Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 10 de mayo de 2017

Mi otro yo

Michael Curry y Mona Mayfair tuvieron sus más y sus menos... 

Lestat de Lioncourt

Durante algunos días había estado reflexionando sobre lo ocurrido en el salón. Aún recordaba la música sonando de forma estruendosa, precipitándose por doquier, mientras aquel olor tan acogedor se expandía por la vivienda. No sabía bien qué era. Me sentí inducido a bajar por las escaleras y apropiarme de un cuerpo tierno, vulnerable en apariencia, que se abría ante mí como una magnífica flor venenosa.

Cerraba los ojos y podía sentir sus muslos cálidos envolviendo mis caderas, su aliento agitado golpeando la piel de mi cuello y sus uñas arañando mi torso, hombros y brazos. Incluso podía escuchar sus largos quejidos y gemidos acompañados por mi nombre repetido una y otra vez. Sí, aquello parecía un rezo despiadado que me hundía en el pecado más natural. Cualquier hombre se hubiese sentido atraído por esos cantos de sirena.

Aparté mis gafas de lectura y apreté el hueso de mi nariz. Me sentía sofocado, con la vista borrosa y con deseos de fundirme con la cama. Quería alejarme de esos pensamientos y poder soñar con mi esposa, la cual llevaba meses desaparecida. No debía pensar en aquella chiquilla que me hacía sentir impropio y salvaje.

Decidí dejar de pensar y marcharme. Sin embargo, nada más cruzar la puerta de mi despacho y descender por las escaleras, pues quería ir a mi dormitorio, la encontré de pie apoyada en la balaustrada que iniciaba el descenso hacia el piso inferior. Tenía los pies desnudos, un camisón minúsculo y el pelo alborotado. Sus ojos, como siempre, eran de un verde intenso que parecía ser puro fuego.

Bajo esa ropa que dejaba tan poco a la imaginación se hallaban dos pequeños pechos, una cintura estrecha y un pubis depilado. Apenas era una niña y yo ya alcanzaba los cuarenta años. Supongo que mi cara de asombro no la desconcertó, pues parecía estar a la expectativa. Se acercó en silencio y colocó sus manos sobre mis pectorales, subiéndolas lentamente hasta los hombros y terminando de puntillas me dio un beso casto en los labios. Todos esos perversos movimientos lograron despertar en mí ese maldito instinto de nuevo.

Mis manos no dudaron en inmiscuirse bajo aquella tela tan fina, palpando así sus glúteos y apreciando que no llevaba ropa interior. Mi boca se abrió con hambre y acabó acaparando la suya, la cual se quedó inmóvil esperando que introdujera mi lengua. Ni lo dudé. Actué. Mis labios presionaron los suyos, mi lengua se movió resuelta y la suya intentó seguir mi ritmo. Rápidamente sus manos se cerraron en puño aferrándose a la tela de mi camisa de blanco algodón. Mi mano derecha se coló entre sus piernas y colé mi dedo índice y corazón en su cálida abertura, la cual parecía ya humedecerse sólo por ese beso que podía escandalizar a cualquiera.

Su clítoris estaba húmedo y yo presioné mis dedos suavemente en un movimiento circular. Su reacción me hizo saber que debía ir más allá, pues separó su boca de la mía y gimió mirándome decidida. Ella quería más. Así que continué con ritmo lento elevándolo despacio hasta llevar una velocidad que le hizo fruncir el ceño, abrir más sus piernas y aferrarse con fuerza. Sin embargo, paré para insertar rítmicamente esos mismos dedos dentro de su estrecha vagina.

Sus pecas se difuminaron porque sus mejillas, así como el conjunto de su rostro al completo, se sonrojó entretanto sus labios se abrían. Tenía una expresión placentera. Sus manos se separaron de mí de forma temblorosa, agarró la falda de su camisón y lo elevó hasta su ombligo. Agachó la cabeza para ver mi mano áspera, de dedos gruesos y toscos estimulándola.

De inmediato me arrodillé. Cada vez estaba más húmeda. Sus fluidos denotaban que estaba extremadamente excitada. Echó su cabeza hacia atrás, pegó su espalda y abrió bien sus piernas. Acerqué mi rostro a su vientre plano, mordí su piel pálida y hundí mi lengua en la abertura de esos labios inferiores. Saqué la mano para abrir bien sus piernas, apoyando ambas en sus muslos, mientras mi lengua saboreaba su clítoris, lamía su vagina lentamente e introducía en su pequeño orificio.

—Michael...—gimió apoyando sus manos en mis hombros logrando que me apartara, la arrodillara y me bajase precipitadamente mis pantalones junto a la ropa interior.

Sus pupilas se dilataron y su boca se abrió intentando tomar aire. Por mi parte simplemente introduje el glande y ella rápidamente apretó su boca entorno a este. Su lengua comenzó a jugar con el meato mientras ocultaba sus dientes bajo sus labios, carnosos y enrojecidos, provocándome una mayor erección. Así que no lo pensé más y la agarré del pelo, recogiendo bien este en una coleta alta, para comenzar a mover mis caderas rítmicamente buscando que mi miembro la llenara. No obstante, acabé incorporándola, pegando su diminuto cuerpo contra la pared, arrancando su prenda a jirones y penetrando violentamente.

No pensaba. No era yo. Estaba completamente ciego de deseo. Ella era una fuente de placer inagotable. Sus gemidos me encendían cada vez más. Sus ojos se cerraron, su cabeza se echó hacia atrás y las palabras más lascivas, pueriles y denigrantes comenzaron a ser plegarias por parte. Sus pies quedaron de puntillas y mis manos la sostenían por las caderas. En cierto momento no pude más y dejé que un corriente formidable la llenara. Ella gimió en un grito de terrible placer para luego caer prácticamente de bruces.

Mi miembro quedó duro en su interior. Ella lograba que la excitación no bajase. Me encontraba tan insatisfecho como antes de empezar siquiera a tocarla. Así que simplemente se tiró al suelo, elevó sus caderas y me ofreció una visión tentadora. Su vagina estaba cubierta de sus fluidos y los míos, enrojecida y algo abierta. Era todo un espectáculo. Por mi parte no lo dudé y me colé de nuevo entre sus piernas arremetiendo una vez y otra. Tardé algo más, pero volví a llegar al orgasmo junto a ella.


Posiblemente muchos opinen que actué mal, que no tenía respeto por mi matrimonio, pero repito que no parecía ser el mismo hombre enamorado de Rowan. A su lado me sentía diferente.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt