Lestat de Lioncourt
Estaba allí de pie, apoyado en la
barandilla observando la calle aparentemente vacía. Los árboles se
movían suavemente gracias a la brisa suave. Octubre había llegado
hacía semanas, como una bocanada de aire fresco, y nos habíamos
desplazado hasta Nueva Orleans. De nuevo allí en esa ciudad maldita.
Había sido bautizada mil veces con la sangre de cientos de víctimas,
envenenada con el aroma pestilente de la muerte y de sus aguas
pantanosas. Podía escuchar el murmullo de miles de almas, pero
desconocía si todas poseían cuerpo. Aún era demasiado joven para
diferenciar éstas cosas y, para mí, eran una pesadilla tras otra.
Me mantenía cuerdo gracias a los constantes cuidados de Marius y a
sus consejos. Pero él, David Talbot, se encontraba como cualquier
otra noche. No parecía alterado, ni avergonzado por nuestro acto
salvaje de hacía unas noches. Parecía el hombre impecable en
modales, diestro y ágil mental de siempre.
¿Cuántos recuerdos acumulaban
aquellas calles para él? Quizás no tantos como para Louis o Lestat,
pero él había estado allí vivo. Armand había sido el líder de
aquel territorio algunas décadas, pero se cansó como se cansa de
todo. La novedad le hace entrar en un delirio asombroso, pero pronto
se cansa y busca algo nuevo con que entretenerse. Jamás dejará de
ser un niño caprichoso, aún más que Lestat o el propio Benjamín,
por mal que le pese. Sin embargo, David era distinto. Aquel hombre
culto, llegado de tierras británicas que había cruzado lugares
salvajes e inhóspitos, se encontraba en medio de una vorágine de
perfumes y esencias que él podía describir sin siquiera
olfatearlas.
El jazmín y el dondiego de las vallas
cercanas caían sin recato, las palmeras se movían sigilosas y el
olor a tierra mojada penetraba nuestros pulmones hasta conquistarlos.
No muy lejos había rosales, podía olisquear su frangancia, pero lo
importante era lo que él observaba. Siempre había escuchado un
rumor sobre él y era su aprensión a los gatos, aunque no lo era así
cuando era un niño. Cambió su actitud después de un feroz ataque
de una pantera en mitad de esas tierras perdidas de la mano de Dios,
llenas de animales exóticos y plantas demasiado llamativas como
imposibles. Pero era un gato negro, un gato oscuro como la noche, de
gran tamaño quien le había dado la simbología del terror y la
aprensión extrema. Ese tipo de gatos ahora parecía traer nostalgia
a su vida. Observaba una pequeña colonia alrededor de una valla
blanca, como las de las viejas películas y libros de Mark Twain
entre otros. Estaba seguro que pensaba en Merrick Mayfair, que pese
de los años y heridas dadas uno contra otro, a quien jamás
olvidaría.
Hacía unas horas que habíamos ido al
epicentro de todo, donde conoció a la mujer de su vida y sede de
Talamasca en la ciudad, conocido como Oak Heaven. Los Oak son una
especie de robles que se dan en esas tierras. Árboles gruesos, de
copas voluminosas y verdes. La vivienda parecía abandonada, pero no
lo estaba. Al acercarnos pudimos sentir la presencia de dos hombres
notables, con poderes telepáticos asombrosos que nos impidieron leer
sus mentes. David Talbot, el viejo director de la Orden de la
Talamasca, se había negado a presentarse como un vampiro más. Llamó
a la puerta acomodando su corbata y gemelos, sonrió amablemente
mostrando sus colmillos y levantando cuidadosamente las manos.
»—Tranquilos—dijo—. Soy David
Talbot, ya sabéis bien mi destino y quién fui en la orden. Tan sólo
necesito que me ofrezcáis cierta información. Por favor, colaboren
con La Tribu como La Tribu está colaborando estrechamente con todos
y cada uno de ustedes.«
Milagrosamente el discurso se tomó
como una muestra de amistad. La puerta cedió y dentro pude
contemplar a dos hombres rubios, de ojos claros y piel ligeramente
tostada. Parecían haber venido de unas largas vacaciones en la
costa, pues poseían un look californiano insoportable. Sin embargo,
por sus rasgos, supe que eran británicos, después su acento
exquisito y su tono de voz pausado me lo corroboraron.
»—Pasa. Es un honor poder conversar
con un vampiro como tú. Podemos decir que aún somos hermanos, ¿no
es así? Sigues investigando y eso no te hace tan distinto a
nosotros—explicó el más joven, que no debía tener más de
treinta años.«
Estuvieron explicándonos durante más
de dos horas lo que había ocurrido a lo largo de los meses desde la
publicación del dichoso libro “Príncipe Lestat”. Estaban allí
porque los estudiosos que habían vivido en la sede, después de
Aaron y David, habían decidido volver a Londres. Ellos venían de
México, donde existe otra pequeña cúpula de la Talamasca.
Comprendí entonces porqué tenían ese bronceado, ya que el sol allí
se deja ver mucho más que en las tierras británicas y la primavera
se convierte en verano así como el otoño en un invierno agradable,
salvo por los huracanes y fuertes lluvias.
David pidió con amabilidad algunos
enseres de Merrick. Aún estaban allí algunos daguerrotipo que ella
había usado en su juventud. Estaban en una pequeña caja de zapatos.
También había viejas cartas a su hermana que jamás fueron
enviadas, un diario personal y un rosario de amatistas negras unidas
por unos finos, aunque refinados, ensamblajes de plata algo
oscurecida por la humedad y el desuso.
¿Por qué habíamos ido allí? Lo
desconocía. ¿Por qué me había pedido que fuese con él? También
lo desconocía, aunque intuía que Jesse Reeves estaba demasiado
concentrada en relanzar la biblioteca de su antepasada, Maharet, para
que todos los vampiros jóvenes, y no tan jóvenes, pudiésemos ir a
indagar sobre la fuente, la historia acumulada y la sabiduría que no
había podido ser destruida porque se hallaba parcialmente en
contenido online. Podía hacer mis cábalas sobre el viaje, pero
decidí no hacerlo. Permanecí en silencio asintiendo y confirmando
algunos datos que él lanzaba, como por ejemplo la aparición de
nuevos fantasmas miembros de la Orden, vampiros y brujos que habían
sido incinerados por la caza de brujas de siglos atrás. Habló sobre
los Mayfair, pero sólo algunos datos breves que ya conocía como por
ejemplo sobre el fantasma más poderoso entre los brujos de la
familia, el admirado y adorado, Julien Mayfair.
Después, tras varias horas allí, nos
pusimos en marcha hasta el hotel. Habíamos viajado en un mercedes
descapotable, elegante aunque algo machacado, de alquiler. El hotel
era uno de tantos, cómodo pero desconocido para el gran público. Y
allí decidió abrir la caja e inspeccionar con mayor cuidado los
enseres de quien fue la mujer, o mejor dicho la persona, que más ha
amado. Amaba a Jesse, como también quería a otros vampiros, pero no
era comparable con el respeto, aprensión y amor que aún derramaba
hacia la mestiza de ojos verdes, cual esmeraldas, que había maldito
su destino al abrazar la muerte a temprana edad vampírica.
Ahora lo observo y sé que, aunque he
padecido grandes calamidades, soy un afortunado. Mi vida no ha sido
tan terrible. No he tenido que decir adiós a grandes amores y no han
caído sobre mí infinitas desgracias. Me siento terriblemente
miserable, pero a la vez afortunado al estar en presencia de éste
vampiro, de mi amigo, David Talbot.
No hay comentarios:
Publicar un comentario