Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 2 de enero de 2017

Un monstruo entre hombres

Monstruo no me parece, pero su genética quizá... 


Lestat de Lioncourt




Acababa de terminar la entrevista de trabajo con la nueva secretaria. La anterior no duró demasiado en su puesto. Era demasiado joven, demasiado hermosa, demasiado inteligente y demasiado dulce. Cualquier hombre se sentiría atraído ante la idea de tener a una mujer similar a su alcance, la cual se sonrojaba con cualquier simple halago hacia su trabajo y disposición. Era una chica demasiado alegre y con una personalidad intensa.

Hacía tan sólo unas noches me quedé demasiado tiempo en el despacho. Cerraba la contabilidad navideña. Como si fuese un Santa Claus moderno revisaba la lista de los distintos comercios que habían adquirido nuestros productos. Observaba cuál era la muñeca más vendida, el rompecabezas más codiciado entre los más pequeños de la casa y algunos juguetes de colección, los cuales posiblemente habían sido comprados por adultos para adultos. Ella se había negado a marcharse dejándome solo en una oficina vacía, algo lóbrega, y en pleno festejo navideño.

Esa misma tarde la había escuchado discutir con su pareja. Creo que él le recriminaba el pasar demasiadas horas trabajando, pero teniendo en cuenta las fechas en las que estábamos era bastante común. Desde octubre hasta diciembre la fábrica no dejaba de producir, la centralita echaba humo y muchos comercios pedían reposición porque mis juguetes, aunque no tenían demasiada publicidad, los codiciaban niños y adultos.

Era su hora libre, estaba frente a la cafetera, y no paraba de hablar alto por el móvil. Decía algo de su vida, su trabajo y su gran sueño. Siempre había soñado trabajar para una importante empresa, cobrar un buen salario y hacerlo con dignidad. Tenía un brillante historial académico, había estudiado empresariales y tenía algunos cursos extra. Cuando la contraté como secretaria se alegró, cuando alguien de su posición social y estudios jamás hubiese aceptado tal puesto. No obstante, creía firmemente en las viejas historias que se contaba del fundador de mi empresa.

—Estoy en una empresa maravillosa, Charles—dijo—. ¡Es mi oportunidad! Quiero conocerla desde el puesto más básico hasta ser parte imprescindible de alguno de los departamentos. ¡Comprende!—exigía frustrada mientras echaba un poco de café en su leche—. ¿Me vas a dejar?—preguntó dejando la jarra de cristal en su lugar—. ¡Me vas a dejar! ¡Sólo he hecho seis horas extra esta semana! Sí, eran necesarias—frunció horriblemente su ceño y añadió—. No como tú en mi vida—colgó, guardó el móvil en el bolsillo de su chaqueta y se tragó las lágrimas con un trago de café.

—Debería marcharse a casa—dije interviniendo al fin.

—Señor Templeton—murmuró sorprendida—. Su bisabuelo decía que...

—Sé lo que decía. Decía que el trabajo duro y los sueños van de la mano, pero debería ir con su pareja. Son fechas para estar con quienes se ama—respondí.

—No, él no me ama—dijo soltando la taza mientras me miraba a los ojos—. Si me amara no me trataría como un objeto, me trataría como una mujer. Una mujer no es un objeto—comentó acercándose a mí para tomar mis manos entre las suyas—. Muchas gracias, es usted un jefe admirable. Trabaja más duro que todos nosotros y siempre está contratando gente muy diversa. Sus muñecas son increíbles y no sólo las adquieren niñas. En sus catálogos los niños juegan con muñecas asumiendo su papel de padre. Me recuerdan a mi hermano cuando jugaba conmigo y mis amigas. Ahora él es arquitecto, diseña casas hermosas y familiares, porque desea recrear ese ambiente familiar que nosotros hacíamos jugando con sus juguetes... The Boy Blue es una empresa que pertenece a mis mejores recuerdos infantiles. Se lo agradezco a su abuelo y a su padre, pero también a usted.

Esas palabras me conmovieron, igual que la tibieza de sus manos. Ella no sabía que no existía ningún antecesor en mi cargo. Había vivido solo, sin familia ni amigos, durante siglos. Mi familia había muerto por mi culpa, ya que quise que el Dios humano nos bendijera y aceptara. Si bien, sólo traje división y muerte. Aún, en algún rincón de Escocia, me tienen como un santo y rezan porque regrese. Sin embargo, sólo soy un monstruo que busca realzar la inocencia infantil para recordársela a los adultos y obligar a los niños a mantenerla.

Aparté mis manos lentamente y ella me sonrió con timidez. Noté un sonrojo muy tímido en sus mejillas. El mismo sonrojo que horas más tarde tenía al entrar en mi oficina. Entró sin llamar, pues la puerta estaba encajada, y me pilló jugando con un tren. No llevaba mi americana, las mangas de mi camisa estaba mal recogida y mi corbata algo desanudada.

Muchas veces juego a solas comprobando que todas las piezas son duraderas y funcionan tal y como decimos. Se echó a reír, se sentó a mi lado y me pidió poder jugar conmigo. Nos convertimos en niños de un momento a otro. Hacía muchas navidades que ella no era tan feliz, al menos eso me comentó.

En algún momento nuestros dedos se chocaron otra vez, pero en esta ocasión por simple descuido. Finalmente olvidé que era un monstruo y la besé. Besé esos labios pintados con un labial color guinda, coloqué mis manos lejos del mando del tren para empezar a desabrochar su camisa celeste, y ella no dudó en tomarme del rostro. Esos dedos eran como pétalos de rosas rodando por mis pómulos.

Su blusa cayó al suelo dejando ante mis excitados ojos el sostén de encaje blanco. Eran hermosas magnolias que apenas cubrían su piel de leche y sus pezones rosados. Ella de inmediato se soltó el cabello negro, cayendo sobre sus hombros y rozando su espalda. Sus ojos profundamente oscuros me mostraban una erótica alma. Algo en mí despertó y me hizo caer sobre ella como un animal salvaje sobre su presa. Rió de forma fresca y luego gimió al percibir mis dientes sobre su cuello. Mis dedos viajaron rápidos sobre su falda, para subirla sin problemas. Sin embargo, me apartó para levantarse y quitarse las restantes prendas.

—No quiero que piense que esto lo hago por mejorar en mi puesto, sino porque le deseo. Es un hombre maduro y encantador... aunque sólo me saque unos años—dijo creyendo que sólo tenía treinta años, pero en realidad tengo más de tres mil. Ni siquiera yo soy capaz de recordar la edad que tengo.

Con sumo erotismo se quitó la falda, dejándola caer hasta sus elegantes tacones de aguja, después se quitó el sujetador provocando que salivara al imaginarlos repletos de leche, y por último bajó sus bragas, las cuales iban a juego con su restante lencería. Tenía el monte de venus libre de cualquier vello y una pequeña raja que ocultaba una cálida abertura. Mi erección ya era algo notable bajo mi pantalón, por eso ella se arrodilló.

—¿Deseas que me deje las medias y los tacones?—preguntó acariciando sutilmente mi bragueta.

—Elisa...—jadeé agarrándola de la muñeca para detener esas caricias. Aparté la mano, bajé la cremallera y me incorporé.

Mi destacada altura la dejó en silencio. Arrodillada mis más de dos metros la hacían sentir muy pequeña, igual que alguna de mis muñecas, porque sólo alcanzaba a duras penas el metro cincuenta. Mi miembro, frente a su boca, la dejó pensativa pero no dudó en besar el glande y lamer sutilmente desde la base hasta el prepucio, donde se detuvo a mordisquear esa piel sobrante que iba retrayéndose. Finalmente comenzó a succionar aferrándose a mis caderas. Mis largos cabellos negros cubrió mi rostro, mientras dejaba que ella disfrutara de aquel acto tanto como yo lo hacía.

Si bien, no me pude contentar con aquello. No quería tan sólo ser un observador más. Agarré su nuca con mi mano derecha y con la izquierda sostuve mi sexo por la base. Ella abrió los ojos algo asombrada cuando empecé a penetrar con fuerza, sacando casi todo el miembro hasta volver a enterrarlo por completo en su garganta. Llevaba un ritmo algo rápido y perverso, sus pezones se irguieron sólo por esa sensación de dominación y sus muslos se empaparon con sus fluidos. No tardé mucho en levantarla para llevarla hasta la mesa, donde la recosté para mordisquear sus pezones. Succionaba igual que un niño pequeño la leche materna, una leche que no existía pero que en mi imaginación era deliciosa. Mis enormes manos hicieron presa su estrecha cintura. Sus gemidos eran cada vez más elevados y mi sexo se rozaba sobre su húmeda entrada.

—Señor Templeton—dijo apoyando sus manos sobre mis inmensos hombros, pero de nada le sirvió. Pronto le di la vuelta para morder sus glúteos, lamer su estrecha entrada y subir con mi lengua hasta su nuca. Allí, en esa delicada zona, la mordí al mismo tiempo que la penetraba.

Un alarido de placer surgió de su garganta llevándola al orgasmo. Si bien, no me detuve. Jadeaba cerca de su oído, pronunciaba palabras algo malsonantes y sucias, entretanto mis manos se dirigieron a sus senos para exprimirlos como si fueran naranjas de zumo. Sus piernas estaban tan temblorosas que no hubiese podido quedarse en pie, aunque ni siquiera llegaba al suelo. Eché a un lado algunos documentos, casi arrojándolos al suelo, para colocarla de lado dejándola con las piernas cerradas. El roce era delicioso, incluso parecía virgen. Sus ojos se cerraban mientras gemía desinhibida, pues no había nadie más en aquella planta.

En cierto momento salí, coloqué por completo su espalda en la mesa y dejé que me echara una mirada de lujuria demasiado provocadora. Me hundí entre sus muslos, lamiendo sus fluidos y acariciando con deseo su clítoris. Empecé a succionar y lengüetear abriendo bien sus piernas, pues quería cerrarme los muslos debido al placer. Sus manos se colocaron en sus pezones retorciéndolos mientras la observaba desde aquella privilegiada posición. Finalmente me erguí como un coloso y la penetré arremetiendo con codicia y maldad, llevándola de nuevo a un orgasmo junto con la sensación de mi cálido esperma bañando su estrecha entrada. Los músculos de su vagina me acapararon exprimiendo cada gota de esa gloriosa leche, y toda ella vibró. Vibró por los espasmos de placer, pero también por los espasmos de la muerte.

Al salir de ella mi monstruoso crimen había acabado. Su cuerpo estaba yermo y un hilo de sangre salía de su nariz, así como también de su boca. Muerta. Estaba muerta. Había sufrido una rápida gestación y aborto de un Taltos, un monstruo igual que su padre.


Me deshice del cuerpo antes que nadie supiese la verdad. No obstante, antes la limpié con cuidado y acomodé sus prendas. La llevé en brazos hasta el garaje, para llevarla a un páramo alejado de la ciudad. Allí la enterré besando sus labios, llorando su muerte. Me dejé llevar. Olvidé que era un Taltos y que mi simiente la mataría. Al regresar eliminé las pocas imágenes donde se nos veía, a ella muerta en mis brazos, para luego echarme a llorar en mi despacho. El mismo despacho donde me despedía de su sucesora, una chica joven y alegre como ella...  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt