Otro texto dedicado a la persona que se está ganando el cielo por soportarme. Y así sucede... las cosas mueren y nacen. Aunque hay veces que nacen para mostrarte cuan equivocado estabas.
Siempre pensó que el amor era para
perdedores, para aquellos que terminan atando sus acciones y
menguando sus pasiones. Opinaba que el amor mataba la razón y pudría
el juicio. Sin embargo, sentado al borde de aquella cama, cerca de
aquel cuerpo mancillado mil veces por sus sucias caricias, sintió un
vuelco en su corazón.
Sus cortos cabellos negros caían
revueltos sobre su frente, rozando sus perfectas cejas negras, y su
rostro, que aún permanecía perlado de sudor, poseía unas facciones
dignas de un santo. Pero ninguno de ellos lo era. Se convertían en
demonios salvajes en mitad de la oscuridad, aunque tan frágiles como
cualquier humano. Y ese cuerpo humano, esbelto y masculino, se había
convertido en un paraíso muy distinto al que cualquier otro conoce.
El humo del cigarrillo calmaba el
nerviosismo de esas estúpidas mariposas, pero no las mataba. No
lograba asfixiarlas. La nicotina no ahogaría ninguna de esas
sensaciones, ni esos pensamientos tan nefastos y menos la palabra que
paladeaba desde hacía más de cinco noches. Percatarse de todo lo
que sentía no fue sencillo, asumirlo fue aún más difícil y ahora
quedaba el amargo trance de pronunciar, con cierto temor, esa simple
frase.
El mayor de los demonios, el más
cínico e hipócrita, había caído en las redes de un muchacho que
rogaba por sus maliciosas atenciones. Se sentía condenado. Quería
huir. Sin embargo, allí estaba mirando a la nada e intentando decir
lo que sentía.
—Te amo—llegó a decir en un
murmullo que su pobre víctima, el ser que le había robado su
corazón, no pudo escuchar porque aún dormía.
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