Si llego a saber lo que ocurriría jamás les hubiese dejado solos.
Lestat de Lioncourt
Me sentía furioso. Él había
destruido lo poco que tenía. Había visto como mi coraza, mi máscara
de carnaval, había caído destruida a mis pies. Aquel palacio de
luces y sombras, sobre todo sombras, se consumía como los
desgraciados que optaban por caer presas del pánico y las llamas. Se
alzaba ante mí una nueva posibilidad, la cual detestaba. Sólo de
imaginar que tenía que afrontar nuevos cambios, una revolución, me
traían viejos fantasmas del pasado, sueños que creí desterrados y
promesas que fueron incumplidas.
Por un momento me vi frente a la pira
funeraria más grande que jamás he contemplado. Estaba sediento,
sucio, nervioso, asustado y con los ojos llenos de lágrimas. Sentía
frío y percibía mi pronto final. Pude notar como me movían, igual
que si fuese un objeto inútil, para arrojarme a ese infierno de
fuego y madera mal apilada.
Podía escuchar las voces de mis
amigos, los cuales consideraba parte de mi familia, y también venía
a mi mente el nombre de mi maestro, el cual creía muerto o muy
malherido. Deseé gritar, pero no había palabras en mi boca ni
fuerzas necesarias.
Sin embargo, no estaba de camino a
Roma, ni saborearía la sangre de Riccardo como vino de iglesia, y
tampoco escucharía la voz grave y perversa, muy seductora, de
Santino pidiéndome que confiara en él. Él que había destruido
todo. Él que me había asesinado dejándome con vida. Mi alma sería
torturada, mis recuerdos convertidos en una historia falsa y mis
creencias cambiadas por una lóbrega historia que ejerciera terror
despótico sobre otros.
Y, para colmo, tenía a ese vampiro
desquiciado riéndose de mí. Aquel violinista era hermoso, pero
estaba dañado. Siempre lo estuvo. La oscuridad era más fuerte en él
que en mí. Podía ver en sus ojos castaños la intensidad de su
dolor, pero sonreía. Parecía divertirle que yo me sintiera
defraudado por Lestat. El mismo que me había arrebatado todo, el
mismo que yo codiciaba como había hecho con Marius. Poseía una luz
que yo ansiaba, la misma que había ansiado Nicolas. Pero él, claro
está, se había repuesto con una maldad incuestionable.
—Nunca te amará—dijo acariciando
el violín. Pellizcaba sus cuerdas con cierta elegancia, pero yo
quería romperle los dedos y arrancarle el corazón—. Ni siquiera
me amó a mí, ¿por qué te iría a amar a ti? Lestat sólo se
quiere a sí mismo... y a su madre... Eso te aseguro.
—¡Cállate!—gritó—. Él es el
dueño de éste teatro y regresará. Lo hará cuando tenga
respuestas—me engañaba a mí mismo. Quería creer que era cierto.
Deseaba creerlo. Era una necesidad quizás pueril, pero ahí estaba.
Algo en mí me decía que esperara, que tuviese paciencia.
—Además de zorra eres ingenuo—soltó
una carcajada metálica y eso me enfureció.
Me dolían sus palabras, me provocaba
una ansiedad terrible esa forma de reírse y su música. ¡Esa música
que parecía animar todo como si el demonio le hubiese dotado de una
perversidad, belleza y dolor irreales!
—¿Zorra? ¿Me has llamado
zorra?—pregunté mirándolo de soslayo—. ¿Te recuerdo que tú
vendías tu cuerpo a sus caprichos? Lo hacías por cama y
comida—solté con rabia.
—Te equivocas—dijo negando con el
índice de su mano derecha—. Era por vino, aunque admito que
tenerlo entre mis piernas me provocaba un goce maravilloso—se pasó
la punta de la lengua por sus carnosos labios, para luego echarse a
reír—. Era su puta por un poco de vino, unas migajas de amor y una
chispa de libertad. Escuchaba sus incesantes discursos, sus promesas
vacías y me quedaba dormido mientras se deleitaba con la forma de mi
cuerpo. Sin embargo, jamás tuve esperanza en ser amado del mismo
modo, no me creí ni una sola de sus mentiras y...
—Y le esperaste—dije tras darle
algo de ventaja para que cavara su propia tumba—. Creíste que
regresaría, que ninguna fulana podría quitarte tu puesto en su
cama, y ambicionaste todos sus detalles pensando que eran por amor...
¡Pero no! Eran para lavar su conciencia porque no pensaba volver a
tu lado. Nunca te quiso, Nicolas. Nunca. Ni siquiera en Auvernia.
Eras su pretexto para salir de ese pueblo, para saber qué había más
allá de las cordilleras nevadas y, por supuesto, para descargar su
esperma en tu trasero de puta de taberna—escupí todo mi veneno,
como si fuese una maldita serpiente, pero él sólo se echó a reír.
—Ya, ya... ¿a quién fue a
rescatar?—murmuró—. Al final me salí con la mía.
—Mentira—dije clavando mis ojos con
furia en los suyos—. Si lo hubieses hecho él te hubiese creado
primero a ti, te hubiese buscado con ansias, y jamás te hubiese
dejado atrás. Te odia, Nicolas. Te odia tanto como te odias a ti
mismo.
En ese momento dejó a un lado su
violín y se lanzó contra mí. Sentí sus manos apretando mi cuello,
pero yo me reía. Había enfurecido a ese demonio patético y yo
decidí cobrarme todos sus desprecios, mentiras e insultos. Comencé
a arañarlo, tirar de su cabello, patearlo y lograr que quedase bajo
mi dominio. Agarré con fuerza muñecas y sonreí con malicia.
—Cuidado con lo que dices,
Nicolas—dije notando que quería tirarme al suelo, para poder
golpearme—. Porque puede que pierdas lo único que te mantiene
cuerdo, pues su desprecio, su odio y asco, te han vuelto loco.
—¡Mentira!—gritó.
—Conozco esa mirada llena de decepción, maldita puta, y sé que es porque creíste sus mentiras y promesas, porque esperaste soñando con su regreso, y decidió dejarte a un lado—me incliné sin perder detalle de su rostro, disfrutando de su dolor, para luego susurrar muy cerca de su rostro la frase más terrible que jamás había pronunciado—. Yo he sido un juguete de un hombre muy similar a Lestat, por lo tanto sé que nunca llorará por ti, ni vendrá a buscarte y jamás, Nicolas, serás lo suficientemente bueno para arriesgar su vida por ti.
Fue terrible porque admitía que sabía en mis fueros internos, en mi terrible y sabio corazón, que Marius estaba vivo y que no había venido a buscarme porque yo no era importante.
Semanas más tarde, estando
desprevenido, lo reduje y le amputé las manos. Durante varios días
me paseé frente a su celda jugando con éstas, riéndome de su
desgracia y sintiéndome superior. Había dado su merecido a ese
maldito imbécil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario