Octava emisión de la tribu para todos ustedes. Esperamos que la disfruten. Hoy: Sybelle.
Lestat de Lioncourt
Aquella noche era distinta. Sybelle no
estaba en su lugar habitual. Ella tendría la voz en la radio. Miles
escucharían al fin su delicada voz, sensual y apacible, por las
ondas de los distintos dispositivos. No importaría si la escuchaban
desde un ordenador portátil, un móvil de última generación o una
tableta. Estaba junto a David Talbot.
David se encontraba elegantemente
vestido con un traje azul marino y una camisa blanca sin corbata.
Había decidido eliminar algo de seriedad. Quería sentirse cómodo
al lado de aquella mujer, la cual deslumbraba por su belleza y la
calma que yacían en el fondo de sus ojos claros. Muchas veces la
había contemplado como si fuera una figurilla delicada, la cual no
debería ser sacada jamás de su hermosa vitrina por miedo a
romperla. Conocía bien su expresión taimada, sus movimientos para
nada bruscos y su firme caminar con y sin calzado de tacón. Si bien,
también comprendía el monstruo que yacía dormido en su interior.
Un ser que despertaba cuando iniciaba su sendero por la música,
dejándose llevar hacia un éxtasis terrible.
Benjamín, su adorado Benji, que
parecía inquieto y jugaba con su sombrero de ala ancha, aunque sus
ropas eran menos formales que en otras ocasiones. El joven vampiro
beduino, el muchachito que tantas veces la acompañó cuando mortal y
que seguía haciéndolo actualmente, vestía unos jeans claros y una
camiseta negra, sin mangas, junto a una americana color hueso.
Antoine se encontraba solo, sentado
ésta vez en el piano de su amada compañera, con una chaqueta roja,
muy similar a la que solía usar Lestat, y unos jeans negros. Se
encontraba descalzo, como homenaje a su querida Sybelle, y jugueteaba
con las teclas del instrumento.
Al otro extremo, vigilando los diversos
aparatos, se encontraba Daniel dispuesto a transcribir el encuentro,
como cada noche. Parecía emocionado. Había escuchado durante años
a Sybelle tocar, incluso compartido con ella momentos tensos en
noches que ya parecían sólo una pesadilla, y ahora podría
escucharla hablar de sus anhelos.
—Bienvenidos una noche más a La Voz
de la Tribu—dijo Benjamín tras conectar los micrófonos—. Si nos
sintonizan por primera vez me presento, soy Benjamín Mahmoud,
Ministro de Comunicación del Príncipe Lestat y vuestro servidor.
Estoy aquí, como cada noche, para escucharos a vosotros y responder
a vuestras dudas—hizo un pequeño inciso acomodando su sombrero y
acarició el micrófono por la base—. De vez en cuando, cada dos
semanas aproximadamente, tenemos una visita al estudio—. Entonces,
como de la nada, Antoine comenzó a tocar una pieza única,
exclusiva, de piano. La había llamado Ángel Sybelle, en honor a la
belleza celestial que poseía la joven vampiro. Era una pieza
apasionada, pero tenía momentos de tranquilidad. Podías apreciar la
dualidad de la pianista—. Hoy nuestra pianista ha cedido su piano a
nuestro violinista habitual, Antoine tocará para nosotros. Sybelle,
mi hermosa amiga, conversará con nosotros.
—Así es—dijo interviniendo David—.
Ella nos acompañará. Soy David Talbot, algunos ya me conocerán por
haber sido el director de Talamasca o compañero en numerosas
aventuras de Lestat. Aquí estoy acompañando a Benjamín, el cual
desea desentrañar nuestro complejo mundo—expresó—. Hoy me
encuentro al lado de una mujer excepcional, alguien que ha curado
almas solitarias con su música, y ella es la pianista inmortal
Sybelle. Bienvenida, amiga mía— susurró provocando que ella se
sonrojara ligeramente.
Ella parecía un ángel con aquel
vestido de gasas blancas. Su cabello estaba recogido, salvo por
algunos mechones sueltos de forma estratégica, realzando así su
cuello y facciones delicadas. Cuando fue a dar las buenas noches
sonrió dulce y tímida.
—Buenas noches a todos. Soy Sybelle,
mi creador es Marius Romanus y fui creada para acompañar a Armand en
su largo viaje por éste mundo. Desde hace años muchos me escucháis
tocar el piano—dijo con un tono de voz suave, pero sin titubeos—.
Toco para que la soledad, el miedo o el dolor desaparezcan. La música
puede ser una terapia para aquellos que sufren dolencia en sus almas
o en sus cuerpos, pues está científicamente comprobado que influye
en el cuadro del paciente. No soy médica, ni científica, y tampoco
lo pretendo. Sin embargo, he leído numerosos informes divulgados
desde hace años. Ésto que hago es por amor, tanto a la música como
a todos ustedes.
Aquella bondad, esa delicadeza y, sobre
todo, su don natural para transmitir fue terriblemente encantador.
Las llamadas empezaron a colapsar la centralita, pero esa noche no se
iba a aceptar llamadas. Cuando eran entrevistas no se aceptaban,
aunque se tomaba en cuenta los mensajes y se trasladaban estos a los
invitados.
—Fuiste el primer ser humano en
decirle “Te amo” a Armand—comentó David Talbot—. ¿Sigues
amándolo?
—¡Por supuesto! Él dice que no sabe
amar, pero es mentira. Me ha demostrado que sabe amar, aunque a veces
sea torpe demostrándolo—dijo absolutamente convencida—. Incluso
ama a Daniel Molloy, nuestro soporte en la cabina de la radio, pese a
sus tercos comentarios sobre su desinterés. Es como un niño, un
adolescente cabezota, que no quiere aceptar sus derrotas o el
daño—miró entonces a Benjamín y frunció ligeramente el ceño—.
Igual que tú, Benjamín. Te amo muchísimo, pero discutes con él
por niñerías.
—¡No son niñerías!—replicó
enfuruñado—. Me trata como si fuese un niño...
—Porque para él lo eres. Es un
vampiro muy antiguo y somos muy jóvenes. Él quiere que aprendamos
de sus errores, pero uno sólo aprende de los errores
propios—contestó estirando sus manos hacia la diestra de Benjamín.
Las cerró entorno a esa pequeña mano, acariciando sus dedos y
sonrió—. Te dio todo, cariño. Una casa, libertad, todo lo que
pudieses soñar y amor. Te ha dado amor y ha intentado
comprenderte—aquellas palabras provocaron que el joven soltase un
par de lágrimas—. Nos libró de Fox.
—¿Qué sientes por Fox ahora que
está muerto? ¿Y por qué no huías de él?—intervino David.
—Nada. No siento rencor ni amor. Sólo
deseo que su alma sea feliz, pues en éste mundo jamás lo fue.
Estaba frustrado y envenenado por las drogas, la avaricia y las
mentiras—susurró acomodándose mejor, soltando la mano de Benjamín
y girando su rostro hacia su otro compañero.
David era apuesto, amable y
comprensivo. Intentaba que ella pudiese hablar con normalidad de
aquel asunto. Su hermano la había vejado, maltratado y provocado
grandes problemas. Él sabía porqué no huía, pero quería estar
convencido. Podía intuirlo, pero no saberlo a ciencia cierta.
—No huía por miedo a ser atrapada de
nuevo y, por supuesto, tomara represalias contra mi pequeño
beduino—se refirió con dulzura a Benjamín, el cual se había
secado rápidamente las lágrimas con uno de sus pañuelos de seda.
—¿Qué sientes cuando tocas el
piano?—preguntó el muchacho mirando a su dulce Sybelle, la mujer
que lo había cuidado nada más tenerlo a su lado. Ambos fueron como
pequeñas aves enjauladas, las cuales vivían ahora en un jardín
salvaje lleno de flores y color.
—Libertad y compromiso. Libertad
porque puedo expresarme tal y como soy. Compromiso porque quiero
ayudar a todos y mejorar, como hace Antoine, cada noche—expresó su
deseo, y al hacerlo Anotine llevó la pieza a una vorágine de locura
sin igual.
—¿Cómo te sientes ahora que todo lo
malo parece haberse marchado?—preguntó Benjamín.
—¿Te refieres a Fox? Pues libre y
tranquila. Pero si te refieres a La Voz, Amel, creo que incómoda
aún. Recuerdo a todos los que han muerto y me entristezco muy
rápidamente, pero sé que la mayoría ahora está en paz—aclaró
con esa voz tan dulce—. Lo malo tiene un momento, que parece
eterno, pero es igual que los momentos buenos, sólo que éstos
parecen más escuetos.
—Una última pregunta, antes que te
vayas—dijo Benjamín—. ¿Cómo te sientes ahora al conocer a
tantos vampiros? Ya no somos una pequeña familia, sino una enorme.
—¡Dichosa!—dijo alzando la voz con
los ojos iluminados—. Me maravilló conocer a Bianca, igual que
entablar una conversación fluida y dulce con Flavius, Gregory o
Zenobia. Pero, sobre todo, amo estar ahora acompañada al piano por
Anotine. Él compone para mí muchas partituras, pues dice que es mi
más fiel seguidor—río bajo y se levantó del asiento—. Lo
siento, tengo que marcharme ya, pues necesito hacer algo con
urgencia.
Sus pies, descalzos como los de su
compañero, se movieron rápidos hasta alcanzar la posición que
siempre tomaba. Se sentó junto a él, al piano, y besó con ternura
su mejilla. Ambos empezaron a tocar a dúo dejando a Benjamín cerrar
así la noche, con una breve entrevista, que le sacó un suspiro de
amor hacia su, por siempre, amada Sybelle.
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