Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 3 de febrero de 2016

El despertar del instinto

Oberon está mostrando su faceta más apasionada, o más bien, más desesperada. Se ha dado cuenta que las mujeres sólo les causa perjuicios y ha optado por algo que le da placer sin problemas. 

Lestat de Lioncourt


Cayó sobre él como una sombra. Sus impulsos primarios estaban cada vez más a flor de piel. Había intentado controlarse desde hacía algún tiempo, pero la necesidad de afecto y contacto hicieron mella en él. Cada día era una muesca más en las paredes invisibles de su joven alma, las cuales terminaban siendo surcos de feroces garras que desgarraban por completo su escasa paz. En los últimos días había percibido un cambio en sus deseos, enfocándose en aquel joven enfermero. Desde el primer día sintió que todo su cuerpo se tensaba y que su alma pedía, irremediablemente, que se concentrara en cada gesto.

Oberon había sufrido un abandono tras otro. Encerrado en aquel hospital sin remedio, como si hubiese caído sobre él una terrible maldición sólo por nacer, se sentía como un animal enjaulado. Realmente, eso era. Un monstruo de circo, un ser excepcional, al cual mantenían prácticamente aislado durante gran parte del día ofreciéndole atenciones, pero no cariño. ¿De qué servía las conversaciones banales enfocadas a sus recuerdos? ¿Para qué quería saber sobre el mundo exterior en las noticias de las once? ¿O porqué tenía que soportar que algunos tomaran pruebas de tejidos y le inspeccionaran como si fuese el mismísimo Gulliver? Sabía que era un ser extraordinario, el único espécimen macho que quedaba sobre la faz de la Tierra, que podía ser el eslabón perdido o un puente hacia una mejora genética para curar ciertas enfermedades, envejecimiento prematuro y diversas molestias que vienen con la edad.

Observar a ese muchacho, día tras día, se había convertido en su momento favorito. Podía espiarlo desde la pequeña ventana de su puerta, colocando sus largos dedos en el marco de ésta y deseando atravesar el pasillo para retenerlo entre sus brazos. Se había fijado en cada íntimo detalle como sus manos cuidadas, sin vello alguno en sus nudillos, y de uñas con manicura. También, por supuesto, en lo bien planchadas que estaban sus camisas blancas de cuello almidonado y su sonrisa limpia, sin atisbo de maldad, cuando salía o entraba de su vestuario. Podía incluso aspirar su suave y fresca colonia masculina, muy elegante y algo clásica para ser un joven de no más de veinticinco años.

Aquella tarde logró salir sin permiso, paseando por la galería. Ocasionalmente colaboraba con pacientes infantiles, conversando y jugando con ellos como si fuese parte del grupo de enfermos. Oberon seguía teniendo el corazón de un niño, pues los Taltos eran infantiles y amantes de las bromas. Pero aquella tarde, casi a punto de caer la noche, no había salido a leer cuento alguno o a soportar que las pequeñas pintaran su rostro con rotuladores. Él se había quedado oculto, en mitad de ese angosto pasillo, a la salida del joven.

El chico no lo esperaba y por ello ni gritó. No pudo más que contener el aliento antes de ser besado salvajemente por el Taltos. Las gigantescas manos desabrocharon su camisa, casi arrancándola de cuajo, mientras el enfermero luchaba por mantener la calma. Sin embargo, acabó cediendo colocando sus manos sobre el suave, y lechoso, rostro de Oberon.

El sexo con hombres no estaba limitado, ni provocaba daño alguno. No moriría aquel humano. Sólo ocurría con las mujeres. Podía estar libre de todo pesar, pues aquel acto pueril, filmado por las cámaras del pasillo, sólo tendría consecuencias de propagarse las imágenes entre los empleados.

Aquellas dos bocas se secuestraban mutuamente, los cuerpos quedaron ligeros de ropa y finalmente el muchacho quedó con el torso pegado a una de las pulcras paredes. Su pantalón cayó hasta sus tobillos, igual que su ropa interior, para finalmente ser penetrado con rabia y deseo. La lasciva lengua del Taltos acariciaba la nuca y el cuello del muchacho, sus cabellos dorados quedaban arremolinados en el puño izquierdo de la criatura, y sus glúteos sintiendo los azotes de aquella gigantesca mano. El ritmo se volvió sofocante, las palabras eran pura lujuria y Oberon dominaba con su impresionante altura, su destacada fuerza y sus desesperados instintos.

El delgado cuerpo del joven ni se movía, estaba siendo dominado por aquella imperiosa necesidad, y sus piernas temblaban casi sin poder sostenerse. Su miembro se rozaba contra la pared, logrando cierto alivio, mientras sus manos se extendían abiertas, hacia el techo, y a veces sus dedos se movían intentando mantener el equilibro y lograr apartarse, aunque fuese unos milímetros, del muro. El macho Taltos rugía cerca de su oído derecho, murmuraba tormentos placenteros y retorcidos, mientras él sólo rogaba, en voz quebradiza, que lo dominara aún más.

—Te daré de mi nutritiva leche—musitó saliendo de él, para empujarlo y arrodillarlo al suelo.

Durante unos segundos le miró a los ojos, tan claros como los suyos, y sonrió sutilmente satisfecho. Agarró mejor el cabello del joven, por el flequillo y con fuerza, mientras abría la boca y sacaba su lengua. Oberon no dudó en abofetearlo duramente, escupir en su cara y echarse a reír como un demonio. Pero acabó colándose en su boca, moviendo la cabeza de su frágil amante como si fuese un muñeco de ventriloquia, y salió de él para observarlo nuevamente. Tenía las mejillas encendidas, el sudor corría libre por su frente, y había lágrimas. Estaba llorando por el placer y el dolor ejercido contra él. Decidió colocar su glande entre sus labios y eyaculó, echando la cabeza hacia atrás y dejando que un largo gemido fuese arrancado de su garganta.


Las hembras traían complicaciones, los enfermeros eran fáciles de seducir cuando comprenden bien las reglas de tu juego.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt