Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 24 de marzo de 2016

Danza macabra

Hay escritos de Nicolas que se salvaron del paso del tiempo y del fuego. Todavía quedan memorias y a veces me siento confuso ¿se tiró al fuego o lo mató Armand? ¿Qué ocurrió con él?

Lestat de Lioncourt 



—¿Qué es esto que has escrito?—preguntó dejando sobre mi escritorio el pequeño guión que había redactado hacía un par de días.

Todos habían asumido su papel en la función y estaban deseosos de convertirse en los monstruos más hermosos que la fantasía pudiese crear. En las calles había rumores sobre nuestra verdadera raza y muchos se agolpaban en la puerta para poder ser testigos de nuestras obras. Querían averiguar si todo lo que hacíamos era fruto de ilusiones o eran terribles actos en mitad de un escenario mil veces manchado con sangre inocente. Armand había prohibido que matásemos frente a todos, pero el público pedía a gritos que mostrásemos los cadáveres una vez terminado el espectáculo como si fuesen rosas marchitas frente a la lápida de un cementerio. No matábamos sobre él, pero sí bajo los tablones, para luego alzar a la víctima como si fuera un ángel buscando la paz que no había encontrado en la tierra.

—Es una “Danza macabra”. Otra más—dije restándole importancia.

—Sé lo que es, pero es algo que ya no se estila—comentó apoyando sus delicadas manos sobre la mesa de rugosa madera. Era un escritorio pobre y miserable donde tenía que escribir casi a oscuras porque aquel lugar, ese maldito lugar, era demasiado pequeño para todos los que éramos. El grupo había aumentado debido a los rumores de actores y músicos vampíricos entre los nuestros.

—Por eso le he dado un punto de vista distinto—admití sin soberbia alguna pues sólo estaba siendo bastante sincero.

—Mucho más retorcido y cruel. Los mortales quedarán escandalizados y no regresarán al teatro. ¡Darás mala fama al lugar!—acabó gritando exasperado. Él únicamente veía problemas y yo veía barreras que me asfixiaban. La creatividad no tenía límites y él intentaba poner vallas. Era un inútil.

—Vendrán todos como polillas a la luz y quedarán tan fascinados que cada noche, cuando se alce el telón, querrán ver la función más sangrienta, cruel y temible que jamás hayamos representado—respondí dejando la pluma en el tintero para alzar mi rostro hacia él.

Aún escribía cuando él entró y seguí haciéndolo sin inmutarme, pero la conversación estaba llegando a unos límites que no me agradaban. Me llamaban loco y quizá lo estaba, pero él era un idiota que no podía controlar su miedo a ser descubierto. Ahora quería volver a ser amado y pasar por un humano más. ¿Y no era más humano colocarse un disfraz de vampiro y agitar la capa como ellos deseaban? Eso sí que era humano.

—¡Matar a un mortal frente a todos! ¡Cómo se te ocurre!—gritó.

—Muerte somos, Armand—parafraseé una cita de mi propia obra y me recosté en la apolillada silla que se mantenía en pie a duras penas. Esa misma noche la arrojaría a las llamas de la chimenea y vería como se consumía del mismo modo que lo hacían mis esperanzas en Lestat. Habían pasado algunos meses y él no parecía querer volver.

—Nicolas, quiero que evites que mis actores ejecuten esta obra—dijo intentando recobrar la calma.

—No lo haré. Nadie lo hará—dije desafiante.

—¡Soy el gerente!

—Y yo el artista y director. Aquí se hará lo que yo se diga—me incorporé rebasando su pequeña estatura de jovencito imberbe. Él levantó la cabeza y me miró con sus ojos castaños llenos de furia. No pude hacer otra cosa que carcajearme.

—Ojalá Lestat estuviese aquí para ver en qué te has convertido—respondió frunciendo el ceño.

—¿Y qué soy?—susurré inclinándome suavemente hacia él. Coloqué mis largos brazos sobre sus hombros y lo estreché contra mí. Mis dedos, largos como las patas de una araña peluda, juguetearon por sus sedosos cabellos castaño rojizos. Disfrutaba torturándolo de ese modo porque sabía que ansiaba que lo abrazaran y le dijeran que lo amaban—. Dímelo, Armand—dije en un tono ligeramente compasivo para empezar a destilar mi veneno—. ¿Acaso cometo peores delitos que los que tú has sembrado bajo París? ¿No soy igual de cruel que tú? ¿No fuiste tú quien me torturó durante varios días para que Lestat me buscase? Eres igual que todos aquí. No eres un santo y no pretendas que me crea esa pose de hombre bondadoso. Tú eres un demonio, un pecador, un estúpido más de este enjambre donde zumbamos todos recolectando la sangre de los mortales. No eres el ángel que una vez pintó tu dichoso maestro.

De inmediato me empujó contra la mesa derramando el tintero sobre mi obra inacabada. Su furia er la de un Titán y no se iba a conformar solamente con empujarme y gritarme. Vi en él un odio indescriptible.

—¡Quién te habló de Marius!

—He leído tu diario donde intentas recopilar tus recuerdos para no perderlos—dije mirándome mis largas y lacadas uñas de vampiro.

—¡Maldita perra infeliz!—vociferó igual que un pecador en mitad del Infierno.

—Oh, pobre muchachito... ¡Le han herido el corazón!—comenté colocándome en una pose dramática de chica en apuros.

—Me las pagarás... —siseó marchándose de la habitación dando un fuerte portazo.


Supongo que por eso me amputó las manos. No fue la única discusión, lo aseguro, pero creo que fue la peor de todas. Siempre discutíamos. Eleni intentaba calmarlo para que no hiciese una locura y a mí me apaciguaba hablándome de Rhoshmandes, Benedict y otros vampiros antiguos a los cuales no sabía ponerles rostro.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt