Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 24 de julio de 2017

Adiós

Lasher y Julien eran compañeros inseparables porque el primero era parásito del otro.

Lestat de Lioncourt

—Nunca pensé que todo pudiese acabar así.

Su voz sonó ensombrecida por la medicación que le ofrecían para los agudos dolores en sus huesos. Llevaba en la cama algunos días sin siquiera moverse para poder asearse correctamente. Sus ojos azules se veían apagados y sus cabellos canos no resaltaban tanto, pues su piel estaba más pálida e incluso fría. Sin embargo, tuvo que hablar.

—¿Así como?—pregunté.

—De este modo.

Intentaba de forma absurda incorporarse en la cama, pero no era capaz. Estaba demasiado débil. Sus manos tenían ya manchas en la piel debido a la edad, aunque no me había fijado en eso hasta ese momento. Parecían más huesudas y débiles, pues incluso temblaban. Había perdido demasiado peso y parecía un cadáver en comparación con el hombre elegante, sofisticado, soberbio y digno que siempre se paseaba por las calles de Nueva Orleans sintiéndose dueño de este pedazo de tierra. Ya no había poder, pero seguía su belleza en algunos gestos y también en su forma suave de hablar.

—Te mueres.

Sentencié con congoja. Las nubes comenzaron a unirse entorno a la avenida, subiendo hacia la calle y quedándose sobre la vivienda. Pronto se fueron convirtiendo en un mar tumultuoso y agitado. El viento empezó a mecer las ramas de los árboles. Las palmeras cercanas a la piscina se movieron descontroladas por la ventisca y los arbustos empezaron a perder sus flores.

—Me muero. Ya me libraré de ti y de todo este tormento—sentenció.

—No puedes morirte—negué.

Si él se moría, ¿qué sería de mí? ¿Qué sería de la familia? No podía morirse. Si se marchaba parte del legado se dilapidaría convirtiéndose en sólo recuerdos.

—No soy eterno. Todos tenemos un tiempo limitado en este mundo.

—No puedes.

Seguía negando su partida, aunque tenía razón. Eran ya más de ochenta años. Había vivido un siglo extraño de grandes cambios y progresos. Todavía lo recordaba en la vieja vivienda familiar observando los enormes tomos y deseando alcanzar las distintas baldas. Ya no estaba ese niño inquieto, ni el joven atractivo o el maduro hombre de negocios. Sólo quedaba un pobre viejo aquejado por la enfermedad del tiempo.

—No seas terco. Ya déjame en paz—dijo con amargura.

—¡No puedes! ¡No puedes!—vociferé.

—Llévame hasta la ventana.

—¡No!


Al final lo hice. Llevé su cuerpo a la ventana para que pudiese contemplar como la lluvia comenzaba caer en un aguacero intenso. Después soltó su último aliento mientras los pasos rápidos y preocupados de Mary Beth sonaban por la escalera.  

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Lestat de Lioncourt