Esta es la segunda parte de estas memorias de Merrick y David. Disfrutadla.
Lestat de Lioncourt
—¿Acaso crees que las visitas de
Aaron y sus llamadas las hacía sólo porque surgían de él? No,
Merrick. A veces lo llamaba angustiado queriendo saber de ti. Quizá
me comporté como un cobarde a tus ojos, pero lo hice siempre
pensando en tu futuro. Jamás dejé de pensar en tu futuro—dije
agarrando de nuevo la muñeca de aquella mano que una vez me
acarició, que incluso rasguñó mi espalda, pero que ahora sólo
sabía propinarme bofetadas cada vez más sonoras—. ¿Qué quieres
que haga? Ya no puedo cambiar nada, pero te empeñas en
restregármelo.
—Pero lo que necesitaba era estar a
tu lado. Tus palabras, tus caricias, te necesitaba a ti. No tu
maldita ausencia. No a ti preguntándole a secundarios por mí.
Por primera vez en mucho tiempo parecía
sentirse débil en una discusión, porque sé que era capaz de
revivir cada herida del pasado. Aunque también podría decirse que
realidad nunca habían cerrado. Dejó que tomara nuevamente su mano,
pero al poco tiempo se encontraba luchando por deshacerse del agarre.
—Nada David—dijo resignada—. La
verdad ya no espero que hagas nada más que irte otra vez en algún
momento. Porque siempre juegas a lo mismo, a decir que me quieres
pero luego huir. Tirar la piedra y esconder la mano.
—¡Huyo
por estos dramas!—decía mientras forcejeaba.
El hombre que
estaba allí luchando era el de siempre, el que nunca cambió ni
cambiará, pero con un cuerpo joven que parecía adaptarse a cada
vieja arruga, cada pliegue de mi alma, mientras ella luchaba por huir
lo antes posible. Me aferraba a los recuerdos, a las heridas, al
deseo común que aún albergábamos y al ruego interno de no volver a
meter la pata. Era torpe, como la mayoría, porque era humano pese a
los poderes de la inmortalidad. Me sentía débil ante ella porque
siempre lo había sido. Quise mil veces huir, pero no podía. Siempre
terminaba regresando sobre mis pasos. Ella se había convertido en
algo más que un oscuro objeto de deseo.
Sus párpados se
levantaron bastante ante esas palabras, pero entonces su ceño se
frunció. Sabía que la discusión volvería a instantes atrás donde
la furia arrasaba todo.
—¡Entonces por qué sigues
aquí!—gritó—. Lárgate como tienes acostumbrado hacer, vete y
déjame. O mejor...—dijo mirándome a los ojos como si quisiera
matarme—mejor me voy yo y así no tendrás que encontrarme nunca
más porque igualmente para ti sólo soy eso ¿No? ¡Un manojo de
dramas!
—¡Para!—dije apretando con
furia sus muñecas—. Merrick, para de una vez... ¡Para, por favor!
¡Deja de decir estupideces! Sólo intentas arrancarme el corazón
cada vez que dices algo así, ¿verdad? Sólo lo haces para
torturarme aún más.
La expresión de su rostro se perturbó
al sentir esa fuerza sobre sus muñecas, era curioso como aquellas
manos le habían protegido en un principio para después abandonarla
y terminar de esa manera. Aquellos apretones dolían pero no iba a
demostrarlo, ya había demostrado demasiada debilidad por esa noche.
Yo sabía que era incapaz de mostrar lo que realmente le ocurría.
—¿Por qué te afecta tanto? Si según
tú lo mío es puro drama, siempre subestimándome desde el día en
que me conociste.
—¿Yo a ti? Jamás—dije
masticando una rabia inmensa—. Siempre creí que llegarías lejos y
por eso me aparté. Me aparté porque no quería ser un estorbo. ¿Por
qué no te das cuenta, mujer?—intenté no apretar tan fuerte las
muñecas, pero no podía. La ira me dominaba.
—¿Por qué haces esto David?
—preguntó entonces con una mezcla entre tristeza y rabia en el
tono de su voz—.Me dices que no querías ser un estorbo, pero es
que para mí nunca lo fuiste. Hablas como si te hubiese recriminado
la diferencia de edad, cómo si alguna vez me hubieses escuchado
quejándome por eso ¿Por qué es tan difícil entender que te amaba?
—apretó sus puños.—Y es frustrante porque sigo teniendo
sentimientos por ti, pero cada vez que veo ese nuevo rostro que
tienes sólo puedo recordar todo el tiempo que me dejaste atrás.
—¿Acaso crees que esto lo hice
porque quería?—pregunté soltándola mientras me acercaba a la
mesa para apoyarme de espaldas a esta—. No, Merrick. Esto no lo
hice queriendo. Yo ya esperaba la muerte, ¿no lo viste? Sabía que
llegaría pronto—dije mirándola directamente a los ojos.
Sé que en ese momento pudo respirar
más tranquila al ver que por fin la soltaba, pero por otro lado
todavía estaba llena de miles de sentimientos encontrados. Ambos los
teníamos. No podía dejar de amarla y detestar todo lo que hacía en
ese instante. Quería que dejara de gritar, de hablar, de sufrir y, a
la vez, deseaba llegar al fondo de todo para desatar por completo a
la bestia y así saber qué pasaba.
—Nadie te obligó a hacerlo David,
hablas como si yo te hubiese exigido algo de eso cuando lo único que
quería era que me amaras. —seguía mirándome como yo lo hacía
con ella—. Yo hubiese sostenido tu mano en tu lecho de muerte si
con eso te ibas a quedar conmigo.
—¿Te has planteado lo que suponía
para mí verte sufrir porque me moría?—había soltado un largo
suspiro sintiéndome cansado—. Merrick, ponte en mi maldito lugar
por una vez. Yo contigo lo he hecho aunque no me creas, lo he hecho.
Sé todo el daño que te hice y me arrepiento, pero ponte en el mío.
—No te moriste, pero de igual manera
me dejaste sola. Solamente que no te quedaste a observar mi
sufrimiento. Eres tan valiente —aquellas palabras las había
soltado con todo el sarcasmo del mundo, cada palabra que salía de mi
boca no hacía más que decepcionarla más—. Al principio me ponía
en tu lugar David, pero no puedo hacerlo porque cada vez que intento
pensar en algo para justificarte sólo encuentro que tus acciones no
tuvieron sentido.
—Porque en realidad no deseas ponerte
en mi pellejo—respondí—. Es fácil de ver el miedo cuando sabes
que envejeces, que no tienes nada bueno para ofrecer y que la persona
que amas puede hacer de su vida un imperio. Ni te das cuenta ni lo
harás nunca. Sólo un hombre acabado se habría dado cuenta de algo
así.
—Tienes razón, no deseo ponerme en
tu pellejo y aunque lo quisiera hacer me resulta imposible entenderte
porque claramente tendría que pasar por tu situación—a pesar de
todo el revuelo anterior, esas palabras sonaron bastante mecánicas
de su boca—. Sinceramente ya no puedo con ésta situación, con tu
presencia y tus excusas cobardes. Estoy cansada de todo...
Me acerqué de nuevo a ella
tomándola del rostro, mirándola a los ojos como si fuese la primera
vez que lo hacía, sintiéndome tan débil como siempre que ella
empezaba a llorar o hundirse. Podía ser un cobarde, pero jamás lo
había hecho con intención de huir o dañarla. Nunca quise que ella
padeciera. No era un maldito desgraciado como otros tantos. Yo aún
la quería.
Aunque permitió le tomara del rostro
sabía que para ella mis manos eran totalmente diferentes a las
cuales se había enamorado. Eran otras que pretendían sostenerla
como la primera vez, pero eso era un hecho imposible. No se alejó
porque añoraba ese cariño, aunque no fuese igual, pero por otra
parte sentía que lo odiaba, que su piel se quemaba ante el contacto
ajeno y el ardor se trasladaba por su cuerpo hasta invadir hasta el
más recóndito lugar. No dijo una palabra, porque quería absorber
un poco de ese silencio, pero tampoco le respondía la mirada, porque
no quería ver amor en esos ojos, no quería seguir viendo
sentimientos que sólo habían servido para dañarla.
Recordé
por un instante a la niña descalza con ese vestido blanco cargado de
flores. Pude verla de nuevo parada frente a mí esperando que Aaron
dejara de parlotear, como siempre, sobre sus amados Mayfair y la
belleza que yo mismo podía contemplar. Una belleza idílica que aún
podía ver en ella pese al paso de los años. Me sentí sucio ese día
cuando noté que una muchacha, casi una niña, era capaz de despertar
oscuros deseos por mi parte. Tan sucios como deseables. Fue terrible
darme cuenta que la codiciaba demasiado. Ella fue un regalo
envenenado por parte del destino o la vida misma.
Deslicé
mis pulgares por sus mejillas y acabé besando su frente antes de
estrecharla contra mí. Rompí a llorar en silencio como un niño
extraviado. Sus parpados se cerraron al sentir ese suave contacto en
su frente, era un gesto amable y cálido pero en realidad le hubiese
gustado haber sentido aquello un tiempo atrás. Percibió mis
lágrimas y a pesar de que siempre parecía buscar herirme con sus
palabras, le era insoportable verme llorar. Se separó un poco para
limpiarme rostro con ambas manos, paseando los dedos por el rastro
que habían dejado las lágrimas sanguinolentas que no fui capaz de
frenar. Quiso decirme que me amaba en esos momentos, lo supe porque
sus ojos hablaban para mí cuando su boca guardaba silencio, pero
también se vería obligada a hablar de su odio, de su rabia. Suspiró
cansada, cansada de mí, de ella misma, de esas cuatro paredes y
posiblemente de la discusión. Acercó sus labios a los míos,
fundiéndolos en un infantil roce que duró apenas unos segundos, era
lo máximo que podría hacer sin caer en la locura.
—Adiós David.
—¿Esto es un
adiós definitivo?—casi no me salían las palabras.
Por un
momento me sentí peor que ante mi propio cuerpo en mi funeral. Fue
como enterrar otra parte de mí. Una parte que no quería soltar y a
la cual me aferraba aunque las discusiones fueran casi eternas.
Entretanto ella asintió a mis palabras sin bajar la mirada.
—Ahora soy yo quién debe irse por el
bien de ambos.
Al final se estaba rebajando a hacer lo
mismo que hice yo, pero de alguna forma ella lo sentía diferente.
Porque ésta vez de verdad era necesario para ambos. Yo también lo
veía. Veía que era necesario separarnos, pero el egoísmo me podía.
Sintió su corazón arrugarse, porque sentía que siempre supo sobre
ese final aunque hubiese querido posponerlo un poco más.
—No.
Me niego—dije sosteniéndola de inmediato por la cintura.
En ese momento crucial de mi vida temía
más que nunca salir a recopilar información. Temía tener que
escuchar que había cometido alguna locura. No quería saber en qué
iba a desencadenar todo eso.
—Déjalo ya David. No
dificultes más las cosas—no quería seguir escuchando mis ruegos,
mis disculpas, porque aunque decía que no significaban nada, era
mentira. Como siempre ella decía que no le importaba porque así
creía que no veía sus heridas, pero no era así. Su cuerpo tembló
al sentir como la tomaba, pues pude notar como le traía recuerdos
felices y era irónico como ahora parecían ser más dolorosos que la
tragedia misma.
Sin importarme si se molestaba, si me
empujaba o abofeteaba acabé besándola mientras seguía tomándola
de la cintura. Odiaba esa discusión y el dolor que nos hería a
ambos. Aunque creo que para ella era irritante porque parecía querer
frustrar todas sus intenciones. Pudo golpearme, insultarme, quejarse
y, sin embargo, terminó optando por dejar que sus labios continuaran
con ese contacto. Tomó fuerza y con sus manos sobre mi pecho e hizo
presión para alejarme.
—Ya no sigas con esto. Solamente
déjame ir —aquello había sonado más como una súplica y se
reprendió mentalmente por ello.
Por mi parte simplemente me
aparté quedando a pocos centímetros de ella con el corazón hecho
trizas, pero sabía que no era el único. Podía notar el daño que
me estaba haciendo, después de todo siempre me había mostrado tan
transparente ante ella que le resultaba imposible no leer mis
sentimientos. Eso también me ocurría con ella como ya he dicho.
Podía ver sus sentimientos con claridad. Apartó su mirada de mí y
en suaves movimientos terminó por apartarme por completo, yéndose
al apenas estar libre de mi agarre.
Dejé que se fuera con la esperanza de
su regreso. Esperanza que estuvo ahí hasta el último día. Pero fue
una esperanza estúpida llena de vacío. Poco tiempo después, como
si sólo hubiese sido un pestañeo tras esa discusión, tomó la
opción de morir salvando a un espíritu que llevaba años
torturándose.
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