Arjun y Flavius haciendo amistad en plena guerra...
Lestat de Lioncourt
—Oí de tu en muchas ocasiones—dijo
iniciando de forma improvisada una conversación.
Jamás había pensado que nos
encontráramos. Supe que Pandora lo abandonó, pero poco más. De
hecho, fue inesperado volver a verla porque creí que no nos
cruzaríamos de nuevo en este mundo tan convulso. Siempre la mantuve
en mis pensamientos como a una diosa hecha mujer. La pasión de sus
ojos, la belleza de su voz, la elegancia de su risa y sobre todo la
verdad de sus palabras. Me sentía aturdido y acongojado. Sabía que
pertenecía a esta mujer, la cual me dio libertad dentro de la
esclavitud, y que amé como a una hermana. Si bien, no había
imaginado el conversar con otra de sus creaciones ni reflejarme en
sus ojos.
Arjun parecía un hombre sensato a
pesar de tener un aire de soñador innegable. Sabía que era un
príncipe por sus maneras. Se sentó a mi lado pidiendo permiso con
un ademán muy cortés y sonrió maravillado observándome. Estuvo a
punto de decir algo, pero guardó respetuoso silencio ante mis
lágrimas. Finalmente me ofreció un pañuelo para que me las
enjugara e intentó una charla que esperaba que fuese fructífera.
—Yo leí sobre ti, pero no comprendí
jamás porqué ella te temía.
—No era a mí, sino a mis
sentimientos—confirmó alguna de mis sospechas, aunque había
demasiadas. Podía haber sido por cualquier motivo.
—Ojalá nos hubiéramos conocido en
un mejor momento.
—No hay mejor momento. Este es el
mejor de todos. Ahora tenemos que unirnos y ser fuertes—dijo
estirando sus manos para estrechar las mías, las cuales sostenían
el pañuelo húmedo con el cual sequé mis lágrimas.
—¿Puedo llamarte hermano?—pregunté
con timidez.
—Lo somos. Tenemos la misma sangre.
Todos aquí somos hermanos.
Hablaba pausadamente con una sonrisa en
su rostro lampiño. Era de aspecto joven, esbelto, largos cabellos
negros y una tez todavía ligeramente dorada. Veía en él al hombre
honesto y amable que creía que debía ser. Pandora no cometía
errores. Ella sabía tomar buenas decisiones. Podía ser
temperamental, pero jamás se comportaba como una estúpida.
Al final de esa conversación, la cual
duró algunas horas, acabamos abrazados. Necesitaba su amistad, su
compañía y sobre todo la bondad que hallaba en cada una de sus
acciones. Él requería a alguien que le escuchase y también conocer
a otros más allá de los relatos de nuestra creadora.
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