Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 9 de julio de 2016

Guardando mi secreto

Hermoso, sin duda alguna, ver como se derrumba y admite la verdad: necesita a Armand.

Me pregunto si algún día tendrá agallas de decírselo a la cara.

Lestat de Lioncourt 

Había logrado recuperar mi viejo palacio en mitad de aquella ciudad que me secuestró el corazón cautivando por siempre mi alma. Tuve que restaurar los frescos del techo junto al pan de oro de las vigas y el estuco del techo. Los frescos estaban perdidos pero fui resucitándolos como si llamara a los fantasmas que aún rondaban sus gruesos muros. Las columnas de mármol fueron restauradas hacía más de diez años pero no había puesto mis pies sobre aquel lugar. Temía encontrarme a mí mismo luchando contra aquellos demonios, escuchar de nuevo los gritos de los muchachos que tanto amaba y ver como perdía de nuevo a mi adorado ángel de cabellos de fuego. Y el fuego, purificador de pecados y enemigo del arte, quien consumió mis libros, mis pinturas y mi cuerpo.

Una de las salas, la que solía usar para mis fiestas, poseía una enorme puerta de doble hoja con hermosos y ricos detalles tallados en su madera. Los animales mitológicos que salían de aquella majestuosa entrada ya no estaban pero había logrado encontrar una magnífica para la sala. Me acerqué a ella para contemplarla bien y entonces sentí su presencia. Había estado tan ensimismado con mis demonios que no sentí al ángel de mis sueños.

Entonces pude notar sus manos tirar de la puerta y aparecer vestido con las prendas de antaño. Esos leotardos celestes con esas ropas de príncipe veneciano me hicieron romper a llorar. Por el contrario yo me había desnudado para poder pintar sin problemas los escasos muros que quedaban por recuperar su valioso tesoro artístico.

—Amadeo—dije en un suspiro y él sólo sonrió—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué vistes así?

—Tengo ojos en todo el mundo que me dicen donde estas. Un par de ellos me dijo que llevabas aquí días y decidí venir—explicó—. Hacía siglos que no me atrevía a volver. Supongo que Venecia no es lo mismo sin ti—dijo entrando en la sala mientras echaba sus manos tras la espalda caminando con elegancia por toda la sala—. Has hecho un gran trabajo...

—Amadeo... ¿realmente estás aquí o deliro porque no he ventilado bien la habitación y el olor a pintura me está jugando una mala pasada?—pregunté visiblemente desesperado porque fuese cierta esa visión.

Él sólo se echó a reír jugueteando con su mano derecha sus rizos cobrizos. Deseé tocar esos cabellos una vez más para sentir la suavidad de sus mechones. Corrí a atraparlo y lo sostuve como quien toma entre sus brazos un gran tesoro. Él era mi vida. Durante mucho tiempo fue mi único pensamiento. Me equivoqué al decir que no necesitaba mi compañía porque yo no quería depender de un jovencito de ojos almendrados y boca carnosa. Entonces, mientras lo estrechaba con necesidad imperiosa, me di cuenta que se desvanecía.


—Oh, señor...—balbuceé—. Cuánto te odio Santino... cuánto te odio...—dije rompiendo a llorar cayendo de rodillas mientras me abrazaba a mí mismo—. Algún día volverá la belleza de Venecia y yo no tendré que ocultar esta estúpida debilidad.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt