Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 7 de noviembre de 2015

Conversaciones de otro mundo

Nicolas y sus ganas de fastidiar vuelven a la carga. Ahora padece éste castigo Louis. 

Lestat de Lioncourt 



Regresé junto a quien siempre será mi calvario, pero también la tormenta agradable que agita mi ser. Él es el único que comprende cada fibra de mi alma y que retuerce mis sueños convirtiéndolos en deseos apasionados, libres y temibles. Intento tener paciencia y no dejarme llevar por el corazón, pero es inútil. Realmente él provoca que sea un hombre distinto y luche contra la fiera que duerme callada esperando sus caricias. Me he convertido en mendigo de sus discursos improvisados, palabras elocuentes aunque llenas de sueños imposibles y de recuerdos. Esos mismos recuerdos que compartimos pese a querer alejarnos el uno del otro, pero es imposible.

Si he vuelto a su lado es porque creo que es mi lugar. Sin embargo, cuando llegué aquella noche a ese castillo, el cual parecía desértico, escuché las bellas notas de un entregado violín. Supuse que podría ser él, pues en alguna ocasión había tocado aquel glorioso instrumento de locos, bohemios y perdidos. Caminé por diversos pasillos, adentrándome en la penumbra más absoluta, y giré el pomo de la biblioteca. No era su corazón el que latía tras aquellos gruesos muros, levantados con arduo esfuerzo, y tampoco era su aroma el presente en aquella sala, sino alguien distinto.

Frente a mí se apareció una figura menuda, de caderas suaves y proporcinadas, cintura estrecha, espalda delicada y largos cabellos ondulados de un tono similar al mío. Tenía el pelo suelto, cayendo en cascada, rozando su hermosa camisa de chorreras cuyas mangas eran de encaje. Esas prendas ya no se hacen como antes, no tienen el poder que poseían en nuestra época. Poco a poco se convirtieron en disfraces y ropa de coleccionista. Sin embargo, él la lucía como si estuviese adherida a su piel. Sus dedos eran largos, como las patas de una araña, y se movían rápidos pellizcando las cuerdas y, en ocasiones, rasgando el arco contra éstas. Sus piernas estaban envueltas en unos pantalones antiguos, que ni siquiera yo había usado alguna vez, y unas botas similares a las que tanto amaba Lestat. Sin duda, era la moda clásica que él había vestido mucho antes de conocernos, antes de la Revolución Francesa, y en éstas tierras inhóspitas donde el viento es el único que clama.

Se giró rápido, provocando que un golpe de aire cerrara la pesada puerta que había detrás de mí, y entonces pude ver su rostro. Esos ojos café oscuro, con esos hilos dorados, tenían un marcado odio hacia mí, hacia el lugar donde se hallaba, pero también una amargura insondable. Sus finos rasgos, pese a ser masculinos, le daban un toque de muñeco perfecto. Parecía una de las marionetas de un teatro de pesadilla, pues poseía la belleza de un ángel y la presencia terrible de un demonio. Noté una energía pesada, oscura y tan densa que me oprimía el pecho. Su sonrisa era cruel, pero sus dientes parecían perlas. Tenía la frente ligeramente despejada, pues algunos mechones habían caído con gracia sobre ésta. Sus perfectas cejas castañas, casi negras, parecían haber sido cinceladas pelo por pelo.

El violín seguía sonando y él se movía hacia mí. Sus pasos no sonaban al principio, pero luego escuché a la perfección el tacón de la bota repicando como las campanas del infierno. Tuve miedo. Sabía quién era y qué era en ese momento. Él era Nicolas de Lenfent, un fantasma enloquecido, sediento quizás de una venganza que no tuvo en su momento. Me miraba furioso y yo fruncí el ceño, me abracé a mí mismo y rogué a un Dios en el que ya no creía. Quise gritar el nombre de Lestat, pero no salían mis palabras. Me sentí impactado por su demoníaca presencia.

—Dile que he venido y vendré cada noche. Tenemos una conversación pendiente desde hace siglos—dijo—. Dile que ésta vez no huya.

Quería hablar, pero no podía. Me lo impedía el miedo, aunque hice un esfuerzo atroz tragando saliva e intentando responder.

—¿Ésta vez?—pregunté al fin.

—Sí, a los dos—contestó justo antes de desvanecerse.

Sin embargo, la música seguía sonando. Una música terrible. El violín se movía frenético y giraba a mi alrededor, pero entonces, como si nada hubiese ocurrido, cesó y también se evaporó. Todo, incluso sus ropas, eran pura ilusión. Creí haberme vuelto loco, hasta que escuché los gritos de Lestat al otro extremo del pasillo, sus rápidas pisadas y sus palabras de preocupación.

—¡Louis! ¡Louis! ¡Dime que no te ha hecho nada! ¡Louis! ¡El castillo está infectado con su presencia! ¡Louis!—dijo abriendo la puerta, para atravesar la habitación y estrecharme.

Los libros cayeron de sus estantes, como si desearan sepultarnos, y entonces noté que ese aroma, denso y extraño, desapareció. Era olor a hollín y tierra mojada, como si un demonio hubiese estado llorando junto a una hoguera. De inmediato recordé un lugar del cual había escuchado por boca y palabras escritas de Lestat: El lugar de las brujas.

—No te separes de mí... abrázame fuerte... —fue lo último que dije antes de desplomarme.



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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt