Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 5 de octubre de 2015

La voz de la tribu

Octava emisión de la tribu para todos ustedes. Esperamos que la disfruten. Hoy: Sybelle. 

Lestat de Lioncourt 




Aquella noche era distinta. Sybelle no estaba en su lugar habitual. Ella tendría la voz en la radio. Miles escucharían al fin su delicada voz, sensual y apacible, por las ondas de los distintos dispositivos. No importaría si la escuchaban desde un ordenador portátil, un móvil de última generación o una tableta. Estaba junto a David Talbot.

David se encontraba elegantemente vestido con un traje azul marino y una camisa blanca sin corbata. Había decidido eliminar algo de seriedad. Quería sentirse cómodo al lado de aquella mujer, la cual deslumbraba por su belleza y la calma que yacían en el fondo de sus ojos claros. Muchas veces la había contemplado como si fuera una figurilla delicada, la cual no debería ser sacada jamás de su hermosa vitrina por miedo a romperla. Conocía bien su expresión taimada, sus movimientos para nada bruscos y su firme caminar con y sin calzado de tacón. Si bien, también comprendía el monstruo que yacía dormido en su interior. Un ser que despertaba cuando iniciaba su sendero por la música, dejándose llevar hacia un éxtasis terrible.

Benjamín, su adorado Benji, que parecía inquieto y jugaba con su sombrero de ala ancha, aunque sus ropas eran menos formales que en otras ocasiones. El joven vampiro beduino, el muchachito que tantas veces la acompañó cuando mortal y que seguía haciéndolo actualmente, vestía unos jeans claros y una camiseta negra, sin mangas, junto a una americana color hueso.

Antoine se encontraba solo, sentado ésta vez en el piano de su amada compañera, con una chaqueta roja, muy similar a la que solía usar Lestat, y unos jeans negros. Se encontraba descalzo, como homenaje a su querida Sybelle, y jugueteaba con las teclas del instrumento.

Al otro extremo, vigilando los diversos aparatos, se encontraba Daniel dispuesto a transcribir el encuentro, como cada noche. Parecía emocionado. Había escuchado durante años a Sybelle tocar, incluso compartido con ella momentos tensos en noches que ya parecían sólo una pesadilla, y ahora podría escucharla hablar de sus anhelos.

—Bienvenidos una noche más a La Voz de la Tribu—dijo Benjamín tras conectar los micrófonos—. Si nos sintonizan por primera vez me presento, soy Benjamín Mahmoud, Ministro de Comunicación del Príncipe Lestat y vuestro servidor. Estoy aquí, como cada noche, para escucharos a vosotros y responder a vuestras dudas—hizo un pequeño inciso acomodando su sombrero y acarició el micrófono por la base—. De vez en cuando, cada dos semanas aproximadamente, tenemos una visita al estudio—. Entonces, como de la nada, Antoine comenzó a tocar una pieza única, exclusiva, de piano. La había llamado Ángel Sybelle, en honor a la belleza celestial que poseía la joven vampiro. Era una pieza apasionada, pero tenía momentos de tranquilidad. Podías apreciar la dualidad de la pianista—. Hoy nuestra pianista ha cedido su piano a nuestro violinista habitual, Antoine tocará para nosotros. Sybelle, mi hermosa amiga, conversará con nosotros.

—Así es—dijo interviniendo David—. Ella nos acompañará. Soy David Talbot, algunos ya me conocerán por haber sido el director de Talamasca o compañero en numerosas aventuras de Lestat. Aquí estoy acompañando a Benjamín, el cual desea desentrañar nuestro complejo mundo—expresó—. Hoy me encuentro al lado de una mujer excepcional, alguien que ha curado almas solitarias con su música, y ella es la pianista inmortal Sybelle. Bienvenida, amiga mía— susurró provocando que ella se sonrojara ligeramente.

Ella parecía un ángel con aquel vestido de gasas blancas. Su cabello estaba recogido, salvo por algunos mechones sueltos de forma estratégica, realzando así su cuello y facciones delicadas. Cuando fue a dar las buenas noches sonrió dulce y tímida.

—Buenas noches a todos. Soy Sybelle, mi creador es Marius Romanus y fui creada para acompañar a Armand en su largo viaje por éste mundo. Desde hace años muchos me escucháis tocar el piano—dijo con un tono de voz suave, pero sin titubeos—. Toco para que la soledad, el miedo o el dolor desaparezcan. La música puede ser una terapia para aquellos que sufren dolencia en sus almas o en sus cuerpos, pues está científicamente comprobado que influye en el cuadro del paciente. No soy médica, ni científica, y tampoco lo pretendo. Sin embargo, he leído numerosos informes divulgados desde hace años. Ésto que hago es por amor, tanto a la música como a todos ustedes.

Aquella bondad, esa delicadeza y, sobre todo, su don natural para transmitir fue terriblemente encantador. Las llamadas empezaron a colapsar la centralita, pero esa noche no se iba a aceptar llamadas. Cuando eran entrevistas no se aceptaban, aunque se tomaba en cuenta los mensajes y se trasladaban estos a los invitados.

—Fuiste el primer ser humano en decirle “Te amo” a Armand—comentó David Talbot—. ¿Sigues amándolo?

—¡Por supuesto! Él dice que no sabe amar, pero es mentira. Me ha demostrado que sabe amar, aunque a veces sea torpe demostrándolo—dijo absolutamente convencida—. Incluso ama a Daniel Molloy, nuestro soporte en la cabina de la radio, pese a sus tercos comentarios sobre su desinterés. Es como un niño, un adolescente cabezota, que no quiere aceptar sus derrotas o el daño—miró entonces a Benjamín y frunció ligeramente el ceño—. Igual que tú, Benjamín. Te amo muchísimo, pero discutes con él por niñerías.

—¡No son niñerías!—replicó enfuruñado—. Me trata como si fuese un niño...

—Porque para él lo eres. Es un vampiro muy antiguo y somos muy jóvenes. Él quiere que aprendamos de sus errores, pero uno sólo aprende de los errores propios—contestó estirando sus manos hacia la diestra de Benjamín. Las cerró entorno a esa pequeña mano, acariciando sus dedos y sonrió—. Te dio todo, cariño. Una casa, libertad, todo lo que pudieses soñar y amor. Te ha dado amor y ha intentado comprenderte—aquellas palabras provocaron que el joven soltase un par de lágrimas—. Nos libró de Fox.

—¿Qué sientes por Fox ahora que está muerto? ¿Y por qué no huías de él?—intervino David.

—Nada. No siento rencor ni amor. Sólo deseo que su alma sea feliz, pues en éste mundo jamás lo fue. Estaba frustrado y envenenado por las drogas, la avaricia y las mentiras—susurró acomodándose mejor, soltando la mano de Benjamín y girando su rostro hacia su otro compañero.

David era apuesto, amable y comprensivo. Intentaba que ella pudiese hablar con normalidad de aquel asunto. Su hermano la había vejado, maltratado y provocado grandes problemas. Él sabía porqué no huía, pero quería estar convencido. Podía intuirlo, pero no saberlo a ciencia cierta.

—No huía por miedo a ser atrapada de nuevo y, por supuesto, tomara represalias contra mi pequeño beduino—se refirió con dulzura a Benjamín, el cual se había secado rápidamente las lágrimas con uno de sus pañuelos de seda.

—¿Qué sientes cuando tocas el piano?—preguntó el muchacho mirando a su dulce Sybelle, la mujer que lo había cuidado nada más tenerlo a su lado. Ambos fueron como pequeñas aves enjauladas, las cuales vivían ahora en un jardín salvaje lleno de flores y color.

—Libertad y compromiso. Libertad porque puedo expresarme tal y como soy. Compromiso porque quiero ayudar a todos y mejorar, como hace Antoine, cada noche—expresó su deseo, y al hacerlo Anotine llevó la pieza a una vorágine de locura sin igual.

—¿Cómo te sientes ahora que todo lo malo parece haberse marchado?—preguntó Benjamín.

—¿Te refieres a Fox? Pues libre y tranquila. Pero si te refieres a La Voz, Amel, creo que incómoda aún. Recuerdo a todos los que han muerto y me entristezco muy rápidamente, pero sé que la mayoría ahora está en paz—aclaró con esa voz tan dulce—. Lo malo tiene un momento, que parece eterno, pero es igual que los momentos buenos, sólo que éstos parecen más escuetos.

—Una última pregunta, antes que te vayas—dijo Benjamín—. ¿Cómo te sientes ahora al conocer a tantos vampiros? Ya no somos una pequeña familia, sino una enorme.

—¡Dichosa!—dijo alzando la voz con los ojos iluminados—. Me maravilló conocer a Bianca, igual que entablar una conversación fluida y dulce con Flavius, Gregory o Zenobia. Pero, sobre todo, amo estar ahora acompañada al piano por Anotine. Él compone para mí muchas partituras, pues dice que es mi más fiel seguidor—río bajo y se levantó del asiento—. Lo siento, tengo que marcharme ya, pues necesito hacer algo con urgencia.


Sus pies, descalzos como los de su compañero, se movieron rápidos hasta alcanzar la posición que siempre tomaba. Se sentó junto a él, al piano, y besó con ternura su mejilla. Ambos empezaron a tocar a dúo dejando a Benjamín cerrar así la noche, con una breve entrevista, que le sacó un suspiro de amor hacia su, por siempre, amada Sybelle.  

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Lestat de Lioncourt