Rhosh es un hombre extraño y su amistad con Magnus venía de antiguo. Pero, ¿me ha llamado hidra?
Lestat de Lioncourt
—Dame la vida eterna—dijo entrando
en mi amplio salón donde aún me encontraba meditando sobre la
última partida de ajedrez que habíamos disputado. Estaba de pie
frente a uno de los enormes ventanales de la fortificación donde nos
recluíamos.
Mi prole era amplia. Tenía numerosos
hijos y todos ellos seguían mis reglas. La mayoría eran viejos
músicos, escribas e incluso había algún guerrero. El más hermoso
de todos era un joven monje que arranqué de la abadía, mantuve
oculto y convertí cuando creí conveniente. Benedict era mi última
creación y la más amada. Todos sabían que mi corazón era suyo,
que mi alma estaba unida a la del joven, y Magnus sentía ciertos
celos.
—No puedo—expliqué—. Conoces las
reglas, alquimista.
—No crear monstruos
horribles—susurró—. Ya que Lucifer es hermoso, el resto también.
La prole oscura, la peste inmortal, debe hacer gala de la maldad que
posee las sombras. Una maldad hermosa e idílica. Ah... cuánto
egocentrismo y petulancia innecesaria—dijo aproximándose hasta
donde me encontraba.
—No existe Lucifer—sentencié—.
Pero es cierto que se necesita belleza y fortaleza física como regla
fundamental.
—¿Y quién ideó las reglas?
Malditas reglas—masculló.
Miré de soslayo su cuerpo deforme,
aquella pequeña joroba era escandalosa bajo su túnica raída, y sus
ojos pequeños y brillantes como los de una urraca. Apenas podía
mirarse sin asco cada pliegue de su rostro y su sonrisa torcida de
escasos dientes amarillos y podridos. Era horrible. Físicamente era
detestable, pero como alquimista era de los mejores que podían
existir no sólo en la región, sino en todo el continente. Jamás vi
un hombre tan inteligente.
—No puedo hablar de ello, amigo
mío—dije colocando mi diestra sobre su hombro.
—Conseguiré ser como tú y derrocaré
las reglas impuestas.
Me hizo reír. Realmente me carcajeé
durante horas sobre su fantasía, pero finalmente lo hizo realidad
secuestrando a Benedict, robando su sangre y convirtiéndose, tras
una transfusión, en un vampiro similar a todos y cada uno de mis
hijos. Aquello fue terrible. No fui tras él pues lo advirtió y de
algún modo me hizo feliz. Él logró su objetivo y yo no tuve que
negar más a un buen hombre vivir para siempre, aunque finalmente
decidió crear a un monstruo que se convertiría en la hidra que
arrasó París y luego el mundo entero. No importa cuánto lo ataquen porque vuelve nuevamente con mayores podres y deseos de destrucción.
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