Khayman mostró quien era en éstas líneas y Jesse me las ha hecho llegar.
Lestat de Lioncourt
La humanidad es extraña. He visto
cambiar el clima poco a poco, al igual que los rostros de las
ciudades y las esperanzas que se aguardan más allá de la alcoba.
Durante estos largos siglos he escuchado palabras vacías, pero
también guerras vacías y revoluciones carentes de espíritu. El
poder del dinero compra todo, salvo algunos sentimientos puros como
el amor o el respeto. Puedes imitar lo que sientes, pero no puedes
sentirlo ni demostrarlo con cada parte de tu cuerpo, con cada gesto
sencillo y cada pensamiento puro.
No es bueno echar la vista atrás
siempre, pero ocasionalmente me siento en las desoladas bancas,
escaleras o fuentes de los parques. Suelo viajar demasiado, así que
no importa el país o continente donde me encuentre. Sólo me siento
y medito mirando las estrellas, las cuales parecen ahora más
desgastadas que cuando era tan sólo un guerrero mortal.
Cuando era un niño solía divagar
sobre los dioses, espíritus y poderes que se ocultaban en la noche,
la música transcendental de la naturaleza y la fascinación que
tenía hacia todos nosotros, los humildes y pecadores mortales. De
fondo siempre escuchaba las viejas canciones de mi madre, acunando a
mis hermanos menores, y a mi padre intentando transmitir sus verdades
a mis hermanos mayores. Finalmente, cuando entré en el ejército,
pocos de mis hermanos estaban vivos, mi madre murió mucho antes que
yo pudiese tener algo de vello en la cara y mi padre poco después de
ser ordenado general. Sin embargo, seguía mirando las estrellas
cuando acampaba con el resto de mis compañeros, a los cuales
consideraba algo más que amigos y aliados.
El ser humano está desesperado y
desbordado. Ha dejado atrás parte de su alma por un pedazo de
territorio al que llamar hogar, ha puesto vallas enormes para que
otros no pueda contemplar sus muros, ha electrificado éstos para que
la soledad sea la única que pueda reinar con su avaricia, ha
aceptado guerras aún más injusta que las antiguas, come alimentos
que están envenenados y no muestra empatía hacia aquellos que
sufren escasez. El mismo ser humano que no quiere mirar atrás ni un
segundo, que no es capaz de resistir los argumentos de otras culturas
u opiniones igual de válidas que la suya, que se enfrenta a los
hechos históricos y niega a los jóvenes un futuro mejor porque
codicia demasiado. Vivimos en un mundo de gente extraña que
desconfía demasiado. Personas que no saben darle voz a los que
desean un mundo distinto, porque no es su pensamiento. La política,
los gobiernos y empresas, han corrompido el alma de los soñadores y
desechado a los que soñaban con alas para volar lejos de los muros.
El ser humano se ha convertido en su propio enemigo, provocando por
otro lado que los pocos hombres con alma pura, que siguen intentando
encontrarse consigo mismo y desconfían de su propia filosofía, sean
extraños seres que deambulan de un lado a otro sin encontrar un
lugar concreto donde descansar.
Hoy redacto éstas palabras en un
parque londinense, no muy lejos de uno de sus museos de historia más
conocidos, y en una hoja arrancada de una libreta que he adquirido a
últimas horas de la tarde. Soy un hombre demasiado blanco, pues
parezco una estatua viviente, con el cabello extremadamente oscuro y
largo, con ropas de simples y con anillos que recuerdan a los viejos
faraones. Disfruto de lo nuevo, lo viejo, los símbolos y lo simple.
Estoy aquí, escribiendo mis pensamientos con música fresca, joven y
actual recordándome que sigo vivo tras más de seis milenios. Sigo
vivo. Es curioso que la palabra “vivo” no se califique a los que
son como yo, que sea un mero chiste que te hace sonreír con cierta
ironía. Sin embargo, me siento vivo.
10 de Diciembre de 1996
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