Estas son unas memorias donde de nuevo Merrick regresa tras mucho tiempo en silencio. Sus memorias son algo escasas, pero hay que darle vida a estas para que no caiga en el olvido.
Os dejamos la primera parte:
Lestat de Lioncourt
Nos habíamos trasladado a San
Francisco. Lestat había logrado que Nueva Orleans fuese como la Meca
de una nueva religión cuyos fanáticos rodeaba su casa para dejar
flores, cartas y diversas manifestaciones de amor y entrega. Era
peligroso estar por allí. Muchos sabían que no éramos humanos y
algunos nos atacaban para fines menos idílicos que un autógrafo, un
apretón de manos o una fotografía juntos. Había quienes querían
matar a los vampiros, los sacrílegos borregos de Lucifer, que
campaban a sus anchas por las tierras benditas de Dios. Una
estupidez. Yo aún sigo pensando que todo eso del demonio era una
alucinación o la burla de un espíritu demasiado poderoso, pero
quién sabe. Tal vez sí existe Dios y el Diablo pero no son como
creemos. No lo sé.
Habíamos tomado algunas de nuestras
cosas, no todas, y nos atrincheramos en una ciudad que no conocía la
calma pero tampoco era un avispero. Louis parecía inquieto. Tenía
nuevos poderes que no controlaba y lo de Claudia le había pasado
factura. Estaba más encerrado en sí mismo y buscaba respuestas a
problemas existenciales en libros de todo tipo. Merrick parecía una
fiera enjaulada. A veces se aproximaba a mí para ofrecerme consuelo
y en pocos minutos su consuelo eran quejas. Por mi parte intentaba
indagar más sobre el origen de nuestro poder, “La Fuente” como
solía llamarla, y la historia que habíamos tejido unos con otros.
Éramos una red de pescar que seguía a la deriva sin saber bien si
lográbamos atrapar algo valioso o no. Lestat iba y venía. Nunca se
ha quedado en un lugar mucho tiempo. Además, es un hombre inquieto
con negocios en todo el mundo aunque, claro está, no llega ni
llegará al volumen empresarial que posee Armand.
Esa noche me había quedado en casa.
Creí que Louis y Merrick habían tomado la decisión de salir juntos
a cazar, algo poco común en ambos. Eran solitarios cuando jugaban
con sus víctimas. Yo prefería incluso ayunar algunos días hasta
hallar el apropiado. Quizá soy más parecido a Lestat. Me gusta
coquetear con la muerte, darme a desear y luego abalanzarme. No soy
de víctimas diarias.
Ella había decidido perderse en el
hermoso vampiro de cabello negro que le había dado la eternidad, así
como hundirse en esos ojos verdes, que guardaban entre ellos el alma
agonizante de un mortal. La melancolía los unía constantemente,
tanto que hacia que la compañía del contrario le resultara como un
suave bálsamo para su tormento.
El teléfono sonó a eso de media
noche. Estaba encerrado en mi despacho amontonando carpetas,
desempolvando recuerdos y sintiendo cierta nostalgia de ser el
director de una orden de detectives tan importante como es Talamasca.
Suspiré hondamente antes de contestar. Podía ser cualquiera de los
vampiros que tan bien conocíamos, incluso algún brujo que había
conseguido mi número para que le ayudara con algún espíritu.
Todavía tenía contactos.
—David—esa voz hizo que de
inmediato me sobresaltara. Una voz femenina y poderosa proveniente
del otro lado del charco, o quizá del otro lado el mundo, porque
Jesse Reeves también recorría estas tierras de hombres y demonios,
este lugar donde los espíritus aún poseían poderes insospechados y
para nada inocuos, donde el bien y el mal sólo son palabras básicas
para lo que puedes llegar a encontrar.
—Jesse, encanto—dije sonriendo. Me
alegraba de escucharla. Siempre era un placer poder hablar con
alguien que significó tanto para mí durante algunos años. Me apoyé
en ella y ella en mí, además tuvimos cierto flirteo que desembocó
en noches de apasionado sexo. Aunque, para ser totalmente sincero,
ella era una tierna jovencita y yo un hombre que peinaba algo más
que canas. No fue nada serio, pero la química aún existía y eso
alegraba en cierta medida mis noches más amargas. Esas noches en las
cuales Merrick me azotaba con su indiferencia—. ¿Sucede algo? Hace
semanas que no hablamos.
—Hace casi un mes que no contacto
contigo porque he estado muy ocupada donde Maharet. Allí la línea
telefónica es un asco, pero he conseguido tener Internet de algún
modo—soltó una carcajada—. Y teléfono. Al fin tenemos teléfono.
—Podremos contactar más
seguido—comenté—. ¿Para eso me llamabas?
—No, sólo quería escuchar tu voz.
Extraño nuestras viejas conversaciones a solas...—su tono de voz
me sugirió que echaba de menos algo más que mi voz. Mi presencia
siempre lograba sosegar sus miedos e introducirla en delirios más
allá de la simple lujuria. Ella me lo había dicho miles de veces—.
A veces sueño con los dos, ¿sabes? Recorriendo este mundo juntos,
codo con codo, luchando contra misterios y dejando que esa chispa
vuelva.
—Esa chispa que ambos
teníamos...—dije sonriendo como el crápula que podía llegar a
ser. Las chicas jóvenes me atraían. De hecho, me atraía cualquier
joven de indistinto sexo. Era placentero ver como te tenían como un
profesor entregado, un hombre dado al conocimiento y a ofrecer su
apoyo más allá de la moralidad permitida—. Me vas a llamar
canalla, pero acabo de recordar esa noche en la cual explotamos como
dos pequeñas bombas de racimo.
—El sexo fue maravilloso, David—casi
pude escucharla ronronear tras el otro lado del teléfono—. ¿Por
qué no te vienes a vivir conmigo?
—¿Vivir juntos? No podría dejar
todo esto—dije—. Aunque lo he pensado—admití.
—Piénsalo mejor y llámame. Ahora
debo ponerme con algunos asuntos—comentó—. Sólo quería
lanzarte la oferta.
—Es tentadora la oferta,
pero...—suspiré reclinándome en el respaldo—. Ya sabes...
—Lo sé. Te dejo—dijo.
—Adiós, Jesse. Te llamaré mañana
para hablar con menos prisas—susurré antes de colgar el teléfono.
No obstante, todo lo que creía era
falso. Tras la puerta estaba ella, la mujer que más me había amado
y odiado. Pese a que Louis era capaz de contenerla y comprender sus
sentimientos, sus pensamientos volvían al mismo trecho de siempre.
Regresaban a mí. En ocasiones la voz de su cabeza se preguntaba si
era ella quién se había equivocado en esa relación. Si era culpa
de ella misma el haber terminado guardando tanto rencor. Un deje de
culpa apareció en su pecho al recordar la manera que habían
terminado las últimas conversaciones conmigo. Cuando se acercaba
con intenciones de animarme pero terminaba echándome en cara todo el
dolor que la atormentaba inevitablemente cada día de su existencia
inmortal, porque a pesar de todo, ella sabía que no se estaba
comportando de la mejor manera. Sin embargo, acepto que soy un
desgraciado y un cobarde. Quizá jamás lo dije firmemente frente a
ella, puede que el miedo me carcomiera el alma cada segundo como si
fuera una termita o un extraño parásito, pero no es algo que yo no
haya aceptado desde el principio. En esa relación no era ella quien
fallaba. Quien empezó el debacle era yo.
Como he dicho había escuchado todo,
pues decidió volver antes debido a una necesidad, casi imperiosa, de
verme para ofrecerme una disculpa por las últimas discusiones. No
necesitaba más que unas pocas palabras para encender la furia que
siempre conservaba aunque fueran sólo ascuas. Odiaba la acaramelada
voz que usaba con Jesse, una voz que admito que sólo debía haberla
usado con la única mujer que logró arrancarme del todo el
corazón... con Merrick.
Una vez notó que la llamada había
finalizado, aquella diosa vudú, hizo acto de presencia como un
torbellino. Sus ojos eran dos bolas de fuego del color de una
esperanza que ya no habitaba en ella, pues yo se la arrebataba
siempre que podía. Admito que fui un cretino.
—Debes
extrañar mucho a tu zorra ¿No es cierto? —me miraba desde la
puerta, con esa mirada afilada, iguales a los de un gato.
—¿Qué dices mujer?—fue lo primero
que pude decir al escucharla.
No sabía cómo pero había llegado
antes de tiempo escuchando la conversación sin entender ni uno de
sus matices. Era cierto que Jesse me atraía, cualquiera caería a
sus pies debido a su poderosa inteligencia y a la forma que tenía de
encarar el mundo en el que vivíamos, pero eso no evitaba que ella
estuviera por encima de todo.
—Ni siquiera sabes lo que hemos
estado hablando—intenté mantener la calma, pero no podía. Me
sentía acorralado. Esos ojos contenían su alma desnuda agitándose
como llamaradas. Era un felino a punto de saltar sobre mí—. Sólo
apareces señalándome como culpable. Siempre lo haces—declaré
como si fuese una víctima. Fui un cobarde—. Yo tengo la culpa de
todas tus desgracias.
—¡Eso es lo que más odio de ti! –
levantó la voz, en ese mismo momento se sentía como una estúpida
por haber pensado en disculparse conmigo. Y lo era. No merecía esas
disculpas ni siquiera merecía todos esos sentimientos que sé que
terminó llevándola a la tumba—. Nunca te haces responsable de tus
errores, David. Y cuando alguien te los dice de frente entonces eres
la maldita víctima de todo. ¿No te has parado a pensar por qué
siempre te señalo como culpable?
Su mirada esmeralda parecía estar
teniendo una guerra interior donde no sabía si predominaría la
rabia o el dolor. Por mi parte sólo me recosté en la silla
intentando meditar una escapatoria. ¿Pero había escapatoria? No.
Otra discusión se avecinaba como una terrible y perfecta tormenta.
—Estás loca—dije pisando terreno
movedizo. Sabía que se lanzaría como una fiera, pero no podía
morderme la lengua. ¿Cómo iba a hacerlo? Tenía que ser sincero.
Ella me estaba atacando y yo sólo estaba respondiendo como creía
que se merecía—. Jesse sólo me llamó para conversar. Nada
más—respondí ocultando algo de información, es cierto, pero no
pensaba ir tras ella. Deseaba permanecer con Merrick.
Yo sabía que mi lugar era al lado de
la chica que una vez protegí, eduqué y admiré. Ella era la diosa
de ébano, la criatura que me envenenaba y salvaba la vida a cada
soplo de brisa del pestañeo de sus largas y pobladas pestañas, la
mujer que idealicé mil veces en mis noches más solitarias. La joven
que hice mía apretando su cuerpo joven contra el mío, saboreando
cada beso como si fuese el último que pudiese dar en este mundo,
estrechando su cintura entre mis manos maduras. Fui un imbécil al
dejarla ir, pero la había recuperado y no pensaba soltarla. No
quería dejarla.
Pero al verla allí de pie noté
que la rabia predominó sobre el dolor. Una risa seca salió de sus
labios y sentí que se convertía en una daga bien afilada. La
tormenta ya caía sobre mí antes que dijera una palabra más.
—Es que tú eres demasiado hipócrita
David; me llamas loca cuando te grito la verdad en la cara—noté
como apretó sus puños ligeramente aunando quizá fuerzas para
enfrentarme—.Y eso no es suficiente, también me tratas por
estúpida. ¿Crees que no sé lo que sucedió entre ustedes?—preguntó
con suspicacia—. Lo sé todo David, pero olvídalo, porque yo sólo
soy una loca, ¿verdad?
—Tú no sabes nada—al menos deseaba
creer que no sabía siquiera la mitad del asunto. Aquello era
peligroso. Temía que se descontrolara y cometiera alguna estupidez—.
Tranquilízate, ¿quieres? Por ese entonces nosotros ya no éramos
nada. Además, he rechazado su oferta. ¿Acaso no puedo tener amigos?
¿Crees que sólo tú puedes coquetear a la ligera? Me hiciste
pedazos el corazón hace tan sólo unos meses.
—Sigue diciendo que no se nada—me
retó con cada centímetro de su existencia—. Mírame a la cara y
atrévete a decirlo de nuevo.
Percibí perfectamente como quería
saltarme encima, igual que una poderosa pantera, y asesinarlo con sus
propias manos, enterrando sus fieras garras y haciendo pedazos mi
cuerpo. Sus oscuras cejas fueron hacia arriba al escuchar esa última
frase, esa que sentenció todo. Podía saber claramente que aquello
iba de mal en peor. Sé que le parecía intolerable que viniera a
echar en cara ese detalle, el haber conquistado con argucias el
corazón de Louis. Pero era cierto. Ella lo había hecho aunque acabó
amándolo más que yo, comprendiéndolo trágicamente de una forma
que yo jamás supe comprender del todo.
—Eres increíble David—dijo con
burla—. Sécate los ojos, anda, que te he roto el corazón.
Pobrecito.
Sé que hasta ella se planteaba por
cuánto tiempo podría estar ahí, de pie junto a la puerta, frente a
una persona tan cínica como era yo en esos momentos.
—¿Alguna vez te preguntaste qué
pasó con mi corazón el día en que me abandonaste?
Lanzó aquella acusación logrando que
me sintiera mal por todo lo que había ocurrido. ¿Qué sabía ella?
Nada. Lo había hecho porque pensé que era lo mejor para ambos, pero
sobre todo para ella. No podía encadenarla a un hombre que estaba en
el ocaso de su vida, que tenía unas responsabilidades que lo ataban
a un despacho, y yo no quería esa vida para ella. No quería que se
aburriese de ser una mujer anclada a una figura que se iba a ir
deteriorando y pronto terminaría en una fosa. Mi idea fue dejarla
para que pudiese vivir una vida más plena lejos de mí, para que se
conociese mejor así misma. Aquello no tenía sentido. ¿Fue un
error? Sí. ¿Iba a admitirlo? No. Antes prefería que me mataran.
—Sí, pero lo hice por tu
bien—respondí sintiéndome aún más acorralado en aquel minúsculo
despacho.
Sentía como los libros de la
estantería, desde el más fino al más grueso, caían sobre mí como
pesadas piedras. Incluso el cuadro de mi padre, un viejo recuerdo de
mi anterior vida, me vigilaba con severidad como si pudiese echarme
de nuevo las culpas incluso de respirar.
—Cierra la boca —comentó casi como
un susurro al escuchar esas palabras, siempre era la misma excusa
barata que la dejaba con un sabor peor en esos labios que mil veces
había besado, condenándola por siempre a una relación tóxica—.Te
arrancaré esos bonitos ojos oscuros que ahora posees si vuelves a
decir que fue por mi bien. ¿Tú qué sabes de lo que es mejor para
mí? ¿Por qué no admites que simplemente eres un cobarde y te
largaste? Vamos, que no es tan difícil.
Ella no soportaba esas palabras, y lo
que más le jodía era que sabía que realmente yo pensaba que esa
era la respuesta. El recuerdo era doloroso y cada vez que el tema
volvía a ella podía sentir nuevamente esa sensación de abandono,
en ese entonces se sintió como un juguete abandonado por un niño,
cuando éste dejaba de sentirse satisfecho. Y era lógico.
—A ti te gusta decidir las cosas por
ti mismo ¿No? Yo también puedo jugar a eso.
—Nunca he dejado de amarte, pero no
nos sabemos soportar—dije tras un largo suspiro.
Me exasperaba que no comprendiera todo
lo que hacía. Estaba allí pese a las heridas, había perdonado su
mala jugada porque me lo merecía, y pensaba que podíamos empezar de
cero. Eso era imposible. Acabé incorporándome apoyado sobre a mesa.
Mis ojos miraban los suyos sin perder ni uno de sus destellos. Era
una furia y estaba alentando ese lado mío que pocas veces mostraba.
En otra época habría corrido hasta ella, la habría acorralado y
hecho mía como un salvaje sin importarme nada. Pero ya era una mujer
adulta que no se dejaba llevar por arrebatos, que había visto mi
forma de no aceptar ciertas verdades porque no era capaz de
soportarlas.
—Parece que deseas que te abandone—al
pronunciar esas palabras sentí que mi alma se dividía en dos.
Era verdad que cada vez que se
cruzaba conmigo todo parecía arder como si se tratase de Troya. Sólo
que no había ningún caballo de madera para usarlo como trampa.
Únicamente eran palabras y las palabras podían hacer peores heridas
que una espada bien afilada.
—¿Hasta cuándo vas a seguir
diciendo que me amas?
Merrick ya no creía una sola palabra,
aunque a veces quería hacerlo. Yo sabía que en ocasiones quería
volver al pasado donde fuimos felices. No obstante... ¿cuál pasado?
Si los buenos recuerdos eran tan pocos que parecían no existir.
—Créeme que eso ya no me
sorprendería. Sigue escapando si es lo que quieres, David.
—Admites que quieres tenerme
lejos. Lo haces con esa actitud—la acusé antes de dar un fuerte
golpe a la mesa con mi mano derecha, para luego salir de detrás de
ella enfrentándola. Al fin el domador se enfrentaba con las manos
desnudas a ese imponente felino. Por fin dejaba los miedos e
intentaba apechugar esos ojos que me derrotaban con una sola
mirada.—¿Qué tengo que hacer? ¡No puedo cambiar el pasado!
¡Mírame! Ni siquiera soy el mismo. Ya no soy ese Talbot encerrado
siempre en un despacho, pero tú me echas. Merrick, me echas.
—Quizás es así David, quizás es
mejor que no estemos juntos de nuevo.
Tal vez pronunciar esas palabras era
doloroso para ella, pero tampoco podía deshacerse de todo el
resentimiento que albergaba dentro de su alma. Se sorprendió un poco
al ver mi actitud. Ya no me conocía y sabía que no era de tener
esas reacciones, pero tampoco era como si fuese a intimidarse por
eso. Caminó hacia mí, enfrentándome del mismo modo que yo lo había
hecho. Me demostraba que no iba a retroceder.
—Yo tampoco soy la Merrick de antes
¿No te das cuenta de lo que me he convertido? Yo creía en ti David,
creía que eras diferente, que yo te importaba —su mirada pareció
dolida por unos momentos, pero enseguida la corrigió —. Pero era
mentira—y como si estuviese loca, absolutamente loca, dejó escapar
un par de risas—. Aunque era muy obvio, ¿no? Si al final sólo me
buscabas cuando necesitabas algún maldito favor.
—Eso no es cierto—respondí casi de
inmediato. Me sentía intranquilo. Sabía que ella no pararía de
atacarme. Esa discusión cada vez era mas fuerte y ridícula–
¿Tanto me odias?
No podía creer que ahora todo se
reducía a unas ganas impresionantes de destrozarnos uno al otro. Sin
embargo, eso era. Nos estábamos destrozando. Hacíamos jirones
nuestras almas para convertirlas en trapos inservibles.
—Sí es cierto, por una vez en tu
vida deja de mentirme y excusarte con estupideces.
Noté como su labios se quedaron en
silencio meditando esa última pregunta. Parecían dudar. Los vi
moverse temblorosos mientras que sus ojos se desviaron ligeramente.
En ese instante me contuve. De nuevo contuve mis ganas de abrazarla.
No sabía por qué lo hacía.
—Quisiera odiarte— fue lo que
respondió y sinceramente ya no quería continuar con esa
conversación, pues como siempre, no tenía sentido.
Yo tampoco deseaba seguir discutiendo,
pero no era capaz de frenarme. Ella fue la más madura de ambos, debo
reconocerlo, porque se dio media vuelta para dirigirse hacia la
puerta. Si bien, que se marchara así, tras la discusión, me
enfurecía aún más. Siempre amé su temperamento porque mostraba
que podía permanecer firme ante cualquier debacle, pero ya no lo
soportaba.
Me precipité hasta la salida para
alcanzarla agarrándola de uno de sus brazos y tirando de ella hacia
mí.
—Dime–dije conteniendo mi furia–¿Por qué no
podemos darnos una oportunidad sin herirnos?
—No me toques David—me dijo en
primera instancia, no soportaba mi cercanía. No la soportaba porque
siempre temía terminar cediendo para caer nuevamente en mis juegos y
que al despertar nuevamente me hubiese largado dejándola atrás. Yo
lo sabía bien—. Porque sigues siendo un cobarde—su voz sonó
demasiado melancólica y eso me rompió el corazón otra vez—y no
puedo perdonarte.
—No lo hice por cobardía. Al menos no
porque temiera amarte—dije asiéndola de ambos brazos—. Temía
que te hartarás de mí, que me abandonarás al darte cuenta que era
un anciano y tú una mujer llena de vida, por eso decidí que debía
dejarte para que fueses libre. Pero heme aquí regresando siempre
como un perro con el rabo entre las patas.
Mis dedos no presionaban fuerte su
carne aún tierna. La sangre inmortal apenas se notaba vibrando bajo
su oscura piel. Su rostro parecía el de una muñeca triste y
apagada. Esos ojos apasionados parecían haberse vuelto enfermizos de
dolor.
—¡Te he dicho que no me
toques!—espetó logrando liberar uno de sus brazos para estamparme
una bofetada.
Esa bofetada me dolió mucho más a
nivel emocional que físico. La fiera que tenía ante mí jamás fue
domesticada. Nunca quise aplacar su ira ni hundirme en su alma para
sosegar su furia. No me comportaría jamás como un maldito cobarde.
Ella creía que lo era, pero era sólo una fachada. Me importaba
tanto que tomaba demasiado en cuenta mis errores aunque no me
arrastrara para pedir perdón, pues no era esa clase de hombres.
—¿Por qué eres tan estúpido?—dijo
al borde de la desesperación—. A mí nunca me importó que fueses
mayor, yo te amaba tal y como eras —se detuvo en sus palabras,
quería tomar un poco de aire— Yo hubiese ido a cualquier lugar
contigo, me hubiese quedado a tu lado si ese era el caso… Pero, al
parecer, tú no.
—¿Acaso crees que las
visitas de Aaron y sus llamadas las hacía sólo porque surgían de
él? No, Merrick. A veces lo llamaba angustiado queriendo saber de
ti. Quizá me comporté como un cobarde a tus ojos, pero lo hice
siempre pensando en tu futuro. Jamás dejé de pensar en tu
futuro—dije agarrando de nuevo la muñeca de aquella mano que una
vez me acarició, que incluso rasguñó mi espalda, pero que ahora
sólo sabía propinarme bofetadas cada vez más sonoras—. ¿Qué
quieres que haga? Ya no puedo cambiar nada, pero te empeñas en
restregármelo.
Continuará...
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Al fin tengo una Merrick que merece la pena. ¡Gracias Alex! Digamos que hace mucho tiempo que buscaba una mujer que supiera ser como ella y pusiera en su lugar a David. Ha sido un placer ver como se desarrollaba este rol.
Continuará...
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Al fin tengo una Merrick que merece la pena. ¡Gracias Alex! Digamos que hace mucho tiempo que buscaba una mujer que supiera ser como ella y pusiera en su lugar a David. Ha sido un placer ver como se desarrollaba este rol.
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