Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 11 de octubre de 2015

Archivo Talamasca

Hoy se narra un Archivo de Talamasca distinto. Espero que lo disfruten.

Lestat de Lioncourt


Durante varias semanas había acompañado a David Talbot allí donde él quisiera. Me había reunido con seres terriblemente angustiosos. Muchos vampiros de ropas raídas, rostro desfigurado por el fuego o el sol, se habían aproximado a nosotros y tocado con sus manos, huesudas y horribles, nuestros rostros. Pude escuchar el testimonio de vampiros que vieron la muerte de frente convertida en reina ciega y despiadada, como las brujas de los cuentos de hadas que aún oprime el pecho de muchos niños. Pesadilla tras pesadilla. La terrible historia de nunca acabar. Aquel concierto cambió la vida de mortales, vampiros y otras criaturas.

También había tenido la oportunidad de escuchar a espectros de todo tipo. No siempre tenía la oportunidad de escuchar a los fantasmas y espíritus, pues muchas veces eran esquivos. Si ellos no lo querían, o no requerían mi ayuda, no aparecían. Sólo había visto un par hacía algunos años, cuando aún era mortal, y les resté importancia porque pensé que estaba demasiado ebrio. Ahora, por supuesto, me arrepiento. Me hubiese gustado conversar con ellos, comprender su dolor y darle alivio. Pero fue imposible.

Tras varias noches sin vernos, mientras él ponía en orden algunos archivos que Gremt le había obsequiado, tuve un nuevo encuentro. Él vino a mí. Apareció vestido de manera impecable, con aquellos maravillosos ojos ambarinos y esa sonrisa amable. Se aproximó a mí tomándome de los hombros y me miró con cariño. Marius había decidido dejarme solo mientras revisaba algunos documentos en mi ordenador personal, el cual había sido un nuevo obsequio de Armand. No recordaba que fuese un vampiro tan solicitado. Creo que muchos habían dado por perdida mi mente, pero ahora que volvía a estar activo todos querían conversar, saber lo que vi y mis viejos sueños. ¡Esos sueños! Él me había venido a buscar por esos mismos sueños, lo supe en cuanto me estrechó y olí su fragancia. ¿Por qué? Recordé que me había pedido que recordara todo lo posible de aquellos días, que nos reuniríamos algún día para hablar con calma sobre el tema.

—Quieres que te cuente mis sueños—dije, dando un paso atrás, para sentarme en una silla cercana. Con un leve gesto le indiqué que tomara asiento a mi lado, cosa que hizo, mientras le miraba al rostro intentando memorizar cada detalle. Aquello era un ejercicio terrible para mí, pero pensé que debía ser importante si él así lo creía.

—Algunos me han narrado un sueño similar. Eran dos mujeres caminando por el desierto y esas dos mujeres eran Maharet y Mekare, ambas sufrían por lo que había sucedido con sus espíritus y sus palabras. Fueron sometidas a un terrible castigo y las convirtieron en vampiro justo antes de ser arrojadas al mar en dos barcazas—explicó apoyándose en sus codos, sobre sus muslos, mientras me miraba a los ojos—. ¿Viste algo más?

—A la reina. Podía ver a la reina caminando elegante, aguardando con odio que se cumpliera la sentencia, mientras Khayman gritaba. Él gritaba. Estaba siendo torturado por haberse opuesto a la reina, pero logró huir desertando de toda obligación con ella y Enkil, el cual sólo guardaba silencio con la mirada perdida—respondí, di un largo suspiro y continué—. Creo que Enkil jamás volvió a ser el mismo tras lo ocurrido con Amel.

—¿Crees que perdió el juicio?—preguntó.

—Igual que Lestat contó que Nicolas no habló en días, ¿recuerdas? Creo que él también sufrió ese destino, así como se dejó influir por el miedo, el caos y el odio. Un odio descomunal, así como una ambición aún más poderosa. Se despreciaban y se necesitaban, se querían y se querían anteponer el uno al otro. Era un duelo de sentimientos y debilidades—comenté.

No sé porqué, pero me incorporé. Necesitaba caminar por la habitación. Aquel sueño fue una pesadilla innecesaria. Pude ver el dolor, sentir el sufrimiento y comprender que era estar ciego o mudo. En algunos momentos era Maharet y en otros Mekare. Fue terrible, absolutamente terrible.

—Háblame del concierto—dijo.

—El concierto—estaba de espaldas a él cuando murmuré aquello. Una fecha, un lugar, unas circunstancias especiales y la voz de Lestat aullando por los altavoces—. El vampiro tiene capa y colmillos—susurré girándome suavemente hacia él, como si hubiese medido los pasos y gestos—. Todos allí querían acabar con él o venerarlo. No había término medio, salvo los de algunos vampiros que bien conoces. Pude sentir a Mael, Khayman y otros vampiros milenarios que luego han ido presentándose ante mí, pero en aquel momento escuchar sus corazones me fascinaba y preocupaba—me sobé las manos y las dejé unidas, como si rogara, para luego seguir hablando—. Vi estallar a cientos en llamas antes de verla a ella entre la humareda, la sangre derramada y las luces del escenario. Los chillidos no tardaron en llegar—cerré los ojos y lo reviví, dejando que las lágrimas mancharan mis mejillas.

En ese momento, cuando iba a seguir hablando, noté los brazos firmes de David y sus labios sobre mis mejillas. Olvidé por completo ese momento, volví a la realidad y lo miré con atención. Me pareció hermoso, pero a la vez terrible. Era mucho más fuerte que yo. Poseía la sangre de Lestat y había seguido bebiendo de él mucho después de su creación. Un ser terriblemente fuerte sin ser tan milenario como Marius. Me dejé llevar un momento y lo besé. Dejé que sus labios fueran míos y mis manos se pegaron a su torso agarrando sus solapas, tirando de él, mientras mi lengua serpenteaba por su boca. Él no dudó en seguir ese beso. La pasión se desató cuando sus dedos, ligeramente fríos, se introdujeron bajo mi suéter fino y gris, para luego echar la cabeza hacia atrás y aceptar que mordisquera, sin abrir herida alguna, cerca de mi nuez.


—David...—jadeé con las manos temblorosas.

Mis piernas temblaron y caí de espaldas sobre la alfombra de flores, tan hermosas y vivas que parecían reales, mientras él me quitaba el peto y el suéter. No tenía calzado alguno, por eso fue rápido desnudarme. Él, por el contrario, era difícil desnudar su marcada musculatura. Primero salió su chaqueta, corbata y zapatos. Sin embargo, su camisa sólo se quedó abierta al igual que sus pantalones.

—Tengo algo que me dio Fareed—susurró cerca de mi oreja—. Es para mantener relaciones...

Hice que guardara silencio con un beso tórrido. Él estiró su mano hacia la chaqueta, sacó un par de inyecciones y me ofreció una. Mi lengua se deslizó por sus labios, como si los dibujara con la punta de ésta, mientras aceptaba. Clavé la jeringuilla en mi vientre plano, él lo hizo en su brazo derecho. Pronto noté que mi cuerpo reaccionaba a cada caricia y roce de su aliento. Mis piernas se abrieron rodeando sus caderas y su miembro entró dentro de mí. Hacía años que no disfrutaba del sexo y aquello fue como una revelación.

Mi cabeza cayó hacia atrás, mis uñas se clavaron en sus brazos y mi boca se abrió dejando emitir un poderoso jadeo. Él gruñía como un animal herido. Sus ojos estaban fijos en mi rostro y eso me calentaba aún más. Podía escuchar sus testículos golpeando con fuerza cerca de mi entrada y mis piernas temblaban.

En ese momento no existía Marius, pero creo que para él tampoco existía Jesse. Sólo existía el placer. No había nada más. La tensión se estaba resolviendo con sexo desesperado y violento. Me movía sobre la alfombra como si no pesara nada. Sus manos estaban a ambos lados de mi cabeza, por encima de mis hombros, y podía notar su sudor mezclándose con el mío mientras nos rozábamos. Era erótico. Un apoteósis de placer que me atravesaba con fuerza.

Los gemidos se incrementaban por ambas partes. Cada gemido suyo era como un salmo que me acercaba a un paraíso extraño. Mi lengua se paseaba por su cuello, notando la aspereza de su piel, mientras él mordisqueba mi oreja.

—Quiero hacerte descubrir el paraíso perdido—murmuró saliendo de mí, girándome como si no pesara nada y penetrándome tras alzar mis caderas.

—¡David!—grité descontrolado.

Sus manos eran violentas, pues comenzaron a golpear mis nalgas y arañar mis costados. Mis codos a penas lograban apoyarse en la decorativa alfombra y mis uñas, largas como las de cualquier vampiro, rasguñaban sus finos y coloridos hilos. Tenía el cabello pegado a la frente por el sudor, mi espalda arqueada y mis piernas bien abiertas. Él estaba sobre mí como una bestia, igual que un lobo hambriento sobre un pobre cordero. Hundió su rostro en el recodo izquierdo de mi cuello, mordió mi oreja y me susurró que le transmitiera a su mente mis sueños más lascivos. Volví a sonrojarme como nunca y oculté mi rostro entre mis brazos. Dudé en hacerlo, porque mi mente no lograba concentrarse, pero al final me abrí plenamente a él.

Como si fuera una puta le conté cuanto había deseado ese encuentro, lo delicioso que era ser sometido por un vampiro fuerte y atractivo, mientras narraba lo lascivo que era.

—Creí que la puta tenía rostro de ángel, pero al final lo eres tú—dijo sacando el cinturón de su pantalón, doblándolo y golpeando mi espalda.

Tras uno de esos azotes me derrumbé sobre la alfombra, levantando más mis caderas y sintiendo como mi miembro se derramaba. Él salió de mí, me tiró del pelo y me arrastró hacia su vientre. Me quedé de rodillas, abrí la boca y eyaculó en mi boca salpicando mi rostro. Acto seguido se recostó a mi lado y me abrazó. Sus besos sobre mi cuello, hombros y torso calmaron a duras penas mi conciencia.

—Debes irte—dije alejándome de él.

—Si lo crees correcto, eso haré—respondió.

Mientras se vestía lo miré desde la alfombra. Meditaba sobre lo ocurrido. Mi cabeza daba vueltas y él parecía tranquilo.

—No quiero verte hasta pasadas unas semanas—susurré—. Te enviaré una redacción sobre los sueños y todo lo que recuerde.


Él tan sólo asintió, se fue hacia la puerta y se marchó en silencio. Por mi parte decidí tomar una ducha y deshacerme de la alfombra buscando alguna excusa razonable.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt