—Dicen que me parezco mucho a ti—dijo
tras varios minutos de silencio.
—Eso dicen—comenté apoyado en la
pared.
Estábamos en mitad de Nueva York.
Había logrado despistar a todos los escoltas que se habían
arremolinado junto a mí. Deseaba sentirme libre y aspirar la
libertad de una ciudad tóxica y barata en muchos aspectos. La caza
era fácil en las grandes ciudades porque siempre encuentras a
cretinos en cualquier rincón. No es necesario ser un gran cazador
para atrapar a una o dos víctimas. Mi sed de sangre seguía intacta
y el juego del cortejo era excitante, por eso estaba correteando por
callejones oscuros y bares de mala muerte. Él me había seguido.
Había sentido su presencia hacía varios minutos pero no dije nada.
—¿No lo crees?—preguntó mirándome
a los ojos.
—Eres mi hijo, sangre de mi sangre y
tienes un ADN similar, ¿por qué no iba a creerlo?—respondí
sonriendo.
Había descubierto que tenía un hijo
hacía tan sólo unos días. Era increíble contemplarlo. Me sentía
eufórico al saber que yo había logrado embarazar a su madre y
ofrecer al mundo un pedazo de mí, algo más que mis libros y las
cicatrices de mis aventuras. Sin embargo no sabía qué pensar en
cuanto a su alma. Él era una criatura distinta a mí aunque con un
envase similar y unos ojos llenos de rebeldía. Sabía que podía
llegar a ser impertinente como testarudo. Supongo que la cabezonería
es hereditaria. Gracias a diversas conversaciones supe que era un
chico aplicado, que amaba conocer y comprender, y que había llegado
a ser parte de una universidad elitista. Su forma de vestir era muy
distinta a la mía y parecía un chico modélico sólo en apariencia,
porque si rascabas el envoltorio tenías a un Lioncourt deseando
probarse ante cualquier peligro. Pero claro, eso tenía que
demostrarlo. Podía ser parecido, pero no idéntico. Por mucho que
dijeran que era mi clon no tenía porqué tener un alma idéntica.
—No lo sé, tal vez porque las almas
no se pueden fotocopiar—dijo echándose a reír.
En ese momento yo también me reí.
Habíamos pensado igual. Supuse que eso era algo habitual. Él estaba
acostumbrado a leer mis hazañas, a escuchar todo lo que yo había
hecho o dejado de hacer, pero yo no sabía mucho sobre su vida salvo
que vivió en un laboratorio, que su madre fue convertida y que
asumía que vivía rodeado de vampiros. No había tenido contacto con
muchos humanos y la oscuridad siempre le había rodeado como algo
habitual.
—¿Quieres parecerte a mí?—pregunté—.
No soy el mejor ejemplo a seguir.
—No, sólo quiero aprender a vivir
sin límites. Me han puesto muchos límites y me han dicho siempre lo
que debo o no debo hacer. Es complicado vivir así—se acercó a mí
quedando bajo la luz suave de una farola y me miró a los ojos—.
Lestat... me cuesta llamarte padre porque veo mi propio rostro.
Pareces mi hermano más que mi padre y no sabes nada de mí. Desearía
vivir contigo alguna aventura, alejarme de lo convencional y ser
parte del mundo. Ya no quiero vivir bajo las enseñanzas de Fareed o
Seth, tampoco quiero que mi madre me cuide como si fuera un
cachorrillo extraviado o Rose se preocupe continuamente por si soy
feliz a su lado. Claro que soy feliz al lado de Rose, que me gusta
que mi madre me quiera y los consejos de las personas que respeto.
Pero yo quiero compartir tiempo contigo.
“Compartir tiempo contigo”...
Admito que esas últimas palabras lo significaron todo. Comencé a
comprender que era lo que quería. Sólo deseaba estar pegado a mí
algún tiempo aunque sólo fuera algunas horas durante mis aventuras
nocturnas, deambular aunque fuese en silencio y comprender bien lo
que yo era. Porque es fácil leer todo lo que yo he hecho, pero
comprender todo es distinto. Yo no soy simple.
En ese momento sólo pude abrazarlo y
aceptar su propuesta en silencio. Viktor se quedaría a mi lado
aprendiendo de mí aunque siempre he pensado que el mejor maestro es
uno mismo.
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