Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 10 de octubre de 2016

No me hagas hablar

Bien, hice que esos dos se pelearan...

Lestat de Lioncourt



Insensatez tras insensatez. Lestat siempre fue un cúmulo de locuras, un saco de dudas existenciales que no lograba saciar con un par de palabras. Él tenía que provocar un gran desastre para poder sentirse realizado. Por eso, cuando cambió su cuerpo por uno humano y lo perdió, no me sorprendió. No obstante me sentí terriblemente molesto y exigí al resto que le diesen la espalda. Quería que aprendiera la lección por si recuperaba lo que había perdido, pues de momento muchos estaban en peligro debido al alcance de sus poderes.

—No debiste ser tan duro—dijo Armand sentado en un diván.

—Tenía que hacerlo—respondí de inmediato.

—Has salido de entre las llamas de esa choza repleta de libros y gasolina, para decirle que no le vas a ayudar. Marius, ¿le ayudaste en algún otro momento?—sus ojos castaños brillaron con malicia y yo bufé.

—Por supuesto. Apoyé la destrucción de Akasha—dije algo orgulloso.

—Por supervivencia tuya, no suya—argumentó.

Tenía puesto un hermoso traje negro. Estaba sentado en el diván borgoña de mi habitación y sus piernas, algo cortas debido a su escaso tamaño, rozaban las baldosas de mármol. Tras él estaba la ciudad absolutamente despierta, luminosa y llena de ruido. Me había instalado en aquella habitación en esa isla de desenfreno.

—¡Cuándo lo abandonó su madre estaba allí!—grité furibundo. No salía de mi asombro. ¡Cómo me podía decir algo así!

—Como un buitre carroñero—susurró con una sonrisa maliciosa.

Se incorporó y dio un par de pasos elegantes, medidos y firmes. Parecía un ave funesta, un ser venido a molestarme. Recordé el cuento de Edgar Allan Poe y lo maldije.

—¡A qué has venido!—pregunté.

—A observar como pierdes los estribos—sonrió caminando hacia la puerta.

—¿Por qué no vas a ayudarlo?

—Porque ya se está encargando ese tal David Talbot y toda Talamasca—me informó mientras giraba el pomo y abría la puerta para pasar por el marco de esta—. No deseo que me investiguen más, pero ojalá recupere ese imbécil el cuerpo y te haga frente.

—Armand...—susurré agotado.


—Buenas noches, Marius—dijo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt