Lestat de Lioncourt
—¿Por qué no le ayudaste?—preguntó
de pie, en aquel balcón con esas luces parpadeantes de fondo. El
hotel era de lujo, céntrico y muy agradable. La ciudad aparecía
desplegándose bajo nosotros, con sus miserias y bondades, ruidosa,
calurosa y llena de rincones aún ocultos para mí.
Estábamos en Brasil. No sabía porqué
aquel hombre había decidido incluirme en una aventura así. David y
yo no nos conocíamos demasiado. Sólo habíamos escuchado bondades y
maldiciones de boca de Lestat. Él no estaba presente. Creo que había
salido al hall del hotel para coquetear con la recepcionista de piel
de chocolate, ojos inmensos y oscuros, para averiguar ciertos
detalles escabrosos de su jefe. Nada del otro mundo.
—¿Cómo iba a hacerlo?—interrogué—.
¿Dándole La Sangre otra vez? Sabía que si lo hacía no se
conformaría con ser un simple vampiro, querría ir tras ese ladrón
y acabaría muerto en menos tiempo que teniendo una larga vida—me
encogí de hombros y me abracé a mí mismo, para moverme por la
habitación como un animal salvaje encerrado.
—Es cierto, Louis—dijo echando la
cabeza hacia atrás, dejando que el viento acariciara sus cortos
cabellos revueltos, para luego mirarme a los ojos.
Sentí un escalofrío terrible. Ese
cuerpo joven, con esa alma anciana, me atraía como las moscas a la
miel. Quería verlo de cerca, observarlo y parar mis dedos por su
piel tostada. Lestat había ocupado ese cuerpo, lo había visto
animado por alguien amado, y sin embargo no había muesca alguna de
lo ocurrido. Era un ser distinto reconstruido con los mejores
materiales.
—Además, lo amo demasiado—admití—.
Sólo creía que como humano encontraría la felicidad que perdió
cuando Magnus, su creador, lo convirtió a la fuerza en uno de los
nuestros—. No mentía. Decía la verdad. Hablaba con el corazón en
mi mano—. Pensé que volvería a ser un actor, un músico o haría
cualquier cosa creativa que él deseara. Sabes que es imparable.
—Pero, ¿por qué no le dijiste ésto?
Sólo...
—Sólo le dije que sabía que saldría
bien librado, pero no como—dije interrumpiéndolo—. No soy
estúpido, David. Yo sé que él no me necesita realmente y sólo
entorpezco sus pasos.
—No es cierto, lo sabes.
Se alejó del balcón, entrando hasta
la sala donde me encontraba. Con cuidado, pero sin miedo, me tomó de
los brazos y me miró a los ojos. Sus manos eran las que una vez
Lestat puso sobre mí, pero se sentían distintas. Quise romper a
llorar, pero ya no era el tiempo ni el lugar.
—¿Cómo puedes saber lo que yo sé?
¿Cómo? ¿Acaso eres capaz de leer mi mente cerrada?—susurré con
una sonrisa amarga.
—No, Louis—sonrió encantador, como
siempre, para luego seguir hablando—. Puedo leer tu alma en esa
mirada ligeramente triste, apagada y desesperada porque él te mire y
sonría. Sólo quieres ver que sonría y que lo hace por ti, pero a
veces dudas. Las dudas son terribles y las conozco muy bien...
—¿Tú has dudado alguna vez de
alguien?—pregunté.
—Sí, y me arrepiento—afirmó.
—¿Puedo saber quién robó tu
corazón?
Yo me estaba abriendo, pero él no lo
hizo. Sólo me dejó caer que fue una mujer... David tenía su
corazón vendido a una mujer, la cual conocería años después.
—Es una ladrona que a veces voy a ver
sin que ella lo sepa...
No hay comentarios:
Publicar un comentario