Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 20 de julio de 2016

Ajedrez

En realidad todos amamos a Armand de algún modo. Me uno a los comentarios de Landen. 



Lestat de Lioncourt





Estaba frente a un tablero de ajedrez observando cada una de sus piezas. Me preguntaba si este mismo tablero era el descrito en aquella importante reunión en la cual no participé. Pensé en todos los que estaban vivos entonces y ahora eran humo y cenizas. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al pensar que Santino, aquel creyente convertido en descreído, había tocado alguno de los peones y sonreído con malicia al saber que ganaba ante su pupilo.

Por un sólo instante recordé su rostro envuelto en aquella maraña de cabello negro salvaje y restos de barba. Esos ojos oscuros comenzaron a perseguirme. Pensé que quizá su espíritu ahora nos rondaba vigilando con cierto dolor, rabia, odio y peligrosas ambiciones. Pero luego vino a mí su imagen recorriendo Roma disfrutando de ser un hombre sin fe, usando su magnífico cerebro y su encanto.

—¿Piensas en Santino?—la voz de Armand me alarmó. No lo había sentido llegar porque estaba demasiado concentrado en las piezas de ese ancestral juego.

—A veces—dije sin mirarlo. Estaba dándole la espalda porque me encontraba en el lugar opuesto a la puerta de entrada—. Hoy más que nunca.

—Tal vez porque estás ante su juego favorito—sus pasos sonaron sobre las pulidas y pulcras baldosas de mármol, rodeó la pequeña mesa donde estaba el tablero y se sentó frente a mí.

—¿Es el mismo que usasteis aquella vez?—pregunté colocando el dedo índice y corazón de mi mano derecha sobre la torre, acariciándola suavemente, para luego agarrar uno de los peones y observarlos de cerca.

—Sí, es el mismo. Lo conservo—aseguró—. Jugué con él y con Khayman. También recuerdo que estuvieron jugando Marius contra Maharet y ella con Pandora—sonrió riéndose bajo—. Adivina quien tuvo peor perder de todos.

—Marius—respondí tras una enorme risotada.

—Yo siempre pienso en Santino. Sobre todo pienso en sus palabras cuando creía que yo estaba muerto—susurró descendiendo sus párpados entretanto se echaba contra el respaldo de la silla donde se había acomodado.

—Siempre voy a la misma cafetería, ¿sabes? Pido mi periódico, mi café, me siento en la misma mesa, me quito los botones de la chaqueta y observo a todos los que van y vienen. Me gusta observar a los humanos. Me quedo con algunos detalles, los más extraños o los más comunes, leo mis noticias entretanto y olfateo mi taza de café—aquello hizo que me mirara con cierta curiosidad—. Hago todo eso pensando en todos los años que me basé en una fe estúpida a la cual nos aferramos por miedo. Como se aferra el moribundo antes de morir y el beato durante toda su vida. Pero entonces llega la muerte y te dice al oído que nada de eso existe—solté el peón en su lugar dando un leve suspiro—. Él, tú, otros tantos y yo perdimos el tiempo ¿sabes? Cuando él se alejó de la fe y se basó únicamente en la filosofía, dejando atrás sus teorías sobre el Diablo y Dios, se paseaba por toda Roma con elegantes trajes hechos a su medida y bonitos anillos de oro. Podías verlo con el cabello recogido o suelto como uno de esos chicos salvajes de la moda. Era una aparición interesante que alguna vez vi, pero no logré acercarme porque parecía no querer saber de nadie. De nadie de su pasado—le miré a los ojos mientras me inclinaba hacia delante con una sonrisa descarada—. De nadie que no fuera su Armand. Que no fuese ese ángel misterioso de alas negras tan tupidas. Ese muchacho que le hacía suspirar y desear con cierta rabia. ¿De verdad no conocías su secreto? Lo gritaba, Armand. Gritaba constantemente que te amaba con sus acciones. ¿Por qué crees que te salvó? Al verte algo en él se derrumbó como se derrumbó Babel—di un leve golpecito en la mesa y me incorporé—. Si alguien te ha amado en este mundo, por encima incluso de Marius, ha sido él.

De inmediato empezó a llorar en silencio y yo me sentí culpable, pero sólo le había dicho la verdad. Él era un niño aún que no se percataba de todo lo que le rodeaba y de los sentimientos de los demás. Quería amar y ser amado, sin embargo no sabía aún jugar al juego. Salí de detrás de la mesa, la rodeé y me coloqué a su lado tomándole del rostro para besar sus labios mientras tocaba sus lágrimas sanguinolentas con las yemas de los dedos. Mi lengua se hundió en su boca atravesando su carnosa entrada y envolviéndome rápidamente con la suya. Fue un beso libre y apasionado que a su término lo dejó confuso.

—Incluso yo te amo y deseo—susurré—. Ah, Armand. Haces que todos caigamos como idiotas ante ti y ni te percatas.

—Landen... —balbuceó.


—Estaré con los demás, en la reunión, espero que vengas con otro ánimo—solté una ligera carajada—. Y si ves al fantasma de Santino dile que mis intenciones contigo no son peligrosas, pues sé que hay un violinista que muere por ti y tú por él. Aún así te vigilaré para que Rhosh nunca te haga daño—aseguré antes de marcharme.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt