Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 30 de julio de 2016

Más allá del infierno

No hay nada más erótico que ver a un hombre rendido a sus pecados. Y por cierto, bonitos pecados eran los de Julien. 

Lestat de Lioncourt 





Esperaba siempre apostado en una esquina recargándome de mi lado derecho observando con detenimiento toda la avenida. Mis ojos azules se movían sobre las baldosas contándolas una a una, mirando sus grietas y admirando los zapatos de aquellos que iban y venían. A veces era terrible tener que esperar allí aquellos apurados pies que se movían con destreza en unos elegantes zapatos de tacón. Sin embargo, no me importaba. Jamás me importó gastar mi tiempo en algo así.

Ese día simplemente subí a su apartamento. Ya lo había hecho en otras dos ocasiones. Yo mismo le ayudaba a pagar el alquiler para que no fuese una carga excesiva en su ajustado salario. Por un lado me lo echaba en cara diciendo que no era su querida, por otro me lo agradecía cuando veía que las facturas se acumulaban y no había dios que las pagara. Él sabía que tenía dinero siempre dispuesto para echarle una mano y ayudarle en lo que fuera. No lo hacía para comprar su amor o su deseo, era simplemente porque sabía que el dinero me sobraba y que no lo disfrutaría una vez muerto. Así que los billetes me quemaban en las manos y él los aceptaba a regañadientes.

Cuando subí el último tramo de la escalera escuché el fonógrafo de la compañía Victrola que yo mismo le había comprado en un arrebato de melómano. Aida de Verdi se colaba por aquellos estrechos muros mientras otros vecinos del edificio, menos afortunados en educación, vociferaban sus tragedias. Al llegar a su puerta golpeé con fuerza para que me escuchara. Él no abrió de inmediato la puerta aunque noté como observaba por la pequeña mirilla que yo estaba allí. Al final abrió parcialmente para dejar ver sólo un poco de su dulce rostro.

—Estoy molesto, ¿por qué no te vas con tu mujer?—preguntó con voz ligeramente exasperada.

—Me iría si no hubiese firmado los papeles del divorcio—dije.

—Seguro que no ha sido idea tuya. ¿Qué fue eso de un Mayfair sólo puede estar con un Mayfair?—dijo frunciendo el ceño.

—¿Qué fue eso de no voy a fruncir el ceño porque me saldrán arrugas y sólo tengo veinte años?—mis palabras lograron que perdiera cierta compostura y malhumor. Siempre encontraba las palabras mágicas a las cuales aferrarme para que él se sosegara.

—¿Qué quieres? No tengo ganas de verte—se recargó mejor sobre el pomo de la puerta y suspiró—. Estoy molesto—dijo aceptando lo evidente.

—¿Por qué me esperas entonces con esa lencería que te compré?—pregunté—. Sabías que si no aparecías subiría e intentaría colarme en tu apartamento.

La música paró y noté como Lasher surgía aún bailoteando. No era un melómano cualquiera, pues usaba cualquier melodía, a veces hermosas composiciones musicales y otras autores muy simples, para despistar a un espíritu que me perseguía allí donde fuera.

—Vamos a jugar a las cartas—dijo apoyando sus manos invisibles sobre mis hombros—. No te va a entender nunca, Julien. ¿No ves que es sólo un muchacho? Qué risa...

—Me la puse porque me parece bonita—murmuró sonrojándose mientras se pensaba quitar o no la gruesa cadena dorada que evitaba que pudiese pasar.

—Abre—comenté deseando entrar para poner de nuevo en marcha el gramófono y evitar de ese modo que ese imbécil estuviese parloteando. Quería ponerle una mordaza a ese maldito desgraciado que sólo me aconsejaba de la peor de las formas y me traía terribles dolores de cabeza.

—Está bien...

Cerró de golpe y abrió de inmediato para dejarnos pasar. Lasher se quedó callado porque sabía que había perdido. Siempre perdía. Cuando era estar con Richard se quedaba sin un discurso decente, pero me molestaba que me envolviera como si fuese una soga. Así que simplemente me acerqué al aparato e hice que la pieza comenzara de nuevo.

Él se quedó allí de pie esperando que calificara su endiablada belleza mientras la puerta se cerraba. Cuando me giré para verlo bien tuve deseos de arrancarle aquellos delicados encajes. Llevaba un corsé que habían hecho a medida para él a juego con una lencería de encaje que cubría escasamente su sexo oculto, con cierto ingenio, un liguero y unas medias que se ajustaban perfectamente a sus hermosas piernas. Todo era en un único color, el negro, y el encaje era de aguja porque era el más fino, aunque también el más costoso, que llenaban su cuerpo con elegantes flores salvajes. Su piel quedaba resaltada al igual que su figura.

Era como ver a una mujer sabiendo que tras esa pose casi celestial, de labios pintados de rojo y largos cabellos negros, había un hombre tentándome con cada milímetro jóvenes carnes y prietas nalgas. El pelo lo llevaba suelto y caía en bucles bien formados sobre sus hombros, aunque no todo ese pelo era suyo. De hecho, llevaba peluca porque usualmente tenía un corte algo masculino. Fuera de esos muros pocos habían logrado verlo con esas prendas. Cuando lo veían bajar por la escalera pensaban que era su hermana que había ido a verlo.

—¿Deseas que me ponga también el vestido o me quedo así?—dijo mientras percibía que estaba descalzo.

—Ponte los tacones que tanto me gustan. Esos que te compré hace unos meses—contesté—. Los que fueron un regalo por tu cumpleaños.

Él sólo sonrió echando casi a correr hasta el zapatero que había en su dormitorio. Al regresar lo hizo marcando el paso al ritmo de la música. Lasher sólo bailoteaba de un lado a otro y pronto dejé de pensar en su presencia cuando Richard se acercó a mí, pegándose como una gatita mimosa deseando caricias. Mis brazos lo acogieron estrechándolo contra mí mientras hundía mi nariz en su cuello. Olía al caro perfume francés que a veces se obsequiaba gracias a pequeños contactos con amigas en las perfumerías más elegantes, caras y populares de la ciudad.

—Tu hombre está en casa—dije mientras mordisqueaba su cuello—. ¿Por qué no le das la bienvenida como se merece?—pregunté provocando que se mordiera sus voluptuosos y carnosos labios ensalzados con ese color carmín tan llamativo.

Él simplemente puso sus manos sobre mi torso jugando sutilmente con mi la punta de mi corbata. Sus largas pestañas postizas parecían infinitas y enmarcaban una mirada salvaje. Sonrió suavemente con picardía mientras permitía que mis manos acariciaran su cintura hasta sus caderas marcadas. Era delgado y tenía una belleza sutilmente femenina. Verlo a él era ver a un ángel jugando a ser un demonio tentador. Y, realmente, jugaba muy bien sus cartas.

Dejó de mover sobre mi corbata aquellos dedos, de uñas largas y bien cuidadas, para apoyarlos en mis caderas entretanto se arrodillaba. No tardó en abrir la correa, quitar el único botón de mi pantalón y echar abajo el cierre de la cremallera. De entre mi ropa interior sacó mi sexo ya algo despierto sólo con verlo y olerlo. Mi corazón comenzó a bombear rápido cuando sentí su aliento acercarse a mi glande. Sus labios se posaron con cariño sobre mi miembro ofreciéndole dulces besos que terminaron siendo entregadas lamidas. Me miraba mientras lo hacía quizá recordándome que no había mujer sobre la tierra que lo hiciera mejor.

Suspiré mientra sonreía dichoso. Realmente apreciaba que se comportara tan sumiso conmigo, pero sobre todo me enloquecía notar como poco a poco su destreza se desarrollaba con cada una de mis visitas. Lograba endurecer a un hombre que ya traspasaba la mediana edad, aunque no lo aparentaba, como si fuera un adolescente. Mis manos fueron a su cuello, justo bajo su mentón, cuando empezó a succionar lentamente hasta llegar casi a la base de mi pene. Me manchaba con su labial pero no me importaba. Que dejase restos allí era una marca más que él dejaba por algo más que puro capricho. Al final mi diestra se colocó sobre su coronilla y la zurda lo agarró por la nuca. Él dejó de mover libremente la cabeza para sentir la furia de mis embestidas. Sólo abría la boca para que yo lograra incluso atragantarlo con algunos movimientos bruscos.

Cuando estuve absolutamente duro, dispuesto para él, lo levanté agarrándolo del brazo, hasta casi marcar mis dedos, para arrastrarlo hasta uno de los muros del salón. No era la primera vez que no tenía cuidado al sentirme pletórico. La música acabó y Lasher guardó silencio sólo porque el espectáculo le fascinaba. No tardé demasiado en colar mi mano dentro de sus bragas de encaje para tocar su miembro ya abultado, casi queriendo salir de aquella estrecha tela, mientras con la mano que tenía libre, la izquierda, recogía su cabello para morder su nuca. Él gimió con el tono de una mujer y eso me encendía. Tenía las características que tanto me incitaban en un hombre y las que me enloquecían de las mujeres. Un hombre no sabía seducir de ese modo y tampoco era capaz de gemir tan desesperado.

—Julien... —dijo tembloroso notando mis dientes tirar de su carne, pellizcar con fuerza su piel, patéticamente masticándolo—. Julien... —su voz cada vez se quebraba más sobre todo cuando bajé sus bragas hasta los tobillos e introduje mi lengua en su deliciosa entrada. Aquel agujero se había convertido para mí en la abertura al placer, en la pequeña grieta al paraíso. Cuando mi lengua se colocó dentro soltó un jadeo entretanto curvaba sus piernas y se apoyaba desesperado en la pared, rasguñando el papel pintado que él había elegido para decorar nuestro pequeño nido.

No dudé ni por un momento en sacar mi rostro de entre sus glúteos para morderlos, besarlos y lamerlos mientras colaba un dedo. Él me miraba girando su rostro esperando el momento que llegó cuando me incorporé y lo penetré sintiendo la dulce presión de su recto. Mi glande buscaba golpear justo en el lugar exacto de su próstata y logré hallarlo con cierta facilidad porque ya conocía sus puntos débiles.

—Gime putita—dije agarrándolo del cuello con la diestra mientras mordía uno de sus hombros. Él sólo contestó moviendo sus caderas y abriendo mejor sus piernas. La zurda bajó los finos tirantes de su sujetador para poder moverlo hacia abajo. Deseaba poder pellizcar sus pezones y de hecho acabé haciéndolo entretanto mi boca marcaba la cruz de su espalda, su nuca, sus hombros e incluso sus orejas desnudas debido a las prisas que se había dado al vestirse.

Sus gemidos y jadeos cada vez eran más levados convirtiéndose en la mejor ópera jamás estrenada. Mis gruñidos y gemidos bajos se unían a mis palabras indecentes que le forzaban a estar cada vez más duro. Quitó entonces el apoyo de su mano derecha para poder masturbarse, pero rápidamente agarré ese brazo para echarlo hacia atrás. Quería que llegara al orgasmo sin tocarse, sólo con mis penetraciones.

Tras varios minutos de forcejeo, movimientos duros de pelvis y lenguaje sucio él llegó apretándome contra él, dejándome sumido en un éxtasis casi religioso. Segundos después de notar como eyaculaba salpicando la pared y el suelo, incluso su fina lencería, lo hice yo. Entonces me aparté sofocado para sentarme en el sofá con el miembro aún algo duro y el rostro empapado en sudor, con mi cabello cano revuelto sobre mi frente y mis manos apoyadas contra el brazo del asiento y los cojines.
Él caminó a duras penas porque le temblaban las piernas, lo cual provocó que se cayera y se arrastrara hasta mí. Quedó con su rostro sumergido entre mis piernas lamiendo cada gota de semen que no había llenado sus entrañas.

—Es cierto que ella me ha dejado—dije aún con la voz tomada—, pero también es cierto que no me importa. Tengo en ti todo lo que busco en una mujer y en un hombre—susurré levantando su rostro al sostenerlo entre mis manos—. Tú eres provocación, erotismo puro...


Jamás me interesó qué pudiesen pensar de mí al tener un amante masculino que, para más inri, travestía en un juego peligroso donde los sentimientos estaban a flor de piel y el placer caminaba más allá de la frontera del infierno.  

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Dedicado al pequeño tesoro que he encontrado hace unos días. Logras que quiera volver a cometer pecados por este mundo. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt