Ella se encontraba recostada a mi lado.
Su cabello caía sobre sus pómulos en marcando su rostro fijo, de
piel de porcelana y labios seductores. Mis ojos se desvivían por
arroparla con miradas algo indecentes. La sábana blanca cubría
parcialmente su cuerpo y el camisón era celeste pálido,
contrastando con el dorado de sus cabellos. Parecía frágil y
diminuta, pero la realidad siempre ha sido distinta a la fantasía y
las apariencias.
Me incorporé de la cama observando el
jardín desde la ventana. Llevaba casi toda la noche lloviendo. Los
árboles se movían molestos retorciéndose por el viento. El
chapoteo incesante del agua comenzaba a cansarme y a la vez quería
sentirlo sobre mi cuerpo. Acomodé mi camisa blanco algodón que se
encontraba completamente arrugada, pues había dormido con ella, y
miré mis zapatos arrojados de cualquier modo en una esquina.
Había regresado muy tarde y ella ya
había tomado la cama. Ni siquiera había hablado con ella cinco
minutos, pero sabía que con un par de miradas nos decíamos todo. Me
giré de nuevo hacia ella y suspiré deseando que despertara y me
abrazara. Llevaba con ese deseo más de media hora, desde que el
sueño diurno se había evaporado.
-Rowan, cariño-dije aproximándome a
ella mientras me atrevía a quitarle el pelo del rostro, dejándolo
tras su oreja- Despierta-susurré notando que sus hermosos ojos
grises se abrían y me miraban con una intensidad que calentaba mi
corazón- Je t'aime- susurré depositando en sus labios un beso corto
que ella intensificó abrazándome.
Esos pequeños momentos, por
insignificantes que puedan parecer, son para mí un gran tesoro y
quizás por ello soy feliz.
Lestat de Lioncourt