Oberon y su visión de lo ocurrido en la isla.
Lestat de Lioncourt
Había escuchado la última discusión
de la mañana. Mi madre había gritado de nuevo a mi padre
mostrándose iracunda, salvaje, desenfrenada y para nada dialogante.
Ella tenía una verdad y esa verdad era la única. Él simplemente
permaneció de pie, con las manos colocadas sobre la mesa con las
palmas extendidas y el rostro en un rictus que no supe comprender.
Parecía pedir paz y que le escuchase, pero lo hacía en silencio
absoluto. Supongo que jamás pensó que la convivencia fuese tan
difícil, sobre todo cuando te despiertas cada día con un insulto
nuevo, un golpe sobre la mesa o un jarrón estrellándose muy cerca
de su cabeza.
La playa estaba tranquila. La arena
dorada y fina se extendía sobre varios kilómetros y apenas había
oleaje. Pude ver una bandada de aves tropicales cruzando el cielo
entre las escasas nubes. El calor empezaba a provocar que el sudor
apareciera en mi frente y mis largos cabellos negros hondeaban suaves
por la brisa. Apenas llevaba unas bermudas blancas y unas sandalias
de cuero marrón. Parecía un náufrago intentando hallar los restos
del barco.
No muy lejos estaba el muelle donde
teníamos las potentes lanchas a motor para ir a la siguiente isla,
donde conseguíamos los productos necesarios para mantenernos vivos.
Pero justo estaba huyendo de allí, porque a diez metros se hallaba
mi “hogar” y era un auténtico infierno. Al otro extremo de la
isla se hallaba mi lugar favorito, el cual era un pequeño
acantilado. Me gustaba sentarme al borde y poder ver las olas
golpeando la roca erosionándola como hacía desde la formación de
la isla.
Necesitaba ir allí para despejarme,
pero algo me detuvo. Un grupo de mis hermanos estaban colocados en
círculos hablando de venganza contra nuestro padre. Ellos decían
que él nunca había sido un buen gobernante y que sus imposiciones
eran devastadoras para nuestra especie, la cual debía ser líder por
encima de los humanos. Me quedé callado observándolos y ellos
hicieron lo mismo al percatarse que estaba allí.
Tuve que huir. Se incorporaron rápido
y vinieron hacia mí para poder callarme. Corrí cuanto pude y lo
hice en dirección al infierno del cual surgía. Gritaba el nombre de
mi madre y el de mi padre. Después no recuerdo mucho más. Sólo sé
que poco después supe que ambos estaban muertos y yo me veía
condenado a las órdenes de un mafioso local. El sueño del Pueblo
Secreto se dilapidó y sólo quedó ruinas.
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