Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 26 de abril de 2016

Destrozando sentimientos

Yo soy Armand y lo mato, pero en parte comprendo que es un idiota y no aprende. Creo que Marius jamás aprenderá que no debe hacer ciertas cosas. ¡Ni yo las hago!

Lestat de Lioncourt 

—Recuerdo que me quedé contemplando su cuerpo recostado sobre el sofá. Parecía arrojado para un dios para nada benévolo como sacrificio y prueba de fe. Sus ojos de destellos violetas me destruyeron cualquier pensamiento racional y deseé arrojarme a sus pies para besarlos. Al fin había regresado al hogar después de horas luchando con un murmullo insufrible. Alguien me estaba volviendo loco e insistía en intervenir en mis noches más tranquilas. Ni siquiera pintar calmaba mis ánimos y algo en mí avivaba una cólera que había apaciguado hacia algún tiempo—esa pequeña confesión me hacía sentir celoso.

Marius jamás había tenido ese trato conmigo. Nunca me había mostrado un amor tan puro y un deseo tan palpable. Quería protegerlo y amarlo de un modo que no había siquiera pensado hacer conmigo. Me sentí desdichado de inmediato. Nosotros no éramos ya nada, ni siquiera maestro y alumno, pero algo en mí se quebró creando un vacío terrible en mi corazón y mis ojos se llenaron de lágrimas que no quería explicar. Si bien él no se percató. Él jamás se percata cuando hace daño.

—La voz de Benjamín sonaba con fuerza a través de los altavoces del ordenador portátil que estaba frente a él. Miré el aparato y deseé destruirlo en ese preciso instante. Pero él me miraba. Creo que se preguntaba si yo era uno de esos demonios que estaban aterrando al mundo, agitando sus cimientos y haciéndolos caer en un ataque terrorista y suicida. Si bien la pregunta no duró demasiado y ni siquiera la formuló en sus labios—dijo incorporándose de su asiento para caminar el pequeño espacio del sofá a la ventana.

Fuera la primavera había arrancado el frío y la humedad de las calles. Hacía una brisa agradable pero no estaba perfumada por las flores. No había jardines cercanos salvo el que yo tenía introducido en una parte de mi propiedad. Odiaba las ciudades tan grises y tristes en ese sentido, pero Nueva York había sido un buen refugio y no pensaba abandonarla.

—Durante noches nuestros encuentros fueron silenciosos. No somos hombres de hablar demasiado. Quizás eso salva nuestra relación. Somos ligeramente fríos en el trato pero apasionados cuando tomamos contacto directo—confesó.

—¡Ya basta!—grité furioso—¿Te estás burlando de mí? Si es así dímelo. Dímelo, maldito demonio—dije levantándome con furia de mi asiento. Él se giró mirándome conteniendo una ira indecible. Se había molestado porque le había interrumpido de ese modo—. Me haces daño. Yo aún te amo. Puede que no supiera bien qué era amar, pero ahora lo sé. Sé que amo todo lo que representas aunque yo ya no te intereso lo más mínimo. He rehecho mi vida, es cierto, igual que tú has hecho con la tuya, pues estás en tu derecho, pero no voy a permitir que vengas aquí a pisotear mis sentimientos para desahogarte. ¿Quieres desahogarte? ¡Vete a una iglesia y siéntate en un confesionario diciéndole todas estas estúpidas palabras a un sacerdote que no te creerá, te tomará por loco y podrás usarlo para alimentarte! ¡Por mí puedes decirle que eres el hijo del romano que mató a Cristo! ¡Ve y hazlo! ¡Pero a mí déjame en paz!

Marius miró mis ojos castaños mientras yo me derrumbaba cayendo de bruces contra el suelo de mármol. Mis lágrimas comenzaron a salpicar las baldosas y mis brazos temblaron como juncos en mitad de una tempestad. Él se aproximó a mí para intentar levantarme, pero lo rechacé de inmediato.

—¡Vete!—grité—. ¡Vete ahora mismo!


No levanté el rostro pues me negaba a ver su frialdad y desprecio ante mis lágrimas. Sabía actuar bien frente a todos hablando de protegerme junto a todo el legado de su sangre, pero yo era su peor creación. Sabía que me había aborrecido nada más ofrecerme la sangre en aquel momento tan peliagudo para mi vida. Estoy seguro que parte de su amor murió aquella misma noche mientras bebía de mí y me ofrecía el cáliz más amargo. Si bien la escasa luz que tenía en mis sueños, esperanzas y momentos de ensoñación mientras caminaba por Roma ahogado en la tragedia de una secta que odiaba, de unos principios que me asfixiaban, era él. Igual que ahora es él. La música de Antoine y Sybelle calman ligeramente mis demonios, pero siempre regresan por las mañanas transformándose en promesas que aún no han sido cumplidas y que jamás lo serán.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt