Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 23 de julio de 2016

Otra vez

Estas son unas memorias donde de nuevo Merrick regresa tras mucho tiempo en silencio. Sus memorias son algo escasas, pero hay que darle vida a estas para que no caiga en el olvido. 


Os dejamos la primera parte:

Lestat de Lioncourt 




Nos habíamos trasladado a San Francisco. Lestat había logrado que Nueva Orleans fuese como la Meca de una nueva religión cuyos fanáticos rodeaba su casa para dejar flores, cartas y diversas manifestaciones de amor y entrega. Era peligroso estar por allí. Muchos sabían que no éramos humanos y algunos nos atacaban para fines menos idílicos que un autógrafo, un apretón de manos o una fotografía juntos. Había quienes querían matar a los vampiros, los sacrílegos borregos de Lucifer, que campaban a sus anchas por las tierras benditas de Dios. Una estupidez. Yo aún sigo pensando que todo eso del demonio era una alucinación o la burla de un espíritu demasiado poderoso, pero quién sabe. Tal vez sí existe Dios y el Diablo pero no son como creemos. No lo sé.

Habíamos tomado algunas de nuestras cosas, no todas, y nos atrincheramos en una ciudad que no conocía la calma pero tampoco era un avispero. Louis parecía inquieto. Tenía nuevos poderes que no controlaba y lo de Claudia le había pasado factura. Estaba más encerrado en sí mismo y buscaba respuestas a problemas existenciales en libros de todo tipo. Merrick parecía una fiera enjaulada. A veces se aproximaba a mí para ofrecerme consuelo y en pocos minutos su consuelo eran quejas. Por mi parte intentaba indagar más sobre el origen de nuestro poder, “La Fuente” como solía llamarla, y la historia que habíamos tejido unos con otros. Éramos una red de pescar que seguía a la deriva sin saber bien si lográbamos atrapar algo valioso o no. Lestat iba y venía. Nunca se ha quedado en un lugar mucho tiempo. Además, es un hombre inquieto con negocios en todo el mundo aunque, claro está, no llega ni llegará al volumen empresarial que posee Armand.

Esa noche me había quedado en casa. Creí que Louis y Merrick habían tomado la decisión de salir juntos a cazar, algo poco común en ambos. Eran solitarios cuando jugaban con sus víctimas. Yo prefería incluso ayunar algunos días hasta hallar el apropiado. Quizá soy más parecido a Lestat. Me gusta coquetear con la muerte, darme a desear y luego abalanzarme. No soy de víctimas diarias.

Ella había decidido perderse en el hermoso vampiro de cabello negro que le había dado la eternidad, así como hundirse en esos ojos verdes, que guardaban entre ellos el alma agonizante de un mortal. La melancolía los unía constantemente, tanto que hacia que la compañía del contrario le resultara como un suave bálsamo para su tormento.

El teléfono sonó a eso de media noche. Estaba encerrado en mi despacho amontonando carpetas, desempolvando recuerdos y sintiendo cierta nostalgia de ser el director de una orden de detectives tan importante como es Talamasca. Suspiré hondamente antes de contestar. Podía ser cualquiera de los vampiros que tan bien conocíamos, incluso algún brujo que había conseguido mi número para que le ayudara con algún espíritu. Todavía tenía contactos.

—David—esa voz hizo que de inmediato me sobresaltara. Una voz femenina y poderosa proveniente del otro lado del charco, o quizá del otro lado el mundo, porque Jesse Reeves también recorría estas tierras de hombres y demonios, este lugar donde los espíritus aún poseían poderes insospechados y para nada inocuos, donde el bien y el mal sólo son palabras básicas para lo que puedes llegar a encontrar.

—Jesse, encanto—dije sonriendo. Me alegraba de escucharla. Siempre era un placer poder hablar con alguien que significó tanto para mí durante algunos años. Me apoyé en ella y ella en mí, además tuvimos cierto flirteo que desembocó en noches de apasionado sexo. Aunque, para ser totalmente sincero, ella era una tierna jovencita y yo un hombre que peinaba algo más que canas. No fue nada serio, pero la química aún existía y eso alegraba en cierta medida mis noches más amargas. Esas noches en las cuales Merrick me azotaba con su indiferencia—. ¿Sucede algo? Hace semanas que no hablamos.

—Hace casi un mes que no contacto contigo porque he estado muy ocupada donde Maharet. Allí la línea telefónica es un asco, pero he conseguido tener Internet de algún modo—soltó una carcajada—. Y teléfono. Al fin tenemos teléfono.

—Podremos contactar más seguido—comenté—. ¿Para eso me llamabas?

—No, sólo quería escuchar tu voz. Extraño nuestras viejas conversaciones a solas...—su tono de voz me sugirió que echaba de menos algo más que mi voz. Mi presencia siempre lograba sosegar sus miedos e introducirla en delirios más allá de la simple lujuria. Ella me lo había dicho miles de veces—. A veces sueño con los dos, ¿sabes? Recorriendo este mundo juntos, codo con codo, luchando contra misterios y dejando que esa chispa vuelva.

—Esa chispa que ambos teníamos...—dije sonriendo como el crápula que podía llegar a ser. Las chicas jóvenes me atraían. De hecho, me atraía cualquier joven de indistinto sexo. Era placentero ver como te tenían como un profesor entregado, un hombre dado al conocimiento y a ofrecer su apoyo más allá de la moralidad permitida—. Me vas a llamar canalla, pero acabo de recordar esa noche en la cual explotamos como dos pequeñas bombas de racimo.

—El sexo fue maravilloso, David—casi pude escucharla ronronear tras el otro lado del teléfono—. ¿Por qué no te vienes a vivir conmigo?

—¿Vivir juntos? No podría dejar todo esto—dije—. Aunque lo he pensado—admití.

—Piénsalo mejor y llámame. Ahora debo ponerme con algunos asuntos—comentó—. Sólo quería lanzarte la oferta.

—Es tentadora la oferta, pero...—suspiré reclinándome en el respaldo—. Ya sabes...

—Lo sé. Te dejo—dijo.

—Adiós, Jesse. Te llamaré mañana para hablar con menos prisas—susurré antes de colgar el teléfono.


No obstante, todo lo que creía era falso. Tras la puerta estaba ella, la mujer que más me había amado y odiado. Pese a que Louis era capaz de contenerla y comprender sus sentimientos, sus pensamientos volvían al mismo trecho de siempre. Regresaban a mí. En ocasiones la voz de su cabeza se preguntaba si era ella quién se había equivocado en esa relación. Si era culpa de ella misma el haber terminado guardando tanto rencor. Un deje de culpa apareció en su pecho al recordar la manera que habían terminado las últimas conversaciones conmigo. Cuando se acercaba con intenciones de animarme pero terminaba echándome en cara todo el dolor que la atormentaba inevitablemente cada día de su existencia inmortal, porque a pesar de todo, ella sabía que no se estaba comportando de la mejor manera. Sin embargo, acepto que soy un desgraciado y un cobarde. Quizá jamás lo dije firmemente frente a ella, puede que el miedo me carcomiera el alma cada segundo como si fuera una termita o un extraño parásito, pero no es algo que yo no haya aceptado desde el principio. En esa relación no era ella quien fallaba. Quien empezó el debacle era yo.


Como he dicho había escuchado todo, pues decidió volver antes debido a una necesidad, casi imperiosa, de verme para ofrecerme una disculpa por las últimas discusiones. No necesitaba más que unas pocas palabras para encender la furia que siempre conservaba aunque fueran sólo ascuas. Odiaba la acaramelada voz que usaba con Jesse, una voz que admito que sólo debía haberla usado con la única mujer que logró arrancarme del todo el corazón... con Merrick.

Una vez notó que la llamada había finalizado, aquella diosa vudú, hizo acto de presencia como un torbellino. Sus ojos eran dos bolas de fuego del color de una esperanza que ya no habitaba en ella, pues yo se la arrebataba siempre que podía. Admito que fui un cretino. 

—Debes extrañar mucho a tu zorra ¿No es cierto? —me miraba desde la puerta, con esa mirada afilada, iguales a los de un gato.


—¿Qué dices mujer?—fue lo primero que pude decir al escucharla.

No sabía cómo pero había llegado antes de tiempo escuchando la conversación sin entender ni uno de sus matices. Era cierto que Jesse me atraía, cualquiera caería a sus pies debido a su poderosa inteligencia y a la forma que tenía de encarar el mundo en el que vivíamos, pero eso no evitaba que ella estuviera por encima de todo.

—Ni siquiera sabes lo que hemos estado hablando—intenté mantener la calma, pero no podía. Me sentía acorralado. Esos ojos contenían su alma desnuda agitándose como llamaradas. Era un felino a punto de saltar sobre mí—. Sólo apareces señalándome como culpable. Siempre lo haces—declaré como si fuese una víctima. Fui un cobarde—. Yo tengo la culpa de todas tus desgracias.

—¡Eso es lo que más odio de ti! – levantó la voz, en ese mismo momento se sentía como una estúpida por haber pensado en disculparse conmigo. Y lo era. No merecía esas disculpas ni siquiera merecía todos esos sentimientos que sé que terminó llevándola a la tumba—. Nunca te haces responsable de tus errores, David. Y cuando alguien te los dice de frente entonces eres la maldita víctima de todo. ¿No te has parado a pensar por qué siempre te señalo como culpable?

Su mirada esmeralda parecía estar teniendo una guerra interior donde no sabía si predominaría la rabia o el dolor. Por mi parte sólo me recosté en la silla intentando meditar una escapatoria. ¿Pero había escapatoria? No. Otra discusión se avecinaba como una terrible y perfecta tormenta. 


—Estás loca—dije pisando terreno movedizo. Sabía que se lanzaría como una fiera, pero no podía morderme la lengua. ¿Cómo iba a hacerlo? Tenía que ser sincero. Ella me estaba atacando y yo sólo estaba respondiendo como creía que se merecía—. Jesse sólo me llamó para conversar. Nada más—respondí ocultando algo de información, es cierto, pero no pensaba ir tras ella. Deseaba permanecer con Merrick.

Yo sabía que mi lugar era al lado de la chica que una vez protegí, eduqué y admiré. Ella era la diosa de ébano, la criatura que me envenenaba y salvaba la vida a cada soplo de brisa del pestañeo de sus largas y pobladas pestañas, la mujer que idealicé mil veces en mis noches más solitarias. La joven que hice mía apretando su cuerpo joven contra el mío, saboreando cada beso como si fuese el último que pudiese dar en este mundo, estrechando su cintura entre mis manos maduras. Fui un imbécil al dejarla ir, pero la había recuperado y no pensaba soltarla. No quería dejarla.

Pero al verla allí de pie noté que la rabia predominó sobre el dolor. Una risa seca salió de sus labios y sentí que se convertía en una daga bien afilada. La tormenta ya caía sobre mí antes que dijera una palabra más.


—Es que tú eres demasiado hipócrita David; me llamas loca cuando te grito la verdad en la cara—noté como apretó sus puños ligeramente aunando quizá fuerzas para enfrentarme—.Y eso no es suficiente, también me tratas por estúpida. ¿Crees que no sé lo que sucedió entre ustedes?—preguntó con suspicacia—. Lo sé todo David, pero olvídalo, porque yo sólo soy una loca, ¿verdad?


—Tú no sabes nada—al menos deseaba creer que no sabía siquiera la mitad del asunto. Aquello era peligroso. Temía que se descontrolara y cometiera alguna estupidez—. Tranquilízate, ¿quieres? Por ese entonces nosotros ya no éramos nada. Además, he rechazado su oferta. ¿Acaso no puedo tener amigos? ¿Crees que sólo tú puedes coquetear a la ligera? Me hiciste pedazos el corazón hace tan sólo unos meses.


—Sigue diciendo que no se nada—me retó con cada centímetro de su existencia—. Mírame a la cara y atrévete a decirlo de nuevo.

Percibí perfectamente como quería saltarme encima, igual que una poderosa pantera, y asesinarlo con sus propias manos, enterrando sus fieras garras y haciendo pedazos mi cuerpo. Sus oscuras cejas fueron hacia arriba al escuchar esa última frase, esa que sentenció todo. Podía saber claramente que aquello iba de mal en peor. Sé que le parecía intolerable que viniera a echar en cara ese detalle, el haber conquistado con argucias el corazón de Louis. Pero era cierto. Ella lo había hecho aunque acabó amándolo más que yo, comprendiéndolo trágicamente de una forma que yo jamás supe comprender del todo.

—Eres increíble David—dijo con burla—. Sécate los ojos, anda, que te he roto el corazón. Pobrecito.

Sé que hasta ella se planteaba por cuánto tiempo podría estar ahí, de pie junto a la puerta, frente a una persona tan cínica como era yo en esos momentos.

—¿Alguna vez te preguntaste qué pasó con mi corazón el día en que me abandonaste?


Lanzó aquella acusación logrando que me sintiera mal por todo lo que había ocurrido. ¿Qué sabía ella? Nada. Lo había hecho porque pensé que era lo mejor para ambos, pero sobre todo para ella. No podía encadenarla a un hombre que estaba en el ocaso de su vida, que tenía unas responsabilidades que lo ataban a un despacho, y yo no quería esa vida para ella. No quería que se aburriese de ser una mujer anclada a una figura que se iba a ir deteriorando y pronto terminaría en una fosa. Mi idea fue dejarla para que pudiese vivir una vida más plena lejos de mí, para que se conociese mejor así misma. Aquello no tenía sentido. ¿Fue un error? Sí. ¿Iba a admitirlo? No. Antes prefería que me mataran. 


—Sí, pero lo hice por tu bien—respondí sintiéndome aún más acorralado en aquel minúsculo despacho.

Sentía como los libros de la estantería, desde el más fino al más grueso, caían sobre mí como pesadas piedras. Incluso el cuadro de mi padre, un viejo recuerdo de mi anterior vida, me vigilaba con severidad como si pudiese echarme de nuevo las culpas incluso de respirar.

—Cierra la boca —comentó casi como un susurro al escuchar esas palabras, siempre era la misma excusa barata que la dejaba con un sabor peor en esos labios que mil veces había besado, condenándola por siempre a una relación tóxica—.Te arrancaré esos bonitos ojos oscuros que ahora posees si vuelves a decir que fue por mi bien. ¿Tú qué sabes de lo que es mejor para mí? ¿Por qué no admites que simplemente eres un cobarde y te largaste? Vamos, que no es tan difícil.

Ella no soportaba esas palabras, y lo que más le jodía era que sabía que realmente yo pensaba que esa era la respuesta. El recuerdo era doloroso y cada vez que el tema volvía a ella podía sentir nuevamente esa sensación de abandono, en ese entonces se sintió como un juguete abandonado por un niño, cuando éste dejaba de sentirse satisfecho. Y era lógico.

—A ti te gusta decidir las cosas por ti mismo ¿No? Yo también puedo jugar a eso.


—Nunca he dejado de amarte, pero no nos sabemos soportar—dije tras un largo suspiro.

Me exasperaba que no comprendiera todo lo que hacía. Estaba allí pese a las heridas, había perdonado su mala jugada porque me lo merecía, y pensaba que podíamos empezar de cero. Eso era imposible. Acabé incorporándome apoyado sobre a mesa. Mis ojos miraban los suyos sin perder ni uno de sus destellos. Era una furia y estaba alentando ese lado mío que pocas veces mostraba. En otra época habría corrido hasta ella, la habría acorralado y hecho mía como un salvaje sin importarme nada. Pero ya era una mujer adulta que no se dejaba llevar por arrebatos, que había visto mi forma de no aceptar ciertas verdades porque no era capaz de soportarlas. 

—Parece que deseas que te abandone—al pronunciar esas palabras sentí que mi alma se dividía en dos.


Era verdad que cada vez que se cruzaba conmigo todo parecía arder como si se tratase de Troya. Sólo que no había ningún caballo de madera para usarlo como trampa. Únicamente eran palabras y las palabras podían hacer peores heridas que una espada bien afilada.


—¿Hasta cuándo vas a seguir diciendo que me amas?

Merrick ya no creía una sola palabra, aunque a veces quería hacerlo. Yo sabía que en ocasiones quería volver al pasado donde fuimos felices. No obstante... ¿cuál pasado? Si los buenos recuerdos eran tan pocos que parecían no existir.

—Créeme que eso ya no me sorprendería. Sigue escapando si es lo que quieres, David.

—Admites que quieres tenerme lejos. Lo haces con esa actitud—la acusé antes de dar un fuerte golpe a la mesa con mi mano derecha, para luego salir de detrás de ella enfrentándola. Al fin el domador se enfrentaba con las manos desnudas a ese imponente felino. Por fin dejaba los miedos e intentaba apechugar esos ojos que me derrotaban con una sola mirada.—¿Qué tengo que hacer? ¡No puedo cambiar el pasado! ¡Mírame! Ni siquiera soy el mismo. Ya no soy ese Talbot encerrado siempre en un despacho, pero tú me echas. Merrick, me echas.


—Quizás es así David, quizás es mejor que no estemos juntos de nuevo.

Tal vez pronunciar esas palabras era doloroso para ella, pero tampoco podía deshacerse de todo el resentimiento que albergaba dentro de su alma. Se sorprendió un poco al ver mi actitud. Ya no me conocía y sabía que no era de tener esas reacciones, pero tampoco era como si fuese a intimidarse por eso. Caminó hacia mí, enfrentándome del mismo modo que yo lo había hecho. Me demostraba que no iba a retroceder.

—Yo tampoco soy la Merrick de antes ¿No te das cuenta de lo que me he convertido? Yo creía en ti David, creía que eras diferente, que yo te importaba —su mirada pareció dolida por unos momentos, pero enseguida la corrigió —. Pero era mentira—y como si estuviese loca, absolutamente loca, dejó escapar un par de risas—. Aunque era muy obvio, ¿no? Si al final sólo me buscabas cuando necesitabas algún maldito favor.

—Eso no es cierto—respondí casi de inmediato. Me sentía intranquilo. Sabía que ella no pararía de atacarme. Esa discusión cada vez era mas fuerte y ridícula– ¿Tanto me odias?

No podía creer que ahora todo se reducía a unas ganas impresionantes de destrozarnos uno al otro. Sin embargo, eso era. Nos estábamos destrozando. Hacíamos jirones nuestras almas para convertirlas en trapos inservibles. 


—Sí es cierto, por una vez en tu vida deja de mentirme y excusarte con estupideces.

Noté como su labios se quedaron en silencio meditando esa última pregunta. Parecían dudar. Los vi moverse temblorosos mientras que sus ojos se desviaron ligeramente. En ese instante me contuve. De nuevo contuve mis ganas de abrazarla. No sabía por qué lo hacía.

—Quisiera odiarte— fue lo que respondió y sinceramente ya no quería continuar con esa conversación, pues como siempre, no tenía sentido.

Yo tampoco deseaba seguir discutiendo, pero no era capaz de frenarme. Ella fue la más madura de ambos, debo reconocerlo, porque se dio media vuelta para dirigirse hacia la puerta. Si bien, que se marchara así, tras la discusión, me enfurecía aún más. Siempre amé su temperamento porque mostraba que podía permanecer firme ante cualquier debacle, pero ya no lo soportaba.

Me precipité hasta la salida para alcanzarla agarrándola de uno de sus brazos y tirando de ella hacia mí. 

—Dime–dije conteniendo mi furia–¿Por qué no podemos darnos una oportunidad sin herirnos?


—No me toques David—me dijo en primera instancia, no soportaba mi cercanía. No la soportaba porque siempre temía terminar cediendo para caer nuevamente en mis juegos y que al despertar nuevamente me hubiese largado dejándola atrás. Yo lo sabía bien—. Porque sigues siendo un cobarde—su voz sonó demasiado melancólica y eso me rompió el corazón otra vez—y no puedo perdonarte.

—No lo hice por cobardía. Al menos no porque temiera amarte—dije asiéndola de ambos brazos—. Temía que te hartarás de mí, que me abandonarás al darte cuenta que era un anciano y tú una mujer llena de vida, por eso decidí que debía dejarte para que fueses libre. Pero heme aquí regresando siempre como un perro con el rabo entre las patas.


Mis dedos no presionaban fuerte su carne aún tierna. La sangre inmortal apenas se notaba vibrando bajo su oscura piel. Su rostro parecía el de una muñeca triste y apagada. Esos ojos apasionados parecían haberse vuelto enfermizos de dolor.

—¡Te he dicho que no me toques!—espetó logrando liberar uno de sus brazos para estamparme una bofetada.

Esa bofetada me dolió mucho más a nivel emocional que físico. La fiera que tenía ante mí jamás fue domesticada. Nunca quise aplacar su ira ni hundirme en su alma para sosegar su furia. No me comportaría jamás como un maldito cobarde. Ella creía que lo era, pero era sólo una fachada. Me importaba tanto que tomaba demasiado en cuenta mis errores aunque no me arrastrara para pedir perdón, pues no era esa clase de hombres.

—¿Por qué eres tan estúpido?—dijo al borde de la desesperación—. A mí nunca me importó que fueses mayor, yo te amaba tal y como eras —se detuvo en sus palabras, quería tomar un poco de aire— Yo hubiese ido a cualquier lugar contigo, me hubiese quedado a tu lado si ese era el caso… Pero, al parecer, tú no.

—¿Acaso crees que las visitas de Aaron y sus llamadas las hacía sólo porque surgían de él? No, Merrick. A veces lo llamaba angustiado queriendo saber de ti. Quizá me comporté como un cobarde a tus ojos, pero lo hice siempre pensando en tu futuro. Jamás dejé de pensar en tu futuro—dije agarrando de nuevo la muñeca de aquella mano que una vez me acarició, que incluso rasguñó mi espalda, pero que ahora sólo sabía propinarme bofetadas cada vez más sonoras—. ¿Qué quieres que haga? Ya no puedo cambiar nada, pero te empeñas en restregármelo.

Continuará...
------------

Al fin tengo una Merrick que merece la pena. ¡Gracias Alex! Digamos que hace mucho tiempo que buscaba una mujer que supiera ser como ella y pusiera en su lugar a David. Ha sido un placer ver como se desarrollaba este rol. 

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt