Lestat de Lioncourt
Se había mantenido firme a mi lado,
como si fuese tan sólo un observador o el lector omnisciente de una
novela cualquiera. Estaba allí, de pie, con su rostro tan joven como
el mío, pero mucho más delgado y de ropas mucho menos formales. Sus
ojos violáceos me seguían allá donde iba, como lo hicieron mis
premoniciones y aciertos durante muchos años a lo largo de mi vida.
Estábamos en Nueva Orleans. Para muchos es la ciudad soñada, para
otros un rincón terrible donde sentir presencias y para la mayoría
de sus habitantes un desastre monumental desde aquellas terribles
inundaciones.
Como si fuese historia mojada, o
simplemente un periódico viejo que ya perdió color, muchos han
olvidado el origen de ciertas historias que se han convertido en el
lazo común de muchos de nosotros. Si tuviésemos que unir frase por
frase, punto por punto, huella por huella cada momento estaríamos
ante una historia interminable que comenzaría hace siglos y que
seguiría vinculada a nosotros hasta el fin de nuestra existencia.
Allí, en Oak Heaven, había cientos de
recuerdos acumulados en una pequeña caja no más grande que el
tamaño de un joyero mediano. Sólo eran algunos recuerdos, viejas
cartas casi carcomidas por la humedad, daguerrotipos y un rosario.
Tenía que regresar a éste punto y no podía hacerlo solo. Era
incapaz de viajar hasta la ciudad, instalarme en un pequeño hotel
sin muchos lujos y aspirar de nuevo el ambiente bohemio, mágico y
bucólico de sus calles sin sentir un vuelco al corazón.
En ésta ciudad, que cada Febrero se
llena de risas y se alza como una majestuosa dama cubierta de
colorido, está de luto continuamente. Para mí viste de negro y
posee el rostro de la muerte. Mi mejor amigo en Talamasca, con el
cual viví los mejores años de mi vida mortal, fue atropellado a
unas calles del edificio donde nos encontramos, Daniel Molloy y yo.
Tenía que pasar por ese lugar, observar el tránsito ir y venir y
cruzar la avenida.
Daniel era mi acompañante. Últimamente
había pedido al archiconocido periodista que desveló el misterio,
que abrió la puerta a otro mundo, al gran público su inestimable
ayuda. Un equipo de curiosos y extraños investigadores que eran los
ojos de un ser que no necesita a gente como yo, pues ahora sabe el
misterio de varios mundos. Por supuesto estoy hablando de Lestat,
pero eso es otro dilema distinto al que yo me enfrento.
Debía recuperar el testimonio vital de
Merrick. Pese a saber a ciencia cierta que ella no dejó nada
pendiente, que era imposible que regresara como fantasma, y que de
hacerlo, por supuesto, estaba en su derecho a no manifestarse frente
a mí, ignorarme hasta el hartazgo y seguir su camino, decidí ir a
por sus cosas. Pensé que si tocaba esa caja, como si fuese la de
Pandora, y la abría lograría que ella se animara a regresar.
Deseaba que lo hiciera, pero no ocurrió nada. Del mismo modo que sé
que Aaron ha regresado, que está entre los tantos investigadores que
se han unido de nuevo a las filas de Talamasca, así como a la
familia Mayfair, como si fuese un perro guardián, para evitar que
Beatrice Mayfair sufra.
Los Mayfair. Ellos son un nexo común
entre mi mundo y el suyo, el de Lestat y el suyo, el de Aaron y el
suyo y por supuesto el de Talamasca y el suyo. Talamasca unió su
camino cuando Petyr Van Abel, un conocido y formidable estudioso se
vinculó para siempre con la familia dando origen a ésta. Ello
siempre desecharon la idea de entablar relaciones pacíficas con
nuestros eruditos. El misterio era fácil de resolver, pero
complicado a la vez. Su espíritu, del cual desconocíamos demasiados
datos, intentaba evitar por todos los medios que establecieran
contacto con nuestros enviados y éstos, por desgracia, terminaban
muertos. Lasher no deseaba que desvelaran el misterio, que supieran
que no era un demonio ni un ser mágico. Él, el pobre aunque astuto
y codicioso Lasher, no era más que el fantasma de un Taltos.
Actualmente el archivo Mayfair posee
numerosos volúmenes y datos que hasta hace unas décadas era
imposible. Quien dice volúmenes dice archivos. Hoy en día todo está
informatizado, aunque admiro a los estudiosos que todavía redactan
en papel cientos de documentos y los incluyen en las carpetas que
llevan siglos acumulando polvo. Han hecho un trabajo excepcional
éstos años y yo he sido testigo.
Fui testigo de muchas cosas en ésta
ciudad, pero también tras la mesa de mi despacho y en las galerías,
así como bodegas, de la sede de Londres. Talamasca sabe bien la
importancia de Nueva Orleans, París o algunas zonas de Egipto. Pero
sobre todo de ésta ciudad en concreto. Una ciudad que alberga
fantasmas, Taltos, brujos y vampiros. Es el origen de una historia
sin igual, que no se ha repetido, y que todavía hoy parece tener
repercusiones en el mundo de los vampiros. ¿Quién no ha escuchado a
Louis derramar lágrimas de sangre por Claudia? En el imaginario de
muchos Louis llora ante la pérdida de la pequeña en París, pero
aquí la tiene caminando por las calles tomada de su mano y viva. Tan
viva como lo puedo estar yo, ya que ahora sabemos que somos unos
mutantes y no simplemente cuerpos muertos animados.
Julien Mayfair se ha negado a declarar
nada sobre la familia Mayfair, pero Lestat ha derramado su llanto,
amor y prodigios en numerosos volúmenes. El más reciente ha sido
todo un éxito. Sus proezas, así como fracasos e inadmisibles
pataletas son conocidas por todo el mundo. Ahora tiene a Amel que
puede dialogar con él sobre infinidad de secretos íntimos que yacen
en la memoria colectiva que somos todos y cada uno de nosotros, pero
yo necesitaba hacer éste viaje para recuperar lo que fue Merrick. No
necesito hablar con Lestat para saber lo que ella sentía, necesitaba
o necesitó en su momento. Sé que soy culpable de muchos de sus
fracasos, como también de algún triunfo.
Me he pasado la noche anterior
contemplando los gatos pardos que deambulan cerca del hotel. Daniel
se ha mantenido a la espera para conversar conmigo. Sé que tiene
dudas, pero yo no sé si tengo respuestas para él. Quizás algún
día, sin hacer demasiados preámbulos, le explicaré cómo soy
realmente. Mi sentido del humor crítico y ácido, mi talante y mis
deseos de aventura pueden ser tan sólo parte del verdadero pozo de
sentimientos que yacen en mi alma.
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