Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 24 de julio de 2016

Otra vez II

Esta es la segunda parte de estas memorias de Merrick y David. Disfrutadla. 

Lestat de Lioncourt 

—¿Acaso crees que las visitas de Aaron y sus llamadas las hacía sólo porque surgían de él? No, Merrick. A veces lo llamaba angustiado queriendo saber de ti. Quizá me comporté como un cobarde a tus ojos, pero lo hice siempre pensando en tu futuro. Jamás dejé de pensar en tu futuro—dije agarrando de nuevo la muñeca de aquella mano que una vez me acarició, que incluso rasguñó mi espalda, pero que ahora sólo sabía propinarme bofetadas cada vez más sonoras—. ¿Qué quieres que haga? Ya no puedo cambiar nada, pero te empeñas en restregármelo.


—Pero lo que necesitaba era estar a tu lado. Tus palabras, tus caricias, te necesitaba a ti. No tu maldita ausencia. No a ti preguntándole a secundarios por mí.

Por primera vez en mucho tiempo parecía sentirse débil en una discusión, porque sé que era capaz de revivir cada herida del pasado. Aunque también podría decirse que realidad nunca habían cerrado. Dejó que tomara nuevamente su mano, pero al poco tiempo se encontraba luchando por deshacerse del agarre.

—Nada David—dijo resignada—. La verdad ya no espero que hagas nada más que irte otra vez en algún momento. Porque siempre juegas a lo mismo, a decir que me quieres pero luego huir. Tirar la piedra y esconder la mano.

—¡Huyo por estos dramas!—decía mientras forcejeaba.

El hombre que estaba allí luchando era el de siempre, el que nunca cambió ni cambiará, pero con un cuerpo joven que parecía adaptarse a cada vieja arruga, cada pliegue de mi alma, mientras ella luchaba por huir lo antes posible. Me aferraba a los recuerdos, a las heridas, al deseo común que aún albergábamos y al ruego interno de no volver a meter la pata. Era torpe, como la mayoría, porque era humano pese a los poderes de la inmortalidad. Me sentía débil ante ella porque siempre lo había sido. Quise mil veces huir, pero no podía. Siempre terminaba regresando sobre mis pasos. Ella se había convertido en algo más que un oscuro objeto de deseo.

Sus párpados se levantaron bastante ante esas palabras, pero entonces su ceño se frunció. Sabía que la discusión volvería a instantes atrás donde la furia arrasaba todo.


—¡Entonces por qué sigues aquí!—gritó—. Lárgate como tienes acostumbrado hacer, vete y déjame. O mejor...—dijo mirándome a los ojos como si quisiera matarme—mejor me voy yo y así no tendrás que encontrarme nunca más porque igualmente para ti sólo soy eso ¿No? ¡Un manojo de dramas!

—¡Para!—dije apretando con furia sus muñecas—. Merrick, para de una vez... ¡Para, por favor! ¡Deja de decir estupideces! Sólo intentas arrancarme el corazón cada vez que dices algo así, ¿verdad? Sólo lo haces para torturarme aún más.


La expresión de su rostro se perturbó al sentir esa fuerza sobre sus muñecas, era curioso como aquellas manos le habían protegido en un principio para después abandonarla y terminar de esa manera. Aquellos apretones dolían pero no iba a demostrarlo, ya había demostrado demasiada debilidad por esa noche. Yo sabía que era incapaz de mostrar lo que realmente le ocurría.

—¿Por qué te afecta tanto? Si según tú lo mío es puro drama, siempre subestimándome desde el día en que me conociste.

—¿Yo a ti? Jamás—dije masticando una rabia inmensa—. Siempre creí que llegarías lejos y por eso me aparté. Me aparté porque no quería ser un estorbo. ¿Por qué no te das cuenta, mujer?—intenté no apretar tan fuerte las muñecas, pero no podía. La ira me dominaba.


—¿Por qué haces esto David? —preguntó entonces con una mezcla entre tristeza y rabia en el tono de su voz—.Me dices que no querías ser un estorbo, pero es que para mí nunca lo fuiste. Hablas como si te hubiese recriminado la diferencia de edad, cómo si alguna vez me hubieses escuchado quejándome por eso ¿Por qué es tan difícil entender que te amaba? —apretó sus puños.—Y es frustrante porque sigo teniendo sentimientos por ti, pero cada vez que veo ese nuevo rostro que tienes sólo puedo recordar todo el tiempo que me dejaste atrás.

—¿Acaso crees que esto lo hice porque quería?—pregunté soltándola mientras me acercaba a la mesa para apoyarme de espaldas a esta—. No, Merrick. Esto no lo hice queriendo. Yo ya esperaba la muerte, ¿no lo viste? Sabía que llegaría pronto—dije mirándola directamente a los ojos.


Sé que en ese momento pudo respirar más tranquila al ver que por fin la soltaba, pero por otro lado todavía estaba llena de miles de sentimientos encontrados. Ambos los teníamos. No podía dejar de amarla y detestar todo lo que hacía en ese instante. Quería que dejara de gritar, de hablar, de sufrir y, a la vez, deseaba llegar al fondo de todo para desatar por completo a la bestia y así saber qué pasaba.

—Nadie te obligó a hacerlo David, hablas como si yo te hubiese exigido algo de eso cuando lo único que quería era que me amaras. —seguía mirándome como yo lo hacía con ella—. Yo hubiese sostenido tu mano en tu lecho de muerte si con eso te ibas a quedar conmigo.


—¿Te has planteado lo que suponía para mí verte sufrir porque me moría?—había soltado un largo suspiro sintiéndome cansado—. Merrick, ponte en mi maldito lugar por una vez. Yo contigo lo he hecho aunque no me creas, lo he hecho. Sé todo el daño que te hice y me arrepiento, pero ponte en el mío.


—No te moriste, pero de igual manera me dejaste sola. Solamente que no te quedaste a observar mi sufrimiento. Eres tan valiente —aquellas palabras las había soltado con todo el sarcasmo del mundo, cada palabra que salía de mi boca no hacía más que decepcionarla más—. Al principio me ponía en tu lugar David, pero no puedo hacerlo porque cada vez que intento pensar en algo para justificarte sólo encuentro que tus acciones no tuvieron sentido.


—Porque en realidad no deseas ponerte en mi pellejo—respondí—. Es fácil de ver el miedo cuando sabes que envejeces, que no tienes nada bueno para ofrecer y que la persona que amas puede hacer de su vida un imperio. Ni te das cuenta ni lo harás nunca. Sólo un hombre acabado se habría dado cuenta de algo así.


—Tienes razón, no deseo ponerme en tu pellejo y aunque lo quisiera hacer me resulta imposible entenderte porque claramente tendría que pasar por tu situación—a pesar de todo el revuelo anterior, esas palabras sonaron bastante mecánicas de su boca—. Sinceramente ya no puedo con ésta situación, con tu presencia y tus excusas cobardes. Estoy cansada de todo...

Me acerqué de nuevo a ella tomándola del rostro, mirándola a los ojos como si fuese la primera vez que lo hacía, sintiéndome tan débil como siempre que ella empezaba a llorar o hundirse. Podía ser un cobarde, pero jamás lo había hecho con intención de huir o dañarla. Nunca quise que ella padeciera. No era un maldito desgraciado como otros tantos. Yo aún la quería.


Aunque permitió le tomara del rostro sabía que para ella mis manos eran totalmente diferentes a las cuales se había enamorado. Eran otras que pretendían sostenerla como la primera vez, pero eso era un hecho imposible. No se alejó porque añoraba ese cariño, aunque no fuese igual, pero por otra parte sentía que lo odiaba, que su piel se quemaba ante el contacto ajeno y el ardor se trasladaba por su cuerpo hasta invadir hasta el más recóndito lugar. No dijo una palabra, porque quería absorber un poco de ese silencio, pero tampoco le respondía la mirada, porque no quería ver amor en esos ojos, no quería seguir viendo sentimientos que sólo habían servido para dañarla.

Recordé por un instante a la niña descalza con ese vestido blanco cargado de flores. Pude verla de nuevo parada frente a mí esperando que Aaron dejara de parlotear, como siempre, sobre sus amados Mayfair y la belleza que yo mismo podía contemplar. Una belleza idílica que aún podía ver en ella pese al paso de los años. Me sentí sucio ese día cuando noté que una muchacha, casi una niña, era capaz de despertar oscuros deseos por mi parte. Tan sucios como deseables. Fue terrible darme cuenta que la codiciaba demasiado. Ella fue un regalo envenenado por parte del destino o la vida misma. 

Deslicé mis pulgares por sus mejillas y acabé besando su frente antes de estrecharla contra mí. Rompí a llorar en silencio como un niño extraviado. Sus parpados se cerraron al sentir ese suave contacto en su frente, era un gesto amable y cálido pero en realidad le hubiese gustado haber sentido aquello un tiempo atrás. Percibió mis lágrimas y a pesar de que siempre parecía buscar herirme con sus palabras, le era insoportable verme llorar. Se separó un poco para limpiarme rostro con ambas manos, paseando los dedos por el rastro que habían dejado las lágrimas sanguinolentas que no fui capaz de frenar. Quiso decirme que me amaba en esos momentos, lo supe porque sus ojos hablaban para mí cuando su boca guardaba silencio, pero también se vería obligada a hablar de su odio, de su rabia. Suspiró cansada, cansada de mí, de ella misma, de esas cuatro paredes y posiblemente de la discusión. Acercó sus labios a los míos, fundiéndolos en un infantil roce que duró apenas unos segundos, era lo máximo que podría hacer sin caer en la locura.


—Adiós David.

—¿Esto es un adiós definitivo?—casi no me salían las palabras.

Por un momento me sentí peor que ante mi propio cuerpo en mi funeral. Fue como enterrar otra parte de mí. Una parte que no quería soltar y a la cual me aferraba aunque las discusiones fueran casi eternas. Entretanto ella asintió a mis palabras sin bajar la mirada.


—Ahora soy yo quién debe irse por el bien de ambos.

Al final se estaba rebajando a hacer lo mismo que hice yo, pero de alguna forma ella lo sentía diferente. Porque ésta vez de verdad era necesario para ambos. Yo también lo veía. Veía que era necesario separarnos, pero el egoísmo me podía. Sintió su corazón arrugarse, porque sentía que siempre supo sobre ese final aunque hubiese querido posponerlo un poco más. 

—No. Me niego—dije sosteniéndola de inmediato por la cintura.


En ese momento crucial de mi vida temía más que nunca salir a recopilar información. Temía tener que escuchar que había cometido alguna locura. No quería saber en qué iba a desencadenar todo eso.

—Déjalo ya David. No dificultes más las cosas—no quería seguir escuchando mis ruegos, mis disculpas, porque aunque decía que no significaban nada, era mentira. Como siempre ella decía que no le importaba porque así creía que no veía sus heridas, pero no era así. Su cuerpo tembló al sentir como la tomaba, pues pude notar como le traía recuerdos felices y era irónico como ahora parecían ser más dolorosos que la tragedia misma. 

Sin importarme si se molestaba, si me empujaba o abofeteaba acabé besándola mientras seguía tomándola de la cintura. Odiaba esa discusión y el dolor que nos hería a ambos. Aunque creo que para ella era irritante porque parecía querer frustrar todas sus intenciones. Pudo golpearme, insultarme, quejarse y, sin embargo, terminó optando por dejar que sus labios continuaran con ese contacto. Tomó fuerza y con sus manos sobre mi pecho e hizo presión para alejarme.


—Ya no sigas con esto. Solamente déjame ir —aquello había sonado más como una súplica y se reprendió mentalmente por ello.

Por mi parte simplemente me aparté quedando a pocos centímetros de ella con el corazón hecho trizas, pero sabía que no era el único. Podía notar el daño que me estaba haciendo, después de todo siempre me había mostrado tan transparente ante ella que le resultaba imposible no leer mis sentimientos. Eso también me ocurría con ella como ya he dicho. Podía ver sus sentimientos con claridad. Apartó su mirada de mí y en suaves movimientos terminó por apartarme por completo, yéndose al apenas estar libre de mi agarre.



Dejé que se fuera con la esperanza de su regreso. Esperanza que estuvo ahí hasta el último día. Pero fue una esperanza estúpida llena de vacío. Poco tiempo después, como si sólo hubiese sido un pestañeo tras esa discusión, tomó la opción de morir salvando a un espíritu que llevaba años torturándose. 


No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt