Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 19 de julio de 2016

Ambición

Esto me da una idea de por qué Enkil era como era... ¡Ah! ¡No estaba celoso porque Akasha me hiciese caso sino porque temía perder su poder! 

Lestat de Lincourt 



—Harás que nos lleve a la ruina. Los dioses caerán sobre nosotros con numerosas plagas—dije entrando en la sala del trono.

Sólo estaba él. Había mandado a los guardias a marcharse. Los esclavos que estaban a su lado, agasajando con dátiles su tentadora boca y abanicando su esbelta figura bronceada, no dirían nada de lo que allí sucedería porque temerían por sus vidas, o más bien por perder la cabeza de un corte rápido con una de nuestras khopesh.

—Me ha dado un varón—respondió algo perdido en sus pensamientos.

Eso era todo. Tenía un heredero digno a ojos de todos aunque en privado era esclavo de pasiones muy diferentes a las que la mayoría podía llegar a pensar. Él era la meretriz digna de un guerrero cansado y sediento. Aquel gobernante sereno de ojos frívolos era sin duda el amante más apasionado, pese a lo dócil, que podía tener un hombre.

—¡Ni siquiera lleva tu sangre!—exclamé furioso.

Había oído los próximos planes de Akasha. Ella se los había comentado a su verdadero amante, el padre de su hijo, mientras ambos se bañaban con leche de burra y pétalos de rosas. Estaba extasiada de poder y descontrolada por el deseo por eso tenía la lengua tan suelta.

—¿Importa?—preguntó incorporándose para descender los tres escasos peldaños del trono para caminar hasta mí. Sus esclavos lo siguieron raudos, pero él los detuvo. Quería mirarme como un igual y no como el rey de todo lo que alcanzaba la vista.

—Enkil, nos va a matar a todos—dije apretando los puños para no empujarlo o golpearlo—. Hará que los dioses del Nilo se ponga en contra nuestra y nos den años de hambruna.

—No seas mal agorero—musitó riendo bajo. Sus manos rápidamente se colocaron sobre mis fuertes hombros, más robustos que los suyos, para luego acercar su boca a la mía como si fuera a besarme, pero se detuvo. Amaba ese juego. Me tentaba para intentar que pensara en algo más que la guerra, el pueblo y los heridos espíritus. Siempre lo hacía y me estaba empezando a cansar.

—Ahora desea ir contra las poderosas hechiceras pelirrojas—contesté tomándolo de las muñecas para quitar sus manos de mi cuerpo.

—Está en su derecho—dijo tensándose mientras forcejeaba para liberarse—. Son nuestras tierras—añadió con rabia cuando logró soltarse.

—¿Qué?—dije con sorpresa—. Esas tierras pertenecen a los espíritus y nosotros las estamos deseando ocupar—respondí mirándolo serio—. Si vamos allí la muerte nos perseguirá y nos acabará alcanzando. Deja a esas mujeres en paz—advertí con miedo. Temía las consecuencias de nuestros actos, pero él parecía ajeno a todo.

—No—respondió.

—Enkil, esa mujer está haciéndote perder el juicio. ¡Y ni siquiera la amas!—acabé explotando, como era habitual.

—¿Cómo crees eso? ¿Por qué crees que no amo a mi mujer?—preguntó con los ojos vidriosos porque estaba a punto de romper a llorar. Esa escultura perfecta, aunque varios centímetros más bajo que yo, con la piel tostada y los labios carnosos era tan tentadora como venenosa. Esas preguntas no debieron jamás ser pronunciadas porque eran como el aguijón de un escorpión: me habían picado ofreciéndome su veneno.

—No me buscarías a mí en mitad de la noche para cabalgar algo más que tu caballo—tomé su rostro entre mis manos apretando mis dedos y él al fin rompió a llorar—. Pero algún día, por no cumplir los deseos del único que calma tu corazón y sacia tu vulgar sed, perderás todo. No tendrás reino, no tendrás amante, no tendrás nada a lo que aferrarte y finalmente caerás como caen los dioses que olvidan que hay otros más fuertes e ingobernables.

—Eres un insolente... —dio un paso atrás, pero no pudo bajar la mirada. Estaba contaminado. Quería saber si aún le amaba o la profecía era un hecho.

—Y tú una ramera que se ha vendido al poder—dije soltándole el rostro para luego golpearle con fuerza. Un sonoro bofetón hizo que todos sus esclavos miraran con suma curiosidad mis manos y mi mirada fúrica—. Un príncipe jamás debe olvidar que le debe su trono al pueblo y a los dioses—susurré antes de marcharme.

Esa misma noche vino a mi dormitorio buscando mis caricias. Se subió a mi cama, mordió mis pezones y lamió mi vientre hasta más allá de mi ombligo. Pude notar su boca rodeado mi glande y su lengua acariciando el meato. Mis manos se aferraron a sus mechones y mis caderas se movieron serpenteando sobre el lecho. Después de un buen rato dejándole luchar contra mi erección únicamente con su boca decidí tirarlo al suelo, penetrarlo con fuerza y susurrarle las palabras más sucias y dolientes que conocía.

—No eres rey, eres ramera—dije—. Una ramera que tiene miedo de ser derrocada, de tener que malvivir sin su trono... Una puta bien entrenada que busca amoríos entre los hombres de su ejército, pero que no es capaz de ser fiel ni a su gran amor ni a su pueblo—musité mientras jadeaba. Él llegó al orgasmo y yo salí para dejar que mi semen manchara su rostro—. Te mereces mi desprecio porque te lo estás ganando a pulso, pero de momento ten lo que tanto deseas.

Él comenzó a llorar encogido en el suelo. Sabía que me estaba perdiendo. “El Bejamín del Diablo” estaba surgiendo como el rugido de un animal salvaje.   

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Lestat de Lioncourt