron a golpear mis nalgas y arañar mis costados. Mis codos a
penas lograban apoyarse en la decorativa alfombra y mis uñas, largas
como las de cualquier vampiro, rasguñaban sus finos y coloridos
hilos. Tenía el cabello pegado a la frente por el sudor, mi espalda
arqueada y mis piernas bien abiertas. Él estaba sobre mí como una
bestia, igual que un lobo hambriento sobre un pobre cordero. Hundió
su rostro en el recodo izquierdo de mi cuello, mordió mi oreja y me
susurró que le transmitiera a su mente mis sueños más lascivos.
Volví a sonrojarme como nunca y oculté mi rostro entre mis brazos.
Dudé en hacerlo, porque mi mente no lograba concentrarse, pero al
final me abrí plenamente a él.
Como si fuera una puta le conté cuanto
había deseado ese encuentro, lo delicioso que era ser sometido por
un vampiro fuerte y atractivo, mientras narraba lo lascivo que era.
—Creí que la puta tenía rostro de
ángel, pero al final lo eres tú—dijo sacando el cinturón de su
pantalón, doblándolo y golpeando mi espalda.
Tras uno de esos azotes me derrumbé
sobre la alfombra, levantando más mis caderas y sintiendo como mi
miembro se derramaba. Él salió de mí, me tiró del pelo y me
arrastró hacia su vientre. Me quedé de rodillas, abrí la boca y
eyaculó en mi boca salpicando mi rostro. Acto seguido se recostó a
mi lado y me abrazó. Sus besos sobre mi cuello, hombros y torso
calmaron a duras penas mi conciencia.
—Debes irte—dije alejándome de él.
—Si lo crees correcto, eso
haré—respondió.
Mientras se vestía lo miré desde la
alfombra. Meditaba sobre lo ocurrido. Mi cabeza daba vueltas y él
parecía tranquilo.
—No quiero verte hasta pasadas unas
semanas—susurré—. Te enviaré una redacción sobre los sueños y
todo lo que recuerde.
Él tan sólo asintió, se fue hacia la
puerta y se marchó en silencio. Por mi parte decidí tomar una ducha
y deshacerme de la alfombra buscando alguna excusa razonable.
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