Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.
Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.
Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)
Un saludo, Lestat de Lioncourt
ADVERTENCIA
Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.
Me había dicho taxativamente que no, que era imposible. Sin embargo, aquella mañana me vestí como si fuera una cita con él. Aún podía respirar en mi cuerpo su aroma, sentir en mis brazos el roce de su piel y entre mis dedos palpaba aún la sedosidad de sus cabellos. Era cuatro de Julio, un día señalado en mi calendario con un círculo impecable.
Días atrás me había reunido con el abogado que contraté para la acusación de su tío. Habíamos conversado durante horas como se iba a exponer todo. Presentíamos que iba a ser un juicio rápido, que no tendría que alargarse. Teníamos acordadas las preguntas que me realizaría y cómo debía contestar, la verdad y con serenidad. Debía rememorar todo lo que había sucedido, así que opté por buscar en mi libreta de cuero, esta donde escribo, cada fragmento de la historia.
Ahora me doy cuenta de una cosa, de un pequeño detalle. Desde el primer instante me sentí atraído por Víctor, o Shin como a él le gusta que le llamen, al verlo tan frágil. No tuve deseos de golpearlo por lo que había hecho, sino más bien de estrecharlo entre mis brazos y besar sus labios. Estaba lleno de morados, uno más le hubiera matado el alma. Es un espíritu libre enjaulado en mil barrotes llamado sociedad, familia y desesperanza.
Me afeité con cuidado y perfección, me duché con un gel nuevo perfumado de forma parecida a mi colonia, y me coloqué el traje negro con la camisa gris y la corbata a juego. Aunque hacía treinta grados debía soportar aquello, ya sabía hacerlo. Me miré al espejo, había envejecido casi cuatro años en esos meses, todo era por las ojeras y la falta de sueño. Sin embargo, todo se arreglaría, eso es lo que me decía constantemente.
Sopesé mi promesa, sabía que la iba a romper, pero quería que se llevara una imagen de mí como en los viejos tiempos. No quería que recordara mi chándal manchado con su sangre, tampoco aquella ropa vieja que uso en casa y mucho menos desnudo sobre su cuerpo. Necesitaba que me observara como en la imagen que portaba en la cartera. Aquella fotografía que me sacó, aún no sé cómo.
Cuando llegué al Juzgado me senté en una de las bancas esperando a que fuera llamado, Víctor estaba sentado junto al abogado. Su tío esta también en la sala mirándolo con ansias asesinas, se podía notar. La familia de ambos estaba sentada próxima a mi asiento, podía escuchar su conversación y como despreciaban al muchacho comentando que todo eso era mentira. Desde luego se podía poner de título a sus palabras “no hay más ciego que quien no quiere ver”.
Las pruebas médicas, los comentarios de vecinos y las preguntas que me realizaron sirvieron alargaron el juicio dos horas. Fueron tres horas, con un descanso intermedio para todos los presentes y cinco minutos de deliberación para sopesar la condena. El juez lo tenía claro, no necesitaba más pruebas ni hacer que él subiera al estrado a relatar las torturas que había tenido. Al tío de Víctor le cayeron cinco años sin posibilidad de reducción de pena, treinta mil euros de multa por daños y aún así lo vi escaso.
Tras que todo sucediera, que sus familiares lo miraran como un desgraciado que había echado a perder a un hombre respetable, me aproximé y le abracé en los pasillos. En estos había periodistas, personas interesadas por el desarrollo de lo que allí sucedía.
-Aléjate de mí.-susurró apartándome como si fuera un leproso.
-¿Por qué?-pregunté intranquilo. Hasta ahora no me había rechazado, en ese instante sí quería cumplir mi promesa y me sentí dolido. Había cambiado de opinión de una forma que ni yo mismo podía creérmelo.
-¿Crees que siempre voy a ser tu perrito faldero? ¿Tu admirador? ¿Tu desconsolado amante? Estas loco si piensas eso, estoy cansado de que me lleves a la cama y luego me evites. Llamaste a la policía para que me devolvieran al centro, pero el señor quiso quedar como el príncipe azul.-hizo un inciso para respirar, estaba demasiado alterado aunque no gritaba y permanecía en una pose disimulada.-Entérate tu traje de principito destiñó y he visto que sólo eres un vagabundo.-me dolió, no puedo decir que lo pudiera digerir fácilmente.
-No creo eso, venía a cumplir lo que dije.-susurré intentando acariciar su rostro. Sin embargo, él lo aparto.
-Ya no te creo. Pensé que eras especial porque no te conocía, te amé durante tres años cuando tan sólo sabía de ti lo que otros contaban. Ahora que te conozco te detesto tanto o más que los que conversaban de ti. Creí que los chicos malos me iban, pero he me dado cuenta que como amantes dejan mucho que desear.-cada palabra era una puñalada.
-Para.-una lágrima se escapó de mis ojos, un dolor tremendo me penetró el alma y me sentí perdido.-Permíteme tomar un café contigo, hablar tranquilos de todo esto y al menos quedar como amigos.-murmuré sin saber bien qué éramos realmente.
-Eres patético.-dio un paso atrás y se giró, en ese instante lo agarré del brazo y lo pegué a mí.
-No te separes de mí.-besé su frente y lo arropé entre mis brazos. Era una fierecilla, algo que dudé que fuera y daba zarpazos certeros en el orgullo, honor y corazón.
-Es tarde, hiciste que me fuera hace tiempo.-me empujó lentamente consiguiendo zafarse de mí.
-Al menos dame tu número de teléfono, tu dirección.-susurré derrotado.-algo.-añadí agarrando una de sus muñecas, evitando así perderlo de vista.
-Sé el tuyo, también tu dirección y tu correo electrónico. Ya no uso el que creé para engatusarte, sino el corriente.-murmuró.-Si quiero te llamo, te envío un mail o voy a visitarte. Sin embargo, después del daño que me has hecho dudo que te busque.-me lo tenía merecido, me creía un ladrón de corazones y él me había robado el mío. No era así como quería que acabara el día, quería terminar como un héroe invicto y que algún día, alguno en el que tuviera el suficiente valor para admitir que lo amaba, buscarlo y que él cayera fulminado a mis pies.
-De acuerdo, llámame cuando llegues a casa.-intenté evadir la situación.
-No lo sé, no sé si lo haré. No sé si tardaré más de una semana o quizás no vuelva a buscarte nunca.-se abrazó a mí y me dio un escueto beso en la mejilla.-Gracias por lo del abogado y el hospital, pero te maldigo por haberme usado.-sonrió amargamente y me secó las lágrimas que caían sin cesar, sin poderlo evitar.-Estamos en paz.-se giró y caminó hacia donde una mujer lo esperaba.
Me quedé inmóvil observando como su cuerpo se perdía en los pasillos, evaporándose casi como un fantasma. No había ya nada entre él y yo, nada pendiente. Caí en la cuenta de que había caído en una vorágine de sentimientos, de impulsos hacia él, al ver su rechazo. Era un niño malcriado, peor que niño rico pues no eran tan caprichosos.
Regresé a casa, me había tomado el día libre y no tenía ánimos para nada. Me senté en el ordenador y dejé bien cargado el teléfono. Puse el nivel más alto te timbre, cerré las ventanas con doble cristal y puse la ventilación. No se oía ni el ruido de una mosca, quería descansar y a la vez que si alguien llamaba pudiera percibirlo en sueños. En la bandeja de entrada no había nada, pero lo dejé encendido y con la mensajería iniciada en sesión.
Me quedé dormido unas cuantas horas, al despertarme no había nada. En mis sueños él había llamado, nos habíamos reconciliado y yo había tomado valor para poder admitir mi bisexualidad. Había sido mágico, una noche de sexo perfecta y después un desayuno a su lado. Podía percibir su aroma, el roce de sus labios y el de su piel. Todo demasiado real.
Terminé por salir al gimnasio, allí estuve casi cinco horas. Me sumergí en la piscina, estuve haciendo pesas y también en la sauna. Después opté por salir a correr por la ciudad. Al regresar, no había señal alguna. Intenté mantenerme alejado de todo. Sin embargo, durante todo aquel tiempo estuve pendiente al móvil. Tan sólo lo dejé en la taquilla cuando nadé los quince minutos y los cinco de la sauna.
Me fui a la cama sin cenar, no tenía apetito a pesar de tanto desgaste. No podía pegar ojo, cada media hora me despertaba y buscaba alguna llamada. Eso era un castigo, un daño profundo y que se iba incrementado. Si bien, me lo merecía y no podía quejarme por ello. Sopesé la idea de que hubiera conocido a alguien, de que fuera de otro en ese preciso instante y los celos me carcomieron el cerebro. Me abracé a mi mismo y lloré, lo hice hasta que me quedé dormido.
Aqui tienen a Sión y Dominic En realidad son los protagonistas de Queen de Mamiya Oki, pero es que son iguales a nuestros personajes, incluso vistiendo. p.d Sión aunque seas SEME conmigo eres muy maricona! [Sabes que te amo]
Promesas rotas
Voy a hablar en resumidas cuentas de lo que sucedió en dos semanas. Me volqué en mis obligaciones intentando huir de todo, olvidar incluso quien era yo. Apenas me miraba al espejo cuando me levantaba de la cama y cuando salía a correr era para no pensar. La música a todo volumen, el corazón palpitando con fuerza alejado de lo que me encarcelaba. Me sentía liberado, como si tuviera alas, cuando la ciudad estaba bajo mis deportivas y mis cabellos se empapaban por el sudor. El trabajo y su estrés, las obligaciones y él. Sobretodo lo hacía por él, quería dejarlo como si fuera un bache en el camino que había superado.
Me encontraba sentado en el ordenador elaborando informes, la campaña publicitaria había sido un éxito en el país nipón y tenía que hacer un pequeño resumen del seguimiento de la campaña. Cuando creía que el arduo trabajo estaba por finalizar, el teléfono móvil sonó. Era la mujer que había contratado, aquella que pagaba mi secretaria para no afrontar la realidad.
-Buenas tardes, Román.-aquella voz tan característica, con tanto acento del sur.
-Buenas tardes.-mascullé apagando el cigarrillo que tenía prendido en mis labios.
-Debo de informarle que mañana le darán el alta, tendrá que ir a un centro de menores.-era de suponer, era menor de edad. Me sentía un poco ofuscado, quería traerlo a mi vida de nuevo pero sabía el desequilibrio que haría en ella. Me mordí el labio inferior, tomé aire y miré al techo. No sabía que responder, si bien ella continuó.-Debería venir, está como apagado y apenas habla. Se lo digo de corazón, no parece un chico de su edad sino un anciano. Se ha repuesto de todo, pero es imposible las heridas internas. Necesita un hogar, alguien que le cuide y usted parece que le hace sentir bien. Ayer le pillé mirando una fotografía de su cartera, sonreía, y me di cuenta que era usted. Realmente me parece un chico extraño y a la vez extraordinario. No sé que tienen entre ustedes dos, no soy alguien que intente meterse en las vidas ajenas, pero puedo ver que ambos se necesitan.-tenía algo de razón, sin embargo no iba a ir al hospital.
-No va a ser posible, aquí acabó mi misión de buen samaritano. Mañana le pagará mi secretaria el salario de esta semana. Estoy muy conforme cómo le ha tratado, también como ha mantenido informada a mi secretaria. La llamaré en cuanto tenga trabajo para usted.-comenté llevándome un cigarrillo a los labios, uno nuevo que iba a ser aniquilado con ansias en cuestión de segundos.
-Muchas gracias y buenas tardes, otra vez.-susurró colgando el teléfono.
Era el dieciséis de Junio, jueves, y eso significaba que su nueva vida empezaría con un fin de semana para adecuarse a su día a día. Pensé entre el humo y el sabor de la nicotina que tal vez nos volveríamos a ver, en un par de años, y que esa sensación de necesidad que sentía se habría alejado.
Me levanté del escritorio, apagué el cigarrillo a medio acabar y me fui al mueble donde tenía mis mejores whiskys y ron. Me eché un poco de ron, para luego dirigirme a la nevera y mezclarlo con refresco de cola junto a un par de hielos. Aquello me sentó de miedo. Calmó mi sed, mis pensamientos y pronto iría por la segunda hasta acabar totalmente ebrio. Dejé el ordenador encendido, el documento por rematar y me acosté en el sofá.
Allí sentí un calor intenso, me quité la camiseta y después los pantalones. Me sentía ido por completo, la cabeza me daba vueltas, mis brazos parecían los de una marioneta y caían lánguidamente a ambos lados de mi cuerpo. Él, y sólo él, llenaba todo. Pensé en su fragilidad, en su belleza felina y sobretodo en sus sentimientos. Me di cuenta en ese instante de mis deseos carnales hacia su cuerpo, hacia lo que él representaba. Entonces rompí a llorar y me sentí estúpido. No quería aproximarlo a mí por miedo, por un miedo patético que no quería afrontar.
Aquella noche fue la peor de mi vida en mucho tiempo, me ahogaba y no sabía quien era realmente. A la mañana siguiente cuando fui a trabajar apenas rendí, me era imposible concentrarme. Más de cinco cafés me tomé intentando despertar mi mente, pero los nubarrones eran mis recuerdos y emociones, no un pesado sueño.
Desde el suceso en el hospital había entablado una relación más estrecha con algunos compañeros, con otros simplemente los obviaba y olvidaba que existía. Tanto era mi nula capacidad de expresarme con ellos que no recordaba sus nombres. Era increíble, alguien que tenía que comunicar deseos y emociones no podía con las suyas, tampoco relacionarse normalmente. En medio de una conferencia me transformaba, era alguien totalmente distinto y era eso lo que quería lograr. Como no alcanzaba mis metas sociales me hacía un ovillo en medio de la cama, en medio del tumulto de la sociedad y en cualquier lugar. Lo hacía para huir, para olvidar mis responsabilidades y mis errores.
Sin embargo, pasaron así varias noches, ocho en concreto. Recuerdo el calor de una madrugada, porque ya era bastante tarde, junto con una pequeña tormenta de verano que me despertó y me mantuvo en vela viendo la teletienda. Tomaba un té frío con mucho hielo. Mi boca estaba seca, nada calmaba aquella sed tan insaciable. Cuando de repente escucho el timbre de la puerta. No sabía quien podía ser, era un viernes de noche casi el sábado ya, y allí había alguien. No eran imaginaciones mías, pues nada más levantarme escuché un segundo toque. Cuando miré por la mirilla y vi quien era me temblaron las piernas. Ni la mismísima muerte me hubiera aterrado tanto, no, era el mayor de todos mis miedos concentrado en un cuerpo minúsculo de adolescente. Abrí la puerta y sin decir nada tiré de él hacia dentro.
Estaba empapado, calado hasta los huesos, y llevaba una mochila. Sonreí puesto que no era la primera vez que hacía eso y que observaba la misma escena. Me abrazó con fuerza comenzando a llorar, supuse que se había escapado del centro y había logrado llegar hasta mí. Sin embargo, me habían dicho que estaba en málaga y que no podían darme su paradero por cuestiones de seguridad, seguramente era por el juicio que iba a iniciarse inminentemente.
Lo observé minuciosamente sin decir nada, tan sólo le rodeé con mis brazos como él hacía con los suyos. Parecía un niño perdido que acababa de encontrar el camino a casa. Seguramente se había sentido desplazado en aquel lugar, pero mi casa tampoco era propicia para él y menos yo. Le aparté lentamente y besé su frente de forma paternal. Después le llevé hasta el sofá, mientras por el camino le liberaba de la mochila y la chaquetilla de vaquera. Noté que incluso su camiseta de tirantas estaba empapada. Aunque era lluvia fina se percibía que había estado andando bajo la lluvia durante horas, todas las que esa tormenta había acaparado. Sus sandalias estaban rotas, así que al sentarse se las quité.
-Te echaba de menos.-la televisión opacó sus primeras palabras, estaba demasiado alta así que las repitió.-Te echaba de menos.-en ese instante la apagué y percibí el eco de su voz.
-Estaba preocupado, pero no quiero que te obstines en algo que no puede ser.-murmuré sentándome junto a él.
-Me ha llevado días planear mi escapada, también conseguir dinero y hacerlo sin que nadie me encontrara. No salí en las noticias como menor huido, porque temían que la poca familia que tengo que quitara la vida.-lo que decía era algo cruel, algo inhumano. Me pregunté porqué tanta saña con él, no tenía la culpa de que su tío hubiera abusado de él y mucho menos que le golpeara.
-Lo sé, no me dejaban saber dónde estabas o cómo estabas. Supongo que cuando finalice el juicio todo será más fácil.-sabía que no iba a ser así, su tío saldría condenado y la familia de este junto a sus amigos irían a por él.
-Eso espero, porque días después cumplo dieciocho años y quiero cumplirlos a tu lado.-se dejó caer sobre mi torso y besó mi cuello, como si fuera mi pareja.
-Que deseara saber cómo estabas no significa nada, tan sólo lo hacía porque me agradas.-dije apartándolo.
Se quedó callado, mirándome fijamente con melancolía. Era como un niño frente a un pastel, algo que ambicionaba y que no podía tomar. Me levanté y busqué toallas, además de ropa y mudas para que se cambiara. Mientras que hurgaba por la cómoda, armario y aseo él me esperaba en el salón. A mi vuelta estaba en ropa interior, temblaba como un pequeño flan, y me acerqué colocándole una toalla en la cabeza. Comencé a secarle los cabellos, después froté bien su cuerpo con otra seca e hice que se pusiera una de mis camisetas.
De improvisto comenzó a besarme y yo seguí el juego como un imbécil. Era demasiada la tentación de aquellos cálidos y exuberantes labios, parecían pedir a gritos que los mordiera y poseyera con los míos. Caímos al sofá y honestamente pensé en hacerlo allí mismo. Sabía que no tenía ninguna enfermedad de transmisión sexual, es lo primero que hicieron cuando se recuperó. Yo siempre he usado condones y por lo tanto no tenía absolutamente nada infeccioso. No había problema en no usar protección, lo sabía. Sin embargo, lo levanté como si fuera una pluma y lo llevé hasta mi cama. Allí abrí las ropas como pude y lo arrojé con violencia. Le quité la camiseta que le acababa de prestar y esos boxer tan apretados que contorneaban su excitación.
Yo continuaba con mi ropa puesta y él introdujo sus frías manos bajo la camiseta. Comenzó a palpar mi abdomen, cada músculo de mi torso, para quedarse agarrado a mis costados. Sin embargo, su boca rodaba por mi cuello y mis labios demasiado inquieta. Sus piernas se abrieron llenas de necesidad, mientras su miembro crecía lentamente endureciéndose. Me bajé la cremallera de la bragueta y saqué mi sexo a relucir, dejé dentro de los calzoncillos los testículos. Mis labios se alojaron bajo su mentón, lamiendo su garganta como si fuera un sabueso. Su diminuta nuez se elevaba mientras tragaba levemente saliva, gemía y sus cuerdas vocales resonaban tras la carne de su cuello.
-Déjame darte placer.-susurró bajando sus manos hasta mi entrepierna, allí alojó la suavidad de sus dedos y comenzó a moverlos suavemente por toda su extensión.
Me relamí los labios y los mordí, aquella sensación era demasiado placentera.
-Demuéstrame cuanto me amas.-mascullé.
-Túmbate en la cama y te lo demostraré.-susurró entre risas.
En ese instante no me di cuenta de mis palabras, era otro y no pensaba con la cabeza. Más bien, simplemente era la extensión de mi miembro. Me recosté entre los mullidos almohadones y esperé a que él hiciera lo que deseara.
Se subió sobre mí y me mordió la oreja izquierda, después el cuello y acarició mi torso, aún con la camiseta, con sus manos. Quitó el botón que quedaba del vaquero y lentamente lo bajó hasta las rodillas, hizo lo mismo con los boxer y después me miró con una sonrisa cargada de erotismo. Inició una masturbación increíble. Ambas manos sobre mi escroto y el inicio de mi virilidad.
-Te amo.-aquellas palabras me sacaron de mi éxtasis, me hicieron volver a la realidad pero volví a caer en la neblina.
-Yo también.-susurré y él dejó escapar una sonrisa deslumbrante. ¿Por qué era tan fácil hacerlo feliz? ¿Por qué lo era con algo falso? ¿Por qué? Yo no le quería, al menos no sentía que lo hiciera. Era deseo, un deseo imposible de ocultar.
-Te voy a hacer muy feliz.-dijo aproximando sus labios a mi hombría, para engullirla lentamente.
Húmeda, excitante, única y maestra de sensaciones. Sabía mover la lengua, apretar los labios en contorno con mi extensión y mirar eróticamente mientras lo hacía. Comencé a gemir ante lo que realizaba con su boca, lo tomé de los cabellos y lo hundí en mi entrepierna. Mis piernas se abrieron inconscientemente por culpa del placer. En ese preciso instante dejó mi miembro y se subió sobre mi vientre, se lo introdujo lentamente en sus entrañas y comenzó a moverse lentamente. Mis manos fueron a sus nalgas y las agarraron con fuerza. Su ritmo aumentó como de la nada y me volvió loco.
-Te deseo.-murmuré con los ojos inyectados en un placer inclasificable.
-Te quiero mucho, quiero que lo hagas dentro.-apretó su entrada absorbiendo hasta la base mi sexo.
Minutos más tarde, después de su galope de me provocaba oleadas de sensaciones inexploradas hasta entonces, me vine en su interior. Dejé que mi esencia se liberara en todo su esplendor. Aquel líquido caliente, espeso y abundante colmó sus entrañas. Víctor liberó la suya y cayó fulminado sobre mí, jadeando.
-Todas las noches soñaba que vendrías a por mí, que me sacarías de allí y me harías un sexo similar.-susurró cuando comenzó a tener un aliento más pausado.
-Descansa.-murmuré meditando lo que había sucedido.
Horas más tarde se personó la policía. Había avisado que se encontraba en mi casa. Le había limpiado, cambiado las sábanas y de esa forma él dijo poder descansar mejor. Con sinceridad lo hice porque tenía planeado devolverlo al lugar de donde se había escapado. En media hora estaba una pareja de policías locales para llevarse a Shin. Él dormía placidamente con un pijama que le había dejado. Serían casi las seis de la mañana, estaba por rogar que vinieran en otro momento pero no me permitiría otro error.
Cuando despertó comenzó a gritar, llorar y rogar. Yo le dije que no podía estar conmigo, que después del juicio estaríamos viviendo juntos y que todo se arreglaría. Sin embargo, la verdad distaba demasiado. No quería volver a verlo, por su culpa estaba en un entuerto que no sabía como salir de él. Y antes de que se lo llevaran por la fuerza, con aquel pijama negro y el rostro lleno de lágrimas, repitió te amo sin cesar. Me sentía culpable de demasiadas cosas, perdido por completo. No podía estar a su lado. Él estaba pagando las consecuencias de mis miedos.
Ese fin de semana no salí a correr, ni hice vida alguna. Me pasé las horas releyendo los mails que había en mi cuenta de Hotmail. Allí había como unos cien de todos aquellos días en la residencia de menores. Tenían Internet y él se pasaba las horas muertas frente a una pantalla, esperándome, para poder hablar conmigo. Sus cartas eran narraciones de profunda soledad y sentimiento de perdida.
Lo único que hice fue borrarlos, bloquear su mensajería para que no llegara ninguno más y apagué el ordenador. Tras eso, tras sentirme el ser humano más despreciable en la faz de la tierra, me tumbé en la cama y no me levanté hasta el lunes casi al filo de mi hora de entrada al trabajo.
Ese día fue terrible. Tuve reunión con varios clientes, incluso un almuerzo de negocios. Tenía que aparentar que mi vida era perfecta, pero realmente era un autentico desastre. Al llegar a casa había una carta, era del juzgado y me citaban como testigo para el lunes cuatro de Julio. Quedaba una semana de remordimientos y una promesa que no iba a cumplir.
Imagen de Oki (nuevamente, tengo muchas aquí. Si no me equivoco es de un manga de 1998)
Este rubio tan descarado es muy similar al personaje que usa mi pareja en mi foro. Lo tenía que poner.
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¡Iros a la mierda! ¡Iros todos a la mierda!-gritó el principito desde el trono. Su corona brillaba por culpa de los rayos del sol que se filtraban entre las vidrieras. Sus cabellos dorados caían lánguidos sobre sus hombros y él se sentía tan abatido que no sabía realmente qué hacía, qué decía.-¡No quiero veros, no!-masculló enérgico y espantó a toda la corte.
Desde su posición podía ver a miles marcharse, sus caprichos esta vez no habían sido resueltos.
Lloraba, sí, lloraba.
Parecía un crío pequeño en medio de una pataleta, es lo que era.
-Mi príncipe.-murmuró un joven harapiento desde el final de la larga, y roja, alfombra.
-¡Qué!-bufó antes de notar su belleza. Su rostro entonces cambió a uno afable y seductor. Bajó del trono y caminó hacia donde se encontraba aquel muchacho. Su madre quedó asombrada y no dijo nada.
-Lamento que no sea feliz, porque su felicidad es la mía.-balbuceó al tenerlo a escasos metros y pendiente de él.
-Más lo lamento yo, porque no me había fijado en la belleza en medio de la inmundicia.-masculló acariciando el rostro del mendigo.-¡Lávenlo, trátenlo como si fuera yo mismo!-gritó haciendo que se abalanzaran sobre él para asearlo en los baños reales.
Horas después lo tuvo frente a él, besó sus labios y lo poseyó durante días. Al despertar del cuarto día él no estaba.
El príncipe lo buscó por el reino, por reinos cercanos y por todos los mares. Entonces, sólo entonces, supo que el amor de una sola persona es más importante que el capricho de uno mismo. Que la complicidad, las atenciones que puedes otorgar a otros y el cariño que encierras es un tesoro.
Jamás encontró a su amado, bueno sí...en el lecho de muerte volvió a él convertido en un ángel y este le perdonó todos sus pecados.
Murió con una sonrisa en los labios y nunca pisó el infierno, pues tuvo otro mucho más doloroso en la tierra.
Imagen de Zetusai (Este yaoi junto con Ai no kusabi muestran que el yaoi antiguo sigue estando de moda, que sigue siendo parte de nosotros)
Hablar con él.
Me marché del hospital a las seis de la mañana, tomé un taxi y me llevó a casa. Allí me duché, afeité y cambié de ropa. Me llevé dos días sin hacerlo, cosa que odiaba terriblemente pero no era capaz de dejarlo solo. Cuando me miré al espejo no me reconocí, tenía ojeras y parecía haber envejecido diez años. Cogí uno de mis trajes de chaqueta negros, la camisa gris y la corbata de seda a juego con los zapatos y los atuendos. Coloqué mis gemelos, el pisa corbata y guardé un pañuelo de tela en los bolsillos. No solía usar pañuelos para el resfriado, los tomaba para la alergia pues me lloraban los ojos con demasiada frecuencia. Aquella mañana me desperté con los ojos rojizos y opté por ser precavido, incluso junto al pañuelo guardé un pequeño colirio. Después tomé mi maletín, las llaves, uno de mis móviles y me dirigí al trabajo.
Eran las siete y media de la mañana cuando entré por las puertas de la oficina. Di los buenos díasCelia, la chica que se ocupaba de la telefonía y portería. Ella tan sólo me miró con un poco de asombro, como el resto, mientras cruzaba miradas hasta mi despacho. Allí me senté y observé los documentos de primera hora.
-Señor.-entró uno de mis empleados.-Nos hemos enterado por las noticias que ha ayudado a un joven, no sabíamos que pensar. Sin embargo, tan sólo le queremos dar nuestro apoyo y le avisamos que el viernes vinieron aquí varios agentes. Además de que estos no fueron los únicos visitantes, también periodistas avispados que deseaban información sobre usted y…-le detuve alzando mi mirada cargada de ira.
-Nadie debería inmiscuirse en mi vida.-mi tono de voz fue de molestia absoluta.-A quien ayude o no es cosa mía.-mis cuerdas vocales vibraban, sabía que acabaría gritando y empujándolo hacia la puerta. Si bien él se las vio venir, se marchó cerrando la puerta y dejándome de nuevo con mis pensamientos.
Ya sé que así jamás me ganaré amistades, que no seré un ser afamado y que a mi entierro no irá nadie. Sin embargo, no me importa. No me gusta que metan sus narices en mi pequeño cerco de vida. Adoro despertar y saber que soy un desconocido, incluso para mi mismo. Odio ver la verdad reflejada en palabras de otros, que tengan malicia y modifiquen la realidad. Palpé mi sien con un par de dedos de mi mano izquierda. Cerré los ojos y suspiré.
Las imágenes de Víctor, Shin o quien demonios fuera vinieron a mi mente. Estaban ancladas a mi memoria y me dolía como si fueran aguijonazos. Su cuerpo maltrecho, sus cabellos mal peinados, su mirada perdida, su boca cuarteada y su voz débil. Todo él era un ser excepcional, minúsculo y sensible. Me pregunté porqué me sentía tan apegado a él, que era imposible que en días se hubiera convertido en mi razón de vivir. Quería protegerlo y me di cuenta de que lo trataba como a mi hermano, como algo especial y a la vez como un amante que deseaba seducir. Aquello último me hizo arrojarme sobre el escritorio, estaba confuso, y comencé a llorar sobre los informes.
Me incorporé al cabo del rato, me sequé las lágrimas y eché el colirio en mis ojos. Entonces llamé a mi secretaria, quería hacer una reunión para mañana y preparar todo para el lanzamiento del spot. Aunque no era el único trabajo que teníamos, queríamos expandir el negocio a otros campos como asesoría. Estuve toda la mañana ocupado, la verdad, es que lo preferí así antes de estar con otras cosas en la cabeza.
A la salida fui a comer a un restaurante cercano. Era un lugar de comida casera, así que terminé comiendo algo de pescado en salsa y ensalada. Cuando terminé de comer me marché al hospital. Allí estaba aún mi madre, parecía haber congeniado con él a las mil maravillas. Él ya estaba recuperado de la voz, afortunadamente. Durante un buen rato los estuve espiando por una rendija de la puerta. Sonreí al notar aquella simple conversación, hasta que emergió cierto tema.
-Te pregunté antes, pero no contestaste.-comentó mi madre agarrando una de sus manos.-¿Mi hijo y tú sois pareja?-preguntó intentando sacarle información.
-No, pero a mí me gustaría. Adoro como me trata y a veces me confunde. Nos conocemos de hace bien poco, sin embargo yo ya le había seguido en ocasiones cuando salía de la oficina.-sonrió levemente y ella miró hacia otro lugar.
-Creo que no deberías ilusionarte.-respondió seca.
-¿Por qué?-preguntó confuso, seguramente fue así porque yo le causaba esa sensación de esperanzas.
-Él no quiere a nadie, solo se preocupa de su trabajo.-acarició su rostro e intentó calmarlo.
-Buenas tardes.-dije abriendo la puerta, él estaba a punto de llorar y mi madre me miró con preocupación por mi aspecto.
-¿Estás bien?-susurró levantándose para darme un beso en la mejilla.
-Tan sólo me he llevado varios días durmiendo con incomodidad, pero en una semana todo habrá acabado.-la aparté y fui hacia él, le besé en la frente para reconfortarlo y ella recogió sus cosas para marcharse.
-Me voy ya.-musitó.
-Hasta mañana, dale recuerdos a papá.-comenté sentándome en la cama mirándolo fijamente.
Al verme solo a su lado no supe que decir, ni que hacer, él tan sólo sollozaba. Las palabras de mi madre eran un nuevo rechazo frontal, quizás esperaba que alguien le animara a seguir con sus ilusiones. Acaricié su rostro y limpié sus lágrimas, después besé sus labios y su frente.
-Estoy en deuda contigo.-murmuré.
-No, yo contigo. Me has aguantado demasiado.-sonrió levemente con amargura y las lágrimas aún en sus mejillas.
-Veo que ya hablas normal.-dije devolviéndole la sonrisa, aunque algo más agradable y menos sincera.
-A veces me molesta, pero ya estoy bien. Creo que era más bien la sensación que me había quedado y algunos arañazos leves.-murmuró colocándose mejor en la cama.
-Siento que estés confuso por mi culpa, yo no voy a ser tu pareja.-sus ojos lo decían todo, no hacía falta palabras. Había roto la intimidad de ese momento con mi madre.- Lo lamento, escuché parte de la conversación.-observé como apretó los puños agarrando parte de las sábanas.
-Puedo hacerme las ilusiones que quiera, ya espanté a muchas chicas y puedo seguir haciéndolo. Además, tú eres quien me buscas y quien está aquí esperando que no me pase nada. No soy nada tuyo, no soy nada de nadie y sin embargo pareces angustiado por lo que sienta, por como esté.-lo que decía tenía más raciocinio de lo que yo había dicho. Me aparté de él, me quedé pegado a la pared sintiendo su dureza.
-Creo que es mejor que no vuelva por aquí en un tiempo.-comenté caminando hacia la puerta, después hasta el final del pasillo y el automóvil. Allí me eché a llorar. No sabía que me sucedía.
Arranqué el motor media hora después, me marché a casa y allí busqué el teléfono de una de las mujeres que había atendido a mi madre cuando estuvo en el hospital. Hacía dos años que tuvo cáncer y pagué a una mujer para que la atendiera. La señora era alguien agradable y siempre me mantenía informado. Después de más de dos horas buscando el dichoso teléfono la llamé, ella aceptó y acordamos que me mantendría en alerta.
Tras todo aquello mi mente quedó colapsada, seguía con sus palabras en mi cabeza dando vueltas y sentí la necesidad de recostarme en la cama. No sé cuanto dormí, tan sólo sé que desperté prácticamente a la hora de tener que levantarme.
Los días no cambiarían en más de dos semanas no lo harían. No sabía enfrentarme con las dudas y con los deseos, estaba exhausto por el trabajo y por él. Quería pegarme un tiro y desaparecer lentamente del mundo. En los fines de semana no paraba por casa, me llevaba todo el día corriendo por la ciudad para aclararme, pero no había solución. La única forma de tener todo en claro era hablar con él, sin embargo eso era lo que más temía.
frankie snatch deviantart (La saqué de immen y me costó saber el autor, casi un mes. Pero al final me dijeron cual es su galería. Entre Heise, Feimos y Snatch me voy a volver adicto a deviantart. Allí me consigo mis fondos de pantalla y a veces en la mirada de las fotografías encuentro una historia que no se ha contado. Esa historia mística que andaba buscando y que en mis conciudadanos no he hallado...)
[solo tengo que decir que Sôber es uno de los grupos que me hacen sentirme reflejado.]
Shin
Desperté dolorido sin recordar donde estaba, entonces el aroma a desinfectante me hizo abrir los ojos de un plumazo. Miles de imágenes se cruzaron por mi mente, parecían ocurrir todas al mismo tiempo a una velocidad de vértigo. Él estaba allí, su sangre, la impotencia, el sonido de la ambulancia, las preguntas, más preguntas sin respuestas, el desconcierto, las rejas, la frialdad y la humedad de una celda, las burlas, los engaños, los policías, el aparcamiento, las vendas, las heridas, la sangre, la llamada telefónica, la voz de mi madre, el tacto de las sábanas bajo la palma de mis manos, el dolor y por último las lágrimas.
Me levanté y palpé su frente, estaba tibio y sus constantes eran normales. Parecía que había pasado las horas más críticas en armonía con la máquina. Ya no tenía plasma, no estaba ni la bolsa y mucho menos el tubo que llegaba hasta sus venas. Ahora tan sólo teníamos que esperar que despertara. Su rostro aún parecía el de un cadáver, sin apenas color y lleno de lesiones de dolor interno. Escuché fuera un ajetreo e hizo acto de presencia una enfermera.
-Aquí tiene un café y unas galletas.-comentó con una leve sonrisa, como si yo tuviera apetito después de lo que había sucedido. Tan sólo quería acostarme y al despertar que nada de esto fuera real, que mi vida siguiera siendo la misma y que el mundo si quisiera explotara, pero que no lo hiciera conmigo. Me quedé pensativo y miré hacia otro lado.
-Gracias.-susurré antes de que se marchara.
Me levanté como pude, me dolía la espalda y el cuello, sin embargo podía soportarlo. Tomé el café entre mis manos, estaba caliente, y las galletas. Comencé a tomármelo lentamente atento a sus reacciones. El sabor de aquello era insípido, quizás por la leche en polvo o porque realmente odiaba todo de los hospitales. Me senté en el borde de la cama y dejé a un lado aquel vaso de plástico.
Cuando creí que nada sucedería él movió los dedos de la mano próxima a mí, la que tenía sobre la cama. Se la agarré por instinto para asegurarme que no eran visiones, y sí era real. Salí al pasillo y llamé a las enfermeras, estaba nervioso y no sabía que quería significar aquello. Al regresar tenía los ojos entreabiertos, parecía cobrar vida lentamente y venir del mundo donde se había enclaustrado con una forma distinta.
-Tranquilo, estás en el hospital.-susurró una de las enfermeras haciéndole un gesto a la más joven. Esta se movió por la habitación hasta el corredor, allí buscó al doctor y este se personó con rapidez en el lugar.
-Has tenido suerte.-comentó con una sonrisa. Aunque seguramente Víctor se quejaba por el infortunio de no estar muerto, ese era su deseo.-Ahora te van a extraer los tubos.-susurró como si fuera lo más habitual y fácil del mundo. Sabía que le iba a doler, que iba a ser algo complicado y no quería verlo.
Quedé de espaldas a las acciones que se sucedían, cómo le rogaban que no hablara y desposara. Sin embargo quería que me diera explicaciones, las merecía. Su cara estaba libre de cualquier aparato y parecía estar famélico. Me di la vuelta hacia él cuando noté que todos se iban, ya había acabado. Sesión de cura, reconocimiento y retirada de aparatos médicos. Tan sólo le dejaron el suero y él sonrió levemente al verme allí, postrado a sus necesidades.
-¿Por qué lo hiciste?-pregunté desconsolado, roto, jamás nadie había cometido una locura así en m presencia. Es cierto, que yo lo intenté en varias ocasiones, todas fallidas de principio a fin. El silencio hizo eco en la habitación.-Sé que no puedes hablar, es una pregunta retórica y tan sólo pido que te vayas buscando una excusa.-él sonrió y estiró una de sus manos hacia mí. Me aproximé y la agarré firmemente.
Acabé recostándome junto a él, abrazándolo. Quería consolarlo aunque no sabía, era frío y se notaba en mis gestos. El contacto con la gente no era muy habitual en mí, podía imitarlo pero siempre se notaba que lo forzaba. Mis besos paternales parecían dañarle, hacerle sentir estúpido y a la vez lejano a mí. Le rodeé con mis brazos y dejé bien colocado la almohada.
-Te.-susurró con voz ronca y forzada.-quiero.-dijo tras unos segundos de imposibilidad, tragó saliva y logró decirlo. Parecía, o más bien se sentía, inútil ya que apenas podía articular una frase.
-Yo no, sin embargo te aprecio y odio este tipo de acciones cobardes. Por eso estoy aquí.-eso le hirió, lo pude notar pero yo no iba a inventarme un amor que no existía.
Bajó lentamente los párpados y sonrió amargamente aferrándose a mí.
-Sueño.-logró decir tras varios intentos.
-No debes hablar.-quizás por piedad besé sus labios, tenuemente, para luego acariciar con la yema de mis dedos su espalda.
Él dejó que todo su cuerpo se estremeciera con mis caricias, su mirada inundó la mía con dudas, dudas muy serias frente a lo que sentía o veía en él. Sabía que esa chica que imaginó, Ana, era la ideal para mí. Si bien, ¿él quién era? ¿qué era? Me sentía confuso, demasiado y besé otra vez su boca para quedar en silencio. Él tan sólo me miró desconcertado y después sonrió complacido. Tras unos minutos, un par de caricias y demasiada paciencia quedó dormido. Tenía que descansar, aunque había salido de ese trance lo necesitaba, tanto su cuerpo como él.
Yo simplemente me quedé mirando, no quería que en un descuido su vida se evaporara. Pasada una hora y media, quizás algo más, me quedé dormido, al igual que él. Al despertar él aún dormitaba con una sonrisa en sus labios. Era una estampa más grata que la anterior, aunque seguía siendo deprimente.
Me alcé y caminé hacia la ventana, iluminé un poco la habitación y observé que la cama colindante seguía vacía. Podía usarla, pero no quería ser una molestia. Estaba seguro que si me sentaba en ella al cabo de los minutos vendría alguien a usarla. Le observé desde mi posición y le di otra vuelta más a mi mente, lentamente las palabras se formularon. Era demasiado andrógino, demasiado irreal, demasiado perfecto en todo y no lo veía. Estaba lleno de magulladuras, de golpes, de marcas y lo peor de todo con su mente destrozada por la desesperación.
Fui hasta el sillón dejándome caer pesadamente. No venía nadie a la habitación, ningún policía y no tenía noticias. Aunque realmente todo eso me importaba bien poco, quería irme de allí y me convencí de que me quedaba por humanidad. Volví a levantarme, si bien esta vez fui hacia la puerta y la cerré. Pegué mi espalda a la puerta, de forma recta y desesperada como si me fuera a caer, le miré y deseé sus labios de una forma brutal. Quería otorgarle un despertar único, nuevo, y también algo típico. Me aproximé lentamente, mis pies pesaban, apoyé mis manos en el colchón a ambos lados de su cuerpo y lo besé. Mis labios rozaron los suyos, mi lengua se interpuso ante sus dientes y comencé a azotar aquella cavidad con mi necesidad.
Era Ana, como él dijo, si amaba su forma femenina tenía que amar la masculina. No importaba que no tuviera senos, su esencia era él. Me aparté sorprendido ante aquel descubrimiento, me pegué a la pared y pasé mis manos por los cabellos hasta la nuca. Él despertó lentamente observándome, como si nada, e intentó hablar.
-No, no debes.-susurré sellándole los labios con dos de mis dedos.
Miré el reloj por inercia, eran las dos de la tarde y una enfermera entró con una bandeja. La dejó en un lado de la cama y sonrió.
-Son líquidos, papillas y pocas cosas más.-comentó mostrando un puré de color verdoso, un zumo y un cuenco con sopa.-Después vendré a cambiarte el pañal y a cambiarte las vendas. No debes moverte.-dijo girando el pomo para desaparecer.
Cogí la almohada de la otra cama y la posicioné detrás de su cabeza, era simplemente para alzarlo un poco. Después busqué la palanca y comencé a izarlo levemente, coloqué bien la mesa y saqué la cuchara del envoltorio de plástico transparente. Tomé una cucharada y la pasé por mis labios, levemente, no quemaba y la dirigí a su boca. Él lo aceptó y comenzó a tragar con cuidado. Aquellos tubos le habían dañado la garganta, aunque en unos días estaría bien y podría hablar con normalidad. Eran heridas habituales al sacarlos, nada de importancia. Primero fue el caldo, después aquella papilla y por último el zumo. No se quejó, aceptó todo con una sonrisa quizás por verme a su lado.
-Te quitaré esto.-murmuré apartándole la almohada, después volví a dejar la cama en su estado habitual. Me senté en aquella incomodidad y esperé a que vinieran con la cura.
No pasó más de diez minutos que recogieron la bandeja, trajeron unos baldes de agua tibia, una esponja con jabón desinfectante y las pomadas junto a vendas nuevas. Me quedé a su lado, pues su mirada lo decía todo. Estaba lleno de miedos, yo tenía repulsión y pavor a sus heridas pero lo soporté. Agarré su mano cuando apartaron las sábanas, después los vendajes haciendo que emergieran a la luz aquellos puntos de sutura por todo su vientre y torso. Gimió de dolor cuando ellas iniciaron a pasar la esponja por su piel.
-Diremos que te traigan calmantes.-murmuró una de ellas.
Eran dos muchachas de entorno a los veinticinco años, de cabellos oscuros, miradas contemplativas. Una de ella era más esbelta, de espalda pequeña, cintura de avispa y labios jugosos. La otra era más baja, de curvas interesantes y proporcionadas, una espalda más robusta y un mentón perfecto. Ambas eran hermosas, seguramente algo que alegraba a los pacientes al ver sus sonrisas.
Me miró serio, había notado como escudriñaba a las mujeres con un deseo casi implícito. Una lágrima cayó a la almohada y cerró fuertemente los párpados. La limpieza cesó, era hora de las pomadas y gasas.
-Algunos ya se están secando, cuando pase una semana como mucho podrás volver a casa. Tuviste suerte de que no dañaran órganos tus cuchilladas, mucha suerte. Te las hiciste con una cuchilla de afeitar, eso oí al doctor.-comentó la más bajita de las dos, mientras tapaba la última herida.
-Algo parecido.-logró decir antes de que se fueran, su voz era temblorosa y parecía de ultratumba.
-No te entiendo, te iba a ayudar a escapar de ese repulsivo monstruo. Iba a ayudarte en lo que fuera posible. No suelo ser comprensivo, no ayudo al resto. Por una vez en la vida sería generoso y tú te ocupas de estropear todo, de intentar escapar como un cobarde. Quieres ser como yo soy, pero sigues siendo un niño pequeño asustadizo y patético. Madura Víctor.-comenté algo rabioso al recordar el porqué estaba así, el momento en el que lo encontré y lo patético que me sentí cuando no sabía bien qué hacer. Mantuve la cabeza fría, sin embargo la serenidad en mis actos se escabulló de mi mundo y la perdí por completo.
-Llámame Shin.-masculló haciéndome recordar que eso significaba alma. Quizás era eso. Él tenía alma pero no raciocinio, yo el raciocinio pero me faltaba la pasión del alma. Podría decirse que éramos complementarios y eso me hizo esbozar una sonrisa franca, una de las que poco, probablemente una vez cada demasiado tiempo, mostraba.
No dijimos nada más, conecté el televisor en un canal donde difundían anime. Él parecía estar satisfecho con ello y yo me tumbé en la otra cama. No podía más; tenía que usarla, aún a sabiendas que estaba lista para un enfermo, no para mí.
En mi despertar sentí mi cuerpo pesado, observé hacia la ventana y ya era de noche. Él aún seguía viendo la televisión, impasible, ahora era un documental sobre animales domésticos. No le importaba, sonreía aceptando las imágenes que provenían de la caja tonta.
-Yo con tu edad no podía ver tanta televisión.-musité.
-Yo sí.-susurró sonrió y prosiguió con su entretenimiento.
Estaba agotado, demasiado, y necesitaba dormir cada cinco minutos. Tal vez el estrés me hacía caer en un sopor extraño, de ser así sería un caso único e incomprensible. Me levanté y tomé el mando apagando el aparato.
-Buenas noches.-entró una enfermera con una bandeja.-Antes vinimos con la merienda, pero dormía y nosotras se la dimos a él. Su hijo se porta como un verdadero campeón.-Era una mujer de unos cincuenta años, de aspecto afable, algo gruesa pero no en exceso y con alguna cana suelta que el tinte no cubrió bien.
-Gracias, pero no es mi hijo.-respondí rápidamente tomando la bandeja entre mis manos.
La mujer tan sólo sonrió intentando evadir su error y dejó en la mesa la cena.
-Voy a por otra bandeja térmica, también se hace la cena para el acompañante.-se giró y fue hasta el carrito que había dejado en la entrada, allí trajo otra ración algo distinta para mí.-Buen provecho.-dijo tomando el pomo de la puerta para cerrarla.
-Gracias.-susurré observando como se marchaba.-Veamos que ha traído.-caminé hasta la suya y la destapé. Era un caldo, nuevamente, un yogurt y puré que parecía de zanahorias.
-Asco.-masculló y me eché a reír.
-La verdad es que sí.-respondí a sus palabras.-La verdad es que ni un buen anuncio televisivo haría que esta comida pareciera apetitosa.-mascullé levantando la mía.-Vaya tortilla, pieza de fruta y verduras.-lo mío era más sólido, pero menos vitamínico. Entendí el porqué tenían que alimentarlo a base de esos alimentos, no tenía que ser alguien brillante para comprenderlo.
El puré parecía frío, el caldo también y no tuve que enfriarlo para dárselo. Aunque él podía comerlo, no era conveniente que se moviera demasiado. Estirar el brazo le haría mover el pecho y esto sentir como los puntos tiraban. Después de alimentarlo, me alimenté yo. La tortilla estaba insípida, pero al menos había algo de comer. Recordé entonces que aún no había llamado a mis padres. Dejé a un lado la comida y me encaminé, sin decir nada, hasta el final del pasillo. Marqué los números y esperé.
-Mamá.-dije sin preguntar quien era de los dos.
-Sí, Román, ¿aún estás en el hospital?-dijo temblando, se notaba aún la angustia y que no había olvidado lo que le había comentado.-En la televisión ha salido el caso, un hombre abusaba de él. Que horror, cariño que horror. Jamás pensé que tendrías tanto corazón para ayudar a un chico como él.-eso no me halagaba, me hundía. Me hizo ver como el resto del mundo veía mi forma de ser, cómo creían que era, y hasta mi propia madre pensaba que por corazón tenía una piedra.
-Llamo tan sólo para que sepas que sigo aquí, mañana iré a trabajar y necesitaré que alguien le cuide. La habitación es la doscientos quince del ala de hospitalización infantil.-me palpé la sien y esperé su respuesta.
-Iré, le cuidaré hasta que llegues.-me tranquilizó, estúpidamente me quedé aliviado de que alguien le vigilara.
-De acuerdo, me voy.-colgué y regresé a la habitación, cerré la puerta tras mis pasos y le observé.-Vendrá a cuidarte mi madre.-su rostro se tornó confuso.-No te voy a dejar sólo, eres capaz de hacer cualquier estupidez.-caminé hasta la cama y me senté en el borde de los pies.-Tu tío ha sido detenido.-le informé para que estuviera al tanto de todo.
-Lo sé.-fue una respuesta rotunda.
-¿Cómo sabes eso Shin?-pregunté interesado.
-Televisión.-le costó decir la palabra completa, si bien su voz iba tomando forma a la habitual.
-Entiendo.-una mueca de melancolía se formuló en nuestros rostros. Noté entonces que no estaban las bandejas.-¿Se las llevaron?-pregunté lo obvio, pero era para matar esa sensación que se abrasaba mi piel, mi corazón y mi alma.
-Sí.-susurró.
-Voy a acomodarte la almohada.-dije en tono bajo cuando me alzaba, coloqué bien la almohada y en ese gesto le robé un beso.
Mi lengua se desató entre sus labios, mi boca invadía parte e la suya y mis manos fueron inconscientemente a sus caderas. Él se dejó besar buscando en mí quizás la libertad que no tuvo, lo que deseaba ser y no sería, el sueño del amor correspondido o quién sabe qué. Yo intentaba encontrarme con Ana, con lo que había de ella en “Shin”. Al separarme simplemente le observé. Sus ojos estaban cerrados y sus labios pedían más, sus manos sobre su pecho y las mías continuaban donde habían estado minutos atrás.
-Más.-masculló alzando un poco su cabeza para rozar sus labios con los míos, su lengua se deslizó por mi boca y se introdujo buscando su humedad.
-No.-lo aparté y me quedé de pie observándolo.-Cuando te beso busco a alguien que no existe, es todo demasiado confuso. Espero que me disculpes.-comenté.
-Sí, pero te amo.-ya podía hablar con algo de normalidad, aun le cotaba quizás por la sensación y algún rasguño.
Tras eso el silencio se hizo insoportable, puse la televisión y cuando él se quedó dormido noté que había llorado a escondidas. Se había vuelto hacia la pared y se había desahogado. Yo simplemente me tragué la necesitad e intenté descansar para una jornada de estrés, llamadas y acuerdos para presentar el proyecto.