Cosas que debo admitir: Armand es un buen hombre pese a todo, Antoine es un gran amigo que al fin he recuperado y Marius es imbécil que no supo apreciar el respeto y amor que tuvo Armand con él. Lo siento, pero es lo que creo.
Lestat de Lioncourt
La música no sólo amansa a las
fieras, sino que libera las almas. Hace mucho tiempo que no puedo
dejar de tocar porque sé que únicamente de ese modo podré
encontrar la felicidad, el reposo o simplemente la huida más fácil
para esquivar mis demonios. Todos poseemos demonios que nos incitan a
la desesperación, dolor, tristeza o apatía. En mi caso son
pesadillas horribles que se aferran a mi alma tirando de ella hasta
desgarrarla. Momentos en los cuales veo todo lo que he conseguido
dilapidado con un solo gesto.
Ayer parecía que todo iba a acabar. El
mundo entero se había convertido en un lugar inhóspito para ser
vampiro. Los Reyes de la Creación Oscura, los Príncipes de la
Noche, los Hijos de la Sangre, los Perdidos en la Oscuridad... no
somos inmortales. Hemos descubierto que somos formidables a la hora
de superar enfermedades, heridas profundas y, a veces, fuego. Pero el
sol, el fuego, un hacha bien afilada o la capacidad explosiva de otro
vampiro nos destruye. Las estacas son invento romántico que asegura
poder asesinarnos, pero sólo lo anteriormente mencionado nos
liquida.
Me armé de coraje hace algo menos de
unos meses. Tomé mi violín, me despedí del agujero en la tierra
donde había yacido algunos años intentando sofocar mis heridas,
crucé todo un país a pie y llegué a Nueva York tras un periplo
importante. Durante las largas noches que viví, de un lado a otro,
conocí a otros vampiros y conversé con ellos animadamente. Pero
ninguno se compara a él.
Todos temen a uno de los nuestros que
habita Nueva York, que Nueva Orleans fue su territorio, así como lo
fue París o Venecia. Un ser que parece un ángel que ha descendido
de los cielos para sofocar el dolor, la maldad, la lujuria y todos
los restantes pecados que rondan al ser humano. Es la encarnación de
la belleza más formidable. Te rindes ante él sólo con una mirada
de sus cautivadores ojos almendrados de llameante pasión. En
definitiva, un efebo por siempre eterno.
Jamás creí que no temería al verlo.
Siempre creí que me rendiría a sus pies implorando vivir. Había
leído sus memorias donde hablaba de su odio ciego hacia Nicolas,
aunque él lo intentase dulcificar, un músico como yo. Y, sin
embargo, toqué ante él mi violín moviéndome con gracia y estilo.
Él aplaudió asombrado de mis agallas, por mi composición musical y
también, como así me aseguró en privado, por mi belleza.
Hace más de dos siglos Lestat, el
líder de todos nosotros en estos momentos, me convirtió en lo que
soy. Provenía de una familia burguesa en París que me echó a
patadas injustamente. Mi hermano embarazó a una mujer y me echó la
culpa. Desde entonces me sentí huérfano de familia, arruinado y
hundido en el alcoholismo fui rescatado por Lestat a la edad de
diecinueve años en Nueva Orleans. Pude haber disfrutado de una
familia, del amor fraternal de Lestat así como de su complicidad, si
Claudia no hubiese intentado asesinarlo y Louis no hubiese sido
colaborador necesario en todo aquel asunto. Él, Louis, acabó
prendiéndome fuego cuando Lestat logró volver para exigir que lo
acogieran otra vez en el seno familiar. Pero lo único que tuvimos
nosotros, como una caliente acogida, fue el quinqué arrojado al
pecho de Lestat y las velas encendidas que prendió fuego a toda la
casa.
En estos momentos, cuando Armand me
rodea por la cintura abrazándome por la espalda, ciento un amor
único. Es un amor que jamás he llegado a experimentar. Admiro
profundamente a Lestat como si fuese el hermano mayor que jamás he
tenido, pues el mío jamás se preocupó por mí ni me dio los sabios
consejos que él me ha ofrecido y que aún conservo, pero no había
logrado amar tanto a otro ser como a mis instrumentos. Él está por
encima de mi violín y del piano, incluso por encima de la belleza
del vampiro femenino Sybelle y mi adoración por sus manos, ya que
cuando estoy a su lado mi corazón palpita como si volviera a ser ese
hombre joven lleno de sueños que una vez recorrió París sin
conocer la pena, la rabia, el dolor o la soledad.
Admito que detesto en silencio a
Marius, pero a la vez le estoy profundamente agradecido. Doy gracias
porque convirtiera a este hermoso querubín en inmortal, gracias por
no buscarlo cuando Santino lo secuestró, agradezco profundamente que
en estos años se haya burlado de su amor y aplaudo con ansias que no
tenga el coraje suficiente para haberlo enfrentado estas largas
noches. Ahora yo puedo mostrarle a Armand que merece ser amado,
respetado y escuchado. Él tiene lo que siempre ha estado buscando al
igual que yo. Somos libres para amarnos.
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