Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 11 de julio de 2016

Días de perros

—Deberías decirle a esa maldita mujer que aprenda modales—dijo irrumpiendo en mi despacho.

—¿Disculpa?—pregunté sin saber bien qué pasaba.

—Ayer vino a perturbarme, Lestat—no podía controlar su enfado. La ira le dominaba por completo y temblaba frente a mí como si estuviera aterido de frío—¡Sólo te advierto!—dijo colocando sus blancas y perfectas manos de pintor sobre mi escritorio.

—¿Qué ocurre?—me asombraba que se comportara de ese modo tan incivilizado. Recordé por un momento al Marius que conocí cuando intentó detener por todos los medios a Akasha sin lograrlo—. No sé qué está pasando. Cálmate.

—Bianca apareció ayer mientras modificaba alguna de las leyes para aclararlas y rectificarlas según tu conveniencia—dijo clavando sus ojos en los míos como si fueran dos rayos provenientes de Zeus. Sentí que la electricidad de su rabia me recorría de pies a cabeza.

—¿Y?—pregunté.

—¡Cómo puedes estar tan tranquilo! ¿Acaso no sabes lo que trama esa mujer en mi contra?

Cada vez se veía más nervioso. Las escasas arrugas de expresión se marcaron en el contorno de sus ojos. Su boca, siempre con un gesto amable, estaba torcida y de su lengua sólo podían salir sapos y culebras. Estaba vestido con una túnica al más puro estilo del Imperio Romano. Posiblemente había salido de la casa que había comprado en Verona entretanto terminaba de restaurar su viejo palacio en Venecia.

—No...—dije tras un largo suspiro.

Mi madre estaba allí presente aunque parecía un jovencito con esa ropa tan masculina, el cabello recogido y oculto bajo su sombrero, y las botas de montaña cubiertas de barro. No sé donde había estado las últimas semanas ni le había preguntado. Ella era libre de ir y venir junto con su compañera, sus amigas más íntimas o incluso por si sola. Era una mujer feliz porque hacía todo lo que quería sin que yo pusiera impedimento alguno. Y, por supuesto, no iba a impedir que viese ese espectáculo tan bochornoso. No iba a echarla.

—¡Me ofendió terriblemente!—gritó y añadió— ¡Dijo cosas tan horribles que no puedo reproducir! ¡Y me abofeteó!

Cuando dijo que lo abofeteó mi madre rió bajo quizá porque sabía de quién se trataba. Las mujeres de la tribu estaban más unidas que nosotros los hombres. Era curioso como corrían unas a otras a contar todas las idas y venidas. Aunque, por supuesto, Sybelle era la única que se mantenía algo alejada junto con Rose. Ambas, las más jóvenes, parecían decididas a no involucrarse demasiado en las disputas internas.

—Marius, no soy tu padre—dije con una sonrisa algo burlona de la cual no me arrepiento en absoluto—. De hecho, tú eres mayor que yo. ¿Por qué debería tomar parte de un asunto que no me concierne?—pregunté con un tono condescendiente.

—¡Eres el líder!—exclamó golpeando la mesa provocando que la pluma que estaba cerca del borde cayese.

—Eres el líder, el líder, el líder... —respondí con un tono jocoso que provocó que mi madre riera nuevamente. Entonces él la notó entrando en una cólera aún mayor.

—¡No hagas burlas!—cerró los puños sobre la mesa y se inclinó.

Deseaba que yo realmente hiciese algo, pero no sabía qué podía hacer. No me burlaba porque sabía que para él era un tema serio, sin embargo ¿yo que pintaba en todo ese asunto? Nada.

—Marius, estoy aquí para problemas serios—dije siendo conciliador—. Las nimiedades, por favor, las arregláis entre vosotros sin que yo tenga que escuchar vuestras malditas broncas de niños de cinco años—comenté incorporándome de la silla recogiendo la pluma, para luego mirarle a los ojos con esta en la mano—¿Recurro a ti cuando discuto con Armand? ¿Me ves en tu puerta aporreándola porque Pandora se personó en mi despacho para gritarme que soy tan terco como tú?—pregunté bordeando la mesa para quedar tras su ancha espalda. Dejé la pluma sobre el escritorio y lo aparté con cautela echándolo hacia atrás. Finalmente me quedé frente a él mirándolo a la cara. Su rostro seguía siendo el de un monstruo irracional— No—dije negando suavemente con mi cabeza mientras me encogía de hombros—. No lo hago. Por favor, tú no lo hagas tampoco.

—Y te haces llamar amigo, compañero, hijo...—siseó herido y molesto.

—Marius, no puedo detener a Bianca—comenté—. Ella está herida por muchos motivos—dije intentando que asumiera quizá que lo había hecho para sentir que otros también sufrían igual que ella—. Tú debiste comprender que todo esto la ha trastornado y provocado que se sienta humillada.

—¿Y eso le da derecho a humillarme a mí?—preguntó.

—Marius... te cuidó—dije agarrándolo por sus fuertes brazos cincelados por sus viejas actividades físicas. Aunque era un hombre de pintura y letras tenía un aspecto envidiable. Siempre lo imaginaba vestido como iba con sus esclavos y pupilos deseando escuchar sus sabias palabras, pero en ese momento no era un hombre sabio o disciplinado. Sólo era un hombre herido y apasionado que buscaba una venganza inútil.

—De eso hace mucho—dijo perdiéndose en mis ojos.

—Sólo puedo decirte que todo esto ocurre porque eres incapaz de ponerte en el lugar de otros. Eres demasiado terco, airado y tremendista—mis palabras le hirieron porque pude notarlo de inmediato en la dilatación de sus pupilas—. No escuchas. Tienes el ego tan inflado que es imposible que escuches.

—¡Cómo te atreves a decirme eso!—se zafó de mi agarre y empezó a gritar de nuevo.

—Te amo, Marius. Te amo muchísimo, pero eres un idiota de manual con todas las mujeres—dije apoyándome en la mesa mientras lo veía moverse por toda la habitación como un animal herido y enjaulado.

—Lo confirmo—intervino mi madre.

—¡Cállese! ¡No hablo con usted!—espetó.

—No, pero ha entrado en el despacho de mi hijo gritando contra una amiga. ¿Qué se cree?—dijo sin perder el tono. Parecía ajena a todo lo que sucedía pero echaba leña al fuego.

En ese momento, para colmo de males, decidió pegar un grito frustrado y marcharse dando un fuerte portazo. El marco de la puerta se quebró y yo me llevé las manos al rostro para intentar controlarme. No quería ir tras él para tomarlo de la oreja como si fuese un niño. Mon dieu... él más de un milenio mayor que yo.

—Madre, no debiste ser tan brusca—dije cruzándome de brazos intentando encontrar una solución a todo aunque no era mi problema.


—Hijo, he sido delicada—susurró acercándose a mí para tomarme del rostro con cariño. Tenía las manos heladas—. Busca hubiese sido si le pego tal patada que lo hago volar por la ventana—murmuró para luego soltar una risotada que hizo que la siguiera.


Lestat de Lioncourt  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt