Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 11 de abril de 2016

Diamantes malditos

Bueno aquí uno de los últimos archivos Talamasca divididos en dos. El segundo será publicado el domingo próximo y desde esa semana será intercalado con La Voz de la Tribu. 

Lestat de Lioncourt


La temporada de entrevistas radiofónicas había terminado hacía semanas y pronto se iniciaría una nueva etapa. Algunos invitados regresarían a ponerse frente al micrófono y otros, que aún no habían tenido la oportunidad de pronunciarse siquiera tras las quemas, lo harían por primera vez ante un público que esperaba ansioso tras las líneas telefónicas y las diversas redes sociales que ahora se estaban poniendo incluso de moda entre los vampiros más antiguos y reacios. Si Lestat empezaba a movilizarse por ciertas páginas, ¿por qué ellos no? Parecía que el pistoletazo de salida de los vampiros al mundo tecnológico ya era imparable aunque muchos llevaban años corriendo por sus numerosas vías.

Benjamín nos había hecho llamar porque deseaba mostrarnos algo. Pensé que era simplemente el nuevo equipo y el listado de vampiros que vendrían al edificio de Nueva York donde se situaba la radio, aunque estábamos pensando en un emplazamiento más seguro y cómodo por si algún inmortal quería acompañarnos más allá de la aplicación móvil o desde la web. Si bien todavía todo estaba allí y no sospeché nada hasta que abrí la puerta.

—Daniel, bienvenido—dijo acomodando sus numerosos y revoltosos rizos negros—. ¿No viene el señor Talbot contigo?—preguntó al ver que venía solo y con las manos vacías.

—Dijo que vendría con Jesse porque el templo está prácticamente construido y ha decidido dejar las obras bajo supervisión de Thorne—expliqué echando hacia atrás mi flequillo para luego meter mis manos en los bolsillos del cómodo pantalón ancho que llevaba. Odiaba la ropa estrecha y formal, detestaba la uniformidad, pero admitía que para algunos fuese necesario llevar ropa formal por distinguirse del resto o porque le recordaba a su vida pasada. ¿No estaba yo vinculado de algún modo a los tejanos rotos y deslavados? ¿No seguía vistiendo camisetas blancas y chalecos oscuros? Era lo mismo.

—Maravilloso—comentó tomando asiento en su habitual silla tras el micrófono.

—¿Hoy no hay sesión de radio? ¿Has llamado para enseñar el nuevo equipo?—pregunté husmeando—. Ocasionalmente dejas que Sybelle toque para el público y explicas la pieza, pero hoy ni siquiera está ella por aquí.

—Es porque lo que vamos a tratar no deseo que ella lo sepa. No quiero que conozca que aún sigo teniendo ciertos hábitos...—carraspeó dirigiendo su mirada hacia otro lugar de la sala.

Conocía bien sus “hábitos” no porque los hubiese leído en las memorias de Armand, sino porque había visto sus sutiles técnicas a la hora de hurtar algunas obras de arte, utensilios de valor, joyas y tecnología. Era un ladrón hábil cuando era un simple mortal y ahora siendo vampiro podía considerarse todo experto.

—¿Hablas de tu amor por lo ajeno?—pregunté con una ligera sonrisa.

—Es una enfermedad y se llama cleptomanía—dijo excusándose.

—Marius lo llama dedos largos y pegajosos—recordé como lo había dicho en cierta ocasión mientras se reía. Para nuestro maestro, porque eso era para mí Marius, era muy fácil reírse de nuestras “travesuras” a espaldas de todos nosotros. Lestat era para él “El príncipe malcriado” y Armand a veces era tachado de pequeño diablo, aunque solía hablar de ambos con un cariño y una entrega que en ocasiones me provocaba ciertos celos.

—El amo puede llamarlo como quiera, pero es una enfermedad—aseguró.

—Como sea, ¿qué es lo que sucede?—pregunté intentando volver a la historia que deseaba revelarme.

—Entré en una mansión hace algunas noches. Era invitado de honor porque un buen amigo habló maravillas de mi programa a un noble benefactor—dijo tomando el sombrero que se encontraba en la mesa, lo acomodó sobre su cabeza y se reclinó en la silla.

—¿Cómo de noble?—interrogué.

—Digamos que noble es algo metafórico—susurró jugueteando con algunos folios disgregados sobre la mesa.

—¿Mafia?—era lo único que se me ocurrió en ese momento. Nueva York aún tenía su mafia oculta, y no tan oculta, por las calles haciendo sus negocios turbios y sus pequeños trapicheos con narcotraficantes de medio pelo. La ciudad no era tan fabulosa ni un claro ejemplo de libertad, prosperidad y buen hacer. Incluso muchos policías caían tentados en el encanto de un suculento sueldo extra.

—Sí, la vieja mafia rusa instalada aún en las calles de esta ciudad—dijo brevemente.

—Explícame más—pedí. Había despertado mi instinto periodístico y quería seguir con la noticia. No me importaba si llegábamos a un callejón sin salida porque quería más. Mi mente echó a volar imaginando la vivienda, los cuadros, las joyas y todo lo que en esa fiesta se había desplegado con la opulencia clásica de un ruso poderoso.

Armand era así. Amaba el arte, las joyas y el oro. Cada habitación poseía una belleza propia de una mansión del siglo XV y XVI con las comodidades actuales. Tenía un estilo definido y un amor por lo sobrecargado sin ser excesivo hasta llegar a ser asfixiante o abrumador.

—Los detalles cuando venga David, por favor—dijo.

Me senté junto a él pensando que tardaría horas en llegar y el silencio sería una tortura. Benjamín y yo no teníamos mucho que hablar. No éramos demasiado compatibles. Él admiraba en secreto a Armand y lo amaba pese a las discusiones. Yo deseaba despegarme del pelirrojo por miedo a los recuerdos, porque cada discusión para mí era una herida y porque ya no aceptaba sus órdenes. Sin embargo, David interrumpió en la sala con Jesse colgada de su brazo derecho. Ambos parecían estar agotados y algo mareados por el intenso viaje por los cielos nocturnos.

—Sé que ha sido precipitado llamaros—comentó—. Sobre todo porque había llegado un correo electrónico con tu nueva situación, Talbot.

—David, sabes que no debes ser formal para ser cordial conmigo—dijo soltando a su compañera mientras se aproximaba a la mesa—. ¿Qué ha ocurrido? ¿El programa comienza esta noche? Pensé que no era hasta la semana próxima que...

—He encontrado un objeto maldito y he decidido que debes verlo. Quiero que lo investiguéis antes de poder devolverlo a su lugar. Necesito saber si es cierto—dijo metiendo su pequeña mano derecha en su bolsillo derecho, para luego colocar sobre la mesa un collar bastante deslumbrante por los diamantes que tenía engarzados.

Eran diamantes rojos y blancos muy puros engarzados en una placa de oro. Nada más verlos deseé tocarlos, pero me contuve por lo que él había dicho. Una maldición recaía sobre esas piedras y yo había aprendido de David Talbot que no se debe tocar un objeto como ese sin antes saber las consecuencias.

—Existen numerosos objetos que dicen que están malditos, pero es superchería. Pocos son los que realmente están destinados a ser malditos por siempre, los cuales incluso una vez destruidos pueden conservar sus restos algo de su poder—dijo apoyándose en la mesa para observar bien la pieza.

—¿De dónde has sacado ese colgante?—preguntó Jesse.

—Lo tenía un mafioso ruso que fui a visitar hace unas noches. Mi amigo Mateo me lo presentó—contestó Benjamín.

—¿El del teatro?—pregunté yo recordando su amplia lista de amigos. Una vez me presentó algunos en una cena de gala donde estuvimos algunos inmortales. Jamás bebí de tantos cuellos como aquella noche. Sentí que la bacanal me llevó al cielo y a los infiernos cuando desperté aún aturdido por las drogas y el alcohol diluido en la sangre de aquellos mortales—¿Ese Mateo?

—Sí, pero lo que cuenta es la historia de la joya que...

—Dicen que fue creada para una noble inglesa como muestra de amor y afecto de un burgués. Era un joyero afamado y provenía de una casa noble, pero al ser el tercero de los hermanos tuvo que elegir entre el monasterio o hacer buenos e interesantes negocios. Optó por una vida llena de opulencia y oportunidades. Muchos decían que había hecho un pacto con un diablo porque logró invertir en numerosas empresas, algunas náuticas, que le reportaron grandes beneficios—explicó Jesse recordando la historia pues la conocía de los archivos de Talamasca—. Consiguió una joyería muy antigua y la hizo la más reputada de todo el país, muchos iban a comprar sus anillos de compromiso a su tienda. Él trabajaba con el orfebre y aprendió el oficio sólo por diversión. Realizó la joya en una sola noche, según cuenta la leyenda de esta pieza, y fue entregada a la mujer que amaba, aunque estaba casada. Durante algún tiempo estuvieron viéndose hasta que terminó decapitada por su marido tras conocer el romance—guardó silencio al sentir que todos la mirábamos a ella y no a la joya—. Mujer que se pone esa joya mujer que termina muerta. Ninguna mujer en su sano juicio se pondría esa piedra... además dicen que los diamantes rojos no lo eran tales, sino tan blancos como los otros que hacen juego en la pieza.




Continuará... 

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Lestat de Lioncourt