Amor. El amor es tóxico veneno que nos
quita la razón y nos influye en cada uno de nuestros aspectos. Al
menos, así lo creen muchos. Para mí el amor es algo importante y
esencial para vivir. Comprendí que debía estar atado al amor,
secuestrado por éste, en cuanto lo vi. Puede que cometiera el peor
de los errores, aunque jamás me arrepentiré de ello.
Siempre quise ser feliz, pero jamás lo
seré. Soy consciente de ello. Mi mente es demasiado inquieta y no
puedo dejar de buscar nuevas oportunidades, sueños, respuestas,
objetivos y, por supuesto, metas. Me muevo por el mundo insatisfecho,
hambriento como un neófito que no ha bebido en días, y me dejo
seducir por cualquier propuesta. Soy rebelde, revolucionario, incapaz
de aceptar un no por respuesta y sabía que no hallaría consuelo en
cualquier lugar de éste mundo. No soy de echar raíces en un lugar
durante mucho tiempo y me encanta viajar, pero cuando lo conocí a él
todo cambió. Él me cambió.
Me recordaba a Nicolas, mi viejo amante
muerto en París. En el aire de sus calles, en la suciedad de sus
muros, en las estrellas que brillan bajo el asombro de los bohemios
están viajando sus cenizas, sus recuerdos, sus últimas palabras
como un eco terrible y también, como no, mis momentos de delirio y
ebriedad donde yacía entre sus brazos creyendo haber conquistado el
mundo. Si bien, mi mundo era un pequeño escenario sucio, de maderas
ligeramente podridas y que olía a sudor, polvos de maquillaje y sexo
entre bambalinas.
Su nombre era Louis, pero podía
haberse llamado Destino. Creo que fue el destino quien impuso que lo
conociera, como si fuese una mano mágica. El amor es terrible, se
sufre demasiado, pero sin amor no podemos vivir. Creo que incluso los
poetas desean amar, por mucho que digan que quien ama deja de crear
los versos más atractivos, rabiosos e importantes de su vida. El
amor nos moldea, nos llena de una felicidad, pero yo no me conformaba
sólo con el amor de Louis para ser feliz. Amaba Nueva Orleans y sus
posibilidades, el millar de almas que iban y venían, los arrabales
llenos de sabores distintos y aromas penetrantes. Yo era, y soy, un
amante de la vida, pero también soy la propia muerte con ropas
elegantes y sonrisa cautivadora.
Soy un tramposo, lo sé. Hice que él
aceptara mi oferta a cambio de soportarme, de darme un amor que
quizás no merecía, y a la vez me regaló los azotes necesarios
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