Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 1 de agosto de 2017

Nuestro amor

Ojalá esto les dure.

Lestat de Lioncourt 


Terminaba de colocar el cuadro entretanto pensaba en él. Habíamos separado nuestros caminos y el tiempo acabó por colocar un muro demasiado alto entre los dos. Sentía como el peso de mis acciones caían sobre mi conciencia y me hallaba desesperado por poder tenerlo una vez más entre mis brazos como aquellas noches que parecían eternas, con las estrellas mucho más brillantes en el firmamento y con una sensación de euforia propia de un hombre esclavo de sus pasiones. Él fue durante años mi gran sueño y generó en mí un fervor similar al religioso. Hizo que me sintiera Dios entre los hombres y él mi propio querubín, el cual cantaba hermosas tonadas de amor cargado de dicha y lujuria.

Gremt había mediado junto a mi hacedor para que Talamasca me regresara todas mis obras. Realmente no las necesitaba todas, pues me conformaba con recuperar esta pieza en concreto. Era el cuadro de “La tentación de Amadeo”. En el marco de madera, algo envejecido pero sin rastro de alguna enfermedad propicia por el mal cuidado o insectos, había una pequeña chapa dorada donde se podía leer el título. Mi corazón palpitaba enérgico ante la profunda mirada de aquellos juveniles ojos. Todavía era humano cuando decidí crear tan magnífica obra. Tenerla conmigo era como recuperar parte de lo que perdí. No obstante, no podía ser crédulo y dejarme llevar por la extraña y cálida sensación que calentaba mi alma. Esos tiempos no volverían porque nosotros no podíamos volver a ser los que fuimos. Todo cambia, todo evoluciona y nosotros cambiamos de igual modo. Somos criaturas vivas que se van llenando de experiencia aunque muchos mantengan que somos muertos entre los vivos.

Di un par de pasos hacia atrás para comprobar que estaba recto y caí de rodillas. Las lágrimas comenzaron a brotar sin pudor, pues me creía solo. Mis manos se colocaron sobre mi pecho como si mi corazón fuese a estallar. Era el llanto más amargo que jamás he ofrecido a este mundo enfermo de rabia, contaminado por la crueldad y la desdicha, hambriento de verdades y adorador de mentiras. Podría decirse que cada lágrima sanguinolenta que caía al piso de mármol era una palabra de amor no dicha, un secreto no revelado y un recuerdo que no fue vivido. Había hecho demasiadas promesas a mi Amadeo y no supe cumplir ni una de ellas. Ni siquiera tuve agallas de enfrentarme a Santino. Sí lo fui para pedir clemencia a Maharet para que lo juzgara y me permitiera acabar con su vida con el beneplácito de quien era nuestra líder, pero ella se negaba a ser líder o juez de algo semejante. Finalmente fue Thorne quien tomó la iniciativa y este fue destruido, al menos su cuerpo lo fue. Pero eso no me hizo recuperar a Amadeo, sino que creó una brecha mayor entre los dos y nos convertimos en dos islas a la deriva.

Armand ahora incluso reniega de ostentar mi apodo como su nombre, sino que ha tomado el suyo propio. Del mismo modo que yo tomé Roma por mi vínculo sentimental hacia el imperio que tanto me dio, que fue mi cuna y mi tumba, él lo ha hecho con Rusia. Todavía sigue siendo el muchacho de Kiev. Yo lo sé. No sé la razón por la cual reniega de su pasado entre los canales, en mis brazos y en mi cama. Jamás comprenderé los motivos que posee entre sus delicadas manos para no ofrecerme el consuelo de tenerlo conmigo.

Cuando el llanto se hacía más agudo e imposible de frenar pude sentir que un bebedor de sangre cruzaba el hall de la entrada, ascendía por la elegante escalera de mármol jugando con sus dedos por el pasador y acceder al pasillo que daba a la elegante habitación donde me hallaba. Reconocí los latidos de su corazón, pues era el suyo.

Armand se personó frente a mí sin reparo alguno y como un ángel que se compadece de un pobre miserable, de uno de esos fanáticos hijos de Dios que van a rezar a sus templos, colocó sus eternas manos jóvenes, tan delicadas y perfectas como en otras épocas, sobre mis hombros para luego besar amorosamente mi coronilla. Pude escuchar como suspiró nervioso, así como el sonido del colgante de cruz de plata que chocó con los botones de su camisa.

Alcé la vista y lo vi. Quedé anonadado ante la belleza de la expresión de su rostro. Parecía en paz, pero había una guerra abierta en sus ojos castaños de hermosas y largas pestañas. Allí en la profundidad de esos mares oscuros había una tempestad de emociones. Tenía su atractivo cabello castaño sin cortar y este caía sobre sus hombros rozando el cuello de su camisa de lino celeste. Todo en conjunto era idílico. Sus pantalones de vestir blancos, su correa de cuero negro trenzada y sus zapatos Oxford negros con pespunteado doble a lo largo de su puntera. No había joyas en sus manos, sólo la cruz al cuello. Su boca, carnosa y rosácea, se veía tan tentadora como en aquellos tiempos. Realmente era mi perdición, mi tentación.

—Creí que no vestirías más prendas bárbaras—dijo con sorna por mi atuendo.

Llevaba un traje Armani en tono borgoña, sin chaleco, y de corte clásico con una camisa blanca que resaltaba mi tono de piel casi humano. Me había expuesto al sol recientemente y el olor a carne quemada se mezclaba con el del perfume que intentaba camuflar dicho acontecimiento. Aún me dolía el roce de la ropa, pero debía vestir de ese modo para no llamar la atención en las abarrotadas avenidas de las distintas ciudades. Había salido esa noche para calmar mi sed, aunque no lo requería. Supongo que es como una vieja costumbre, un ritual sagrado o una adicción que no puedo reprimir así como sucede a los ludopatas que son tentados a despilfarrar su vida, tiempo y dinero.

—Yo asumí que no volverías a buscarme.

—Asumiste mal—contestó con una sonrisa dulce en sus labios—. Siempre serás mi maestro, aunque los tiempos cambien y nos destruyan.

—¿Te han destruido?—pregunté.

—Miles de veces, pero he vuelto a construirme por la mera necesidad de seguir vivo.

—¿Me perdonarás alguna vez?

Ni siquiera sé los motivos que me llevaron a arrojar esa pregunta tan destructiva. Sabía que podía ser renuente a perdonar, pues era un ser que pecaba del mismo problema que yo poseía. Ambos éramos tercos y reacios a disculpar los errores de otros. La ira nos envenenaba y el rencor nos aislaba, lo sé. Aunque yo he cambiado e intentado disciplinar a mi alma para que comprenda que hay que perdonar para seguir avanzando.

—¿Sabrás perdonarte primero?— Se incorporó mostrándose con una mirada vacilante y las manos temblorosas. Ante mí tenía a mi chiquillo, mi muchacho, mi querubín y el joven que estaba pintado en el cuadro que colgaba a unos metros tras su espalda en la pared.

Me levanté y coloqué mis manos sobre sus hombros, después las subí hasta sus mejillas llenas y palpé sus labios. Justo entonces empezó a llorar en silencio. Sus lágrimas eran muy similares a las mías, pues veía el mismo dolor.

Tenía razón. Primero debía perdonarme por no haber ido a buscarlo, por convertirme en silencio y misterio alrededor de sus sueños y fantasías. No tuve agallas y cuando las tuve él no era el muchacho que yo conocía. Ni siquiera ahora era el muchacho que terminé encontrando tras buscarlo en las mentes de los distintos bebedores de sangre. Su apariencia frágil, casi infantil, ocultaba a un hombre muy antiguo con un alma que ha sufrido terriblemente. Creé un monstruo perfecto y me asusté. Por eso me alejé, por eso no lo deseé a mi lado. Me asustaba la perfección que había obrado y lo imperfecto que podía ser yo ante su presencia.

Me acabé fundiendo en un abrazo intenso con su cuerpo, su alma, su historia y en definitiva con sus lágrimas. Ambos buscamos la forma de unirnos convirtiéndonos en uno mientras nuestras bocas se buscaban. Pude apreciar como sus pies se quedaron de puntillas mientras yo me inclinaba, pues nuestra diferencia de tamaño siempre había sido más que evidente. Sus brazos se echaron a mi cuello y sus manos acariciaron mi nuca jugueteando con mis cabellos, los míos abarcaban el ancho minúsculo de su cintura y lo pegaba a mí.

Él se cortó la lengua y yo hice lo mismo. El beso de sangre nos unió en un desenfrenado juego que nos consumía como lo hace el fuego con la leña. De inmediato dejamos de llorar para permitir a nuestras manos acariciarnos y a nuestras almas fundirse. Sus mejillas se encendieron debido al calor que sentía por las emociones vividas y las que estaban por nacer. Por mi parte también. Comencé a arder por la lujuria de ese hilo sagrado que sólo los amantes nos regalábamos.


Esa noche nos perdonamos en silencio. No nos fundimos en un momento glorioso como podríamos gracias a los avances de Freed, pero tampoco lo necesitábamos. Requeríamos tiempo para conversar, para caminar por las calles cercanas a la vivienda y por sentirnos orgullosos el uno del otro.  

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Lestat de Lioncourt