Lestat de Lioncourt
Martes de Carnaval... martes de
perdición y crespones negros en mi corazón. Eso es todo. Han pasado
algunos años, incluso más de una década, y revivo cada carnaval el
mismo calvario. No importa realmente el tiempo que haga que se fue,
como si no importase nada, sino lo que dejó atrás. Dejó un corazón
roto, una incógnita, un hijo desecho y una familia hundiéndose en
el fango. Murió a manos de un monstruo mientras todos intentaban
atrapar collares de perlas de plástico con diferentes colores.
Me marcho a la casa en la playa, lejos
de una ciudad llena también de recuerdos, para sentir la arena bajo
mis pies y observar como las olas vienen y van. Pienso que está
todavía ahí. Ella recorre esas arenas perfectas observando el
horizonte, llenando sus pulmones de sal y dejando que sus cabellos
los agite la brisa. Puedo incluso verla. Con esa blusa blanca, algo
ancha, y unos jeans ligeramente ajustados. Amaba su sonrisa, aunque
en los últimos años parecía forzada. Gifford tenía cuarenta y
seis años y me dio gran parte de su vida, más de treinta años, con
la firme intención de ser feliz y hacerme feliz.
En ocasiones me pregunto cómo se
sentiría al saber que Alicia, su hermana, también murió aguardando
salvarse en un hospital. Igual que murió su marido, pero este fue
por la bebida. Ambos fueron presas de sus malos actos, aunque Alicia
tuvo el mismo verdugo que Gifford. Las hijas de Laura Lee, nietas de
Evelyn Mayfair, les fue tan mal como a la pobre Stella Mayfair.
Muertas jóvenes, con grandes sueños y personas que las amaban.
Antes no creía en fantasmas. Era el
hombre más recto de la familia. Jamás pensé que pudiese creer en
criaturas extrañas, como lo son los Taltos, y los espíritus, como
es el de mi propio ascendiente llamado Julien. Tío Julien recorre
aún First Street con la elegancia que le corresponde. He podido ver
en sus ojos un mar de penas que me engulle, aunque luego sonríe y
parece estar en paz. Quiero creer que ella está en paz. Deseo pensar
que algún día aparecerá por esta playa antes que yo cometa una
locura. Llevo años soportando un dolor terrible y estoy vivo es
porque deseo ver los nietos que me dará Pierce, nuestro hijo. Se
casó hace unos años y aún no he tenido la suerte de cargar un
bebé. También me ata Mona. Quiero volver a verla. Dicen que
volvería, pero a la vez sé que me mintieron. Ella no regresará.
La vida parece un mal sueño con música
de fiesta, de fiesta de carnaval donde el dios Momo se burla de mi
desgracia.
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