La muerte siempre se lleva parte de nosotros, de los que nos quedamos aquí, pero deja un poco de aquellos que se marchan.
Lestat de Lioncourt
Él estaba muerto. El hombre que
intentó salvar a mi madre y a la familia múltiples veces, como si
fuese un ángel de la guarda, yacía en una fría camilla metálica
listo para hacerle una autopsia innecesaria. Todos habían visto como
el conductor de un coche, a toda velocidad, había arremetido contra
él en un paso peatonal y después, como si de una novela negra se
tratase, echó hacia atrás el vehículo y lo remató estando en el
suelo. El conductor fue detenido a las escasas horas y aclaró que
fue contratado para tal fin: matar a Aaron.
Mis hijos habían muerto. Él resultó
ser un auténtico monstruo buscando la absolución. Un ser que jamás
fue amado y que vivió una vida llena de tormentos, la cual se
prolongó en el tiempo gracias a una antepasada común. Calculé bien
los datos, aunque no tenía pruebas fehacientes, y supuse que la
familia de su padre también lo fue de Deborah. Ambos teníamos el
mismo árbol genealógico. Fue escalofriante. Sobre todo saber que
había estado aguardándome y haciendo todo lo posible porque yo
naciese. Incluso mató al padre de Michael, mi suegro, cuando él
sólo era un adolescente. Un crimen horrible. Ella fue asesinada por
mis propias manos. Era un ángel, pero me asustó. Me salvó la vida,
pero yo no podía soportar la sola idea de su genética. Una hija
fruto del incesto, la desesperación y el horror. No podía
soportarlo.
Michael estuvo a punto de morir. Su
corazón había fallado y casi se ahoga. No estaba allí para tomar
su mano ni para soportar la tristeza de sus ojos. Había estado
atada, aislada y amordazada día y noche. Pocas eran las veces que
estaba libre de ataduras, pero me encontraba tan débil que no podía
hacer nada más que comer la escasa comida que mi propio hijo, mi
verdugo, me traía.
Había quedado sumida en la locura, en
miles de pensamientos que iban y venían, pero me despertó esa
muerte. Una muerte que no fue anunciada, sino que pude sentir con
cada fibra de mi cuerpo. Vi a Aaron cruzar el jardín, contemplar con
tristeza la casa como si estuviese viendo aún a mi madre sentada en
el porche, sacudió la cabeza y desapareció. Su espíritu vino una
vez más a este lugar maldito para despedirse. No hizo falta que
nadie me intentase hablar. De inmediato me incorporé y recobré el
sentido. Como si hubiese estado dormida desperté para dar una
noticia tan terrible.
Creí que nunca iba a vivir algo tan
doloroso. Supongo que la figura de Aaron, en cierto modo, se
convirtió en la de un padre para mí. Por eso, cuando tuve frente a
mí al culpable de su asesinato, no impedí su muerte. Disfruté
viendo como moría a manos de otro monstruo, pero este demasiado
bondadoso para un mundo tan despreciable. Jamás pagaré a Ashlar
todo lo que hizo por mí, ni siquiera cuidando a la escasa
descendencia que ha sobrevivido. Nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario