Ashlar dejó ésto en el cuerpo de su mujer, minutos antes de morir.
Lestat de Lioncourt
Con un simple gesto, un beso, me
enamoré de ti y te hice tantas promesas como las estrellas del
firmamento. Me dejé llevar por tu erótico perfume de mujer. Puede
que haya tenido otras mujeres entre mis brazos, sólo tú eres la que
decidí tener para llegar al fin de mis días. Las olas de la playa
acariciaron nuestros cuerpos y la arena cubrió la desnudez. Nos
calentamos en un mundo frío, inhóspito y culpable de tantas plagas.
Eras tan inocente, bella y salvaje como un animal en mitad de la
naturaleza, imposible de retenerte demasiado tiempo y de contentar tu
alma libre con cualquier palabra vacía. En mi corazón había un
vacío terrible, pues la soledad me estaba matando cada esperanza y
tú lograste reanimarlas con tus dulces ojos verdes.
Mi seriedad, palabras tajantes y la
forma estricta de llevar algunos hábitos de mi vida te destruían.
Me mirabas cansada y harta de tantas miserias, secretos y silencios.
Pedías respuestas a tus celos y yo sólo sabía besar tu frente,
pegarte contra mi pecho e intentaba con todas mis fuerzas ofrecerte
el consuelo que ni siquiera yo podía tener. Había amado a otras,
era cierto, pero decidí quedarme contigo. Me encendía con tu rabia
y te convertías en fuego junto a mí. No puedo olvidar tus besos
apasionados bajo la llovizna. Eras salvaje tempestad, y yo tormenta
eléctrica. Pero no queda nada. Permitimos que nos asesinaran por
salvar lo mejor de ambos mundos, de tu pasión y mi sinceridad, que
eran nuestros hijos.
Miles de sueños se enterraron en
aquella arena, como si fueran huevos de tortuga que esperan el
momento adecuado para ofrecer una oportunidad al mundo. Las olas
acariciaron nuestros cuerpos hasta convertirse en golpes, tan
terribles como la realidad que terminó arrebatándonos las noches,
amaneceres y mañanas cálidas. En la playa aún pueden escucharse el
eco de las conchas, pero no de nuestras voces. Es como si jamás
hubiésemos estado allí. Nos hemos convertido en polvo de estrellas,
esas mismas que podía contar sobre tu piel y que se convirtieron en
metáfora absoluta de mis estúpidas esperanzas.
Ahora quiero llorar junto a ti,
abrazarte para que no sufras la soledad de éste frío invierno que
nos destroza. Ésta es la última carta. Te ves tan débil, ya casi
te apagas, y yo estoy empezando a dejar de notar mis dedos. Dejaré
éste papel entre los bolsillos de tu falda, acariciaré tus cabellos
una vez más y te convertirás en mi muñeca mágica, en esa que
podía sonreírme cuando hablaba de esperanza. Tú, mi niña dormida,
te llevas un pedazo terrible de mi corazón y mi alma.
Siempre me recordarás a mi tierra
natal, a la vida que una vez quise volver a tener, y a la que nunca
quise rechazar. Te secuestré porque no podía fingir mis deseos de
vivir junto a ti, de tenerte en mi cama y en mi corazón. Tus ojos
siempre serán la esperanza que nuestros hijos llevarán en sus
apasionadas venas de soñadores, inventores de historias y amantes de
la verdad. Amor mío, lo hicimos bien. Creo que lo hicimos bien.
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