Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 4 de agosto de 2016

Culpable.

Y pensar que Benedict es mi abuelo y Rhosh mi bisabuelo en lo que respecta a "origen de mi sangre". 

Lestat de Lioncourt. 


Me situé de nuevo ante aquel viejo conocido. Estaba intentando redimir todos mis pecados, pero estos eran tan pesados que apenas podía respirar. Mis ojos se llenaron nuevamente de pecaminosas lágrimas sanguinolentas mientras caía de rodillas. Estaba angustiado y no sabía a quién acudir. Comprendía que lo había hecho por amor, como muchas guerras se habían cometido en nombre del amor a Dios, pero esa no era el mejor método de solucionar las cosas.

Al fondo podía ver las velas encendidas como plegarias a la virgen, una hermosa escultura datada con más de tres siglos, y al otro extremo de la iglesia estaba San Judas con sus manos abiertas hacia el público y un rostro algo aniñado pese a la poblada barba perfectamente tallada. En una esquina, casi oculto, había un pequeño santo que decían que concedía milagros. Pero frente a mí, en esa inhóspita cruz, estaba el salvador de la humanidad observándome con bondad pese al dolor de sus heridas.

—Perdóname, perdóname... —murmuré antes de escuchar como alguien más accedía al templo mientras el párroco estaba en la vicaría junto a su adjunto.

—¿Otra vez?—su voz siempre me hacía temblar como la primera vez. Causaba un torbellino de emociones que no podía controlar—. Sabía que te encontraría aquí rindiendo cuentas a un pedazo de madera.

—No hables así—dije con la voz temblorosa—. Son mis creencias...

—Absurdas, sin duda—comentó caminando con elegancia hasta donde me encontraba.

Accedió por el pasillo central pasando por alto a la mujer que se había dormido en uno de los bancos. La pobre desfalleció tras horas rezando angustiada por la suerte de un enfermo. Aún había personas con fe y conciencia en el mundo, con la necesidad imperiosa de ser escuchados, y yo no era tan distinto a ella. Había acudido allí para que Dios me escuchara, pero era él quien acudía al rescate con aquel gabán gris y ese aspecto tan cuidado.

—No son absurdas—repliqué algo temeroso porque él se enfadara conmigo, pero no podía permitirle que se siguiera burlando.

—Benedict, ¿cuándo dejarás de ser el monje que tomé entre mis brazos e hice hijo mío? Mi hijo, mi amante, mi condenado...—se detuvo colocando sus manos sobre mis hombros y me sentí como Jesús en el monte de los olivos junto a su ángel, el redentor de todo pecado y mal, que le condujo a aceptar su destino—. He visto dioses emerger y caer, he visto religiones proliferar y caer en el olvido. Esto no tiene sentido. Es ridículo—musitó apretando suavemente sus dedos sobre mis hombros—. Has matado por mí, has decapitado a una inocente, y has destruido al amor de su vida. Pero, ¿no nos han perdonado ya?

—Sí, ¿pero cuándo me perdonaré yo?—pregunté.


Rhosh se quedó callado intentando dar una respuesta que me convenciera, pero no pudo. Él sabía que siempre me culparía. Yo, el bondadoso y torpe Benédict, había matado a Maharet y colaborado en la muerte de Khayman.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt