Regresa David y su vinculación con TALAMASCA
Lestat de Lioncourt
—Ahora vuelves a tener acceso a todos
los archivos sin necesidad de inmiscuirte en alguna de las Casas
Madre de la Orden—decía de pie junto a mí.
Estaba allí como si fuese un humano
más, pero en realidad era un espíritu imponente y hermoso. Su
belleza era casi soñada. Podía ver en sus ojos el brillo de la
perspicacia y una mente bien elaborada. No tenía miedo, más bien
era asombro. Siempre tenía asombro cuando lo veía moverse. Había
visto decenas de miles de espíritus y fantasmas, pero ninguno como
él.
—¿Y será ilimitado?—pregunté
comenzando a pulsar las teclas para acceder a mi cuenta.
La Orden había llevado todos los
archivos a una base de datos ingente que se compartía en todo el
mundo. La página web era segura, había grandes recursos tras su
seguridad y la limitación de los flujos de información, y los
archivos estaban completos.
—¿Qué comprendes por ilimitado?
—dijo en un tono serio y algo confundido.
—Los archivos donde aparezco—expliqué
con brevedad y rotundidad.
—Oh...—una expresión de asombro se
formuló en su rostro generando unos rasgos nuevos, algo infantiles,
que rápidamente se borraron para dejar paso a una mirada seria y
algo imperturbable.
—¿Podré acceder a ellos?—pregunté.
—No, David—dijo.
No iba a darme por vencido. Necesitaba
saber qué datos conocían. Además, estábamos en contacto. Si algún
dato estaba mal enfocado tendría que advertirlos a todos. Ahora
éramos una tribu y en la tribu no debíamos tener secretos. Yo
seguía siendo fiel a la orden.
—Sabes que no tocaré la información
ni modificaré su veracidad—decía mirando la pantalla mientras
cargaba la siguiente sección de la web—. Sólo surge en mí una
malsana curiosidad.
—Está bien...
Ante mí tenía el escudo de la orden,
así como una breve introducción a la sección que había señalado.
Él me desplazó de inmediato y comenzó a teclear a gran velocidad
una serie de comandos. Entonces, me permitió el acceso. Había
entrado en su cuenta, cambiado mis parámetros y ofreciéndome
nuevamente mi ordenador.
—¿Podré tener acceso?—decía no
muy seguro.
—Sí, pero los archivos estarán en
modo sólo lectura para ti.
—Gracias, Gremt—sonreí eufórico.
Pronto habría nuevos archivos que
saldrían a la luz para poder colaborar con la mayoría silenciosa,
esa que estaba ahí leyendo cada aventura. Necesitaban saber qué
ocurría.
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