Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 31 de marzo de 2016

Heridas y supervivencia

Pues al parecer Mael está vivo...

Lestat de Lioncourt


—Amigo, ¿necesita algo?—preguntó un tipo orondo de ojos bondadosos y sonrisa agradable, aunque con numerosos dientes torcidos y algo amarillos a causa del tabaquismo. La recepción era pequeña y completamente hecha de madera.

Por un momento recordé las viejas tabernas, las conversaciones bulliciosas alrededor de las mesas, las chicas echando vino y cerveza con jarras de latón mientras los hombres gritaban eufóricos. Todos parecían estar llenos de vida. Casi podía oler el aroma a humanidad, perversa e insatisfecha, llena de reglas no escritas y sentimientos de hombría desmedida. Era como si me hubiese trasladado al pasado, pero el dolor de las heridas y el sonido hueco de mis botas sobre la madera del suelo me trajeron al presente con un fuerte golpazo, como la puerta cerrándose a mis espaldas por un soplo de aire.

—No, sólo una habitación donde pueda descansar durante todo el día—dije dejando mi pesada maleta de cuero marrón en el suelo. Era pequeña, pero pesada. Dentro llevaba varios libros que yo mismo había escrito a mano, los cuales no eran otra cosa que diarios, y algunas viejas cintas de vídeo y fotografías que me recordaba a mi pequeña familia, la que tuve junto a otros inmortales que ya eran cenizas recogidas en la tierra.

—Parece que ha sufrido un accidente bastante importante—dijo después de mirarme a la cara como cualquier idiota de los que me había topado estos últimos años.

El sol había destruido mi piel dejándome quemaduras importantes. La nueva piel, ligeramente bronceada, había aparecido cubriendo parcialmente mis mejillas, frente y boca. Sin embargo, tenía profundas cicatrices que me hacían asemejarme a Prometeo aunque sin Victor Frankestein vigilando mis pasos.

—Sí, hace algunos años—respondí colocando mis manos enguatadas sobre el mostrador.

Tras él había un letrero donde se decía los precios. Por noche eran sólo quince dólares, un precio muy económico, pero al mes se subía un monto bastante considerable porque añadía servicios de lavandería, limpieza y comida.

—Lamento haber sido indiscreto, pero pocos son los forasteros que vienen por aquí—comentó sacando el libro de registro—. La gente normalmente sólo viene en sus retiros espirituales y de visita a los viejos del pueblo. Ya quedan pocos hombres jóvenes. ¿Se quedará algún tiempo?—preguntó.

—Depende.

—Tiene la habitación número 11—dijo dejando una llave dorada con un llavero algo pesado con el número 11 tallado. Me di cuenta que era de hierro y artesanal—. Es en la segunda planta al fondo—indicó señalando las escaleras de madera—. Es la última habitación y es la única que tiene unas buenas vistas. Verá bonitos amaneceres.

—No me gustan los amaneceres, pero posiblemente la aproveche por las noches cuando me dedique a escribir mis memorias—dije tomando la pluma que estaba a un lado atada con un simple cordel. Siempre me pareció estúpido que hicieran tanto drama por unos bolígrafos robados, pero también comprendía que era un gasto inútil que debían controlar.

—Escritor... normalmente también vienen escritores, ¿sabe?—dijo ayudándome a buscar la última hoja para que escribiera mi nombre y firmara.

Era extraño que aún llevaran el registro a mano, pero había locales que no necesitaban demasiada documentación. Yo prefería estos sitios donde podía ser quien yo quisiera sin tener que dar más explicaciones. Podía inventarme una vida frente a todos y desaparecer una buena noche en mi moto.

—Vaya... gracias por la información—dije clavando mis ojos azules en los suyos castaños.

—Pero viéndolo con esa ropa pensé que era uno de esos vándalos que van por ahí haciendo el loco con las motos... ¿cómo se llaman esas que usan los rudos barbudos de las películas de acción?

Era curioso que usara conmigo el término “vándalo” porque eran un pueblo germano que había luchado contra los romanos, igual que mi pueblo, y que tenía varias características comunes con mi cultura. Pero ellos lo usaban con tono despectivo hacia personas que no llevaban reglas sociales, que iban contra la ley y formaban grandes escándalos.

—Harleys—respondí clavando mis ojos en la lista de nombres y fechas. Justo ayer se había registrado una chica. Sólo éramos dos en estas fechas rondando el pueblo.

—Eso es... ¡Harleys! Vaya motos, ¿la suya lo es?—dijo intentando ver tras el cristal de la puerta. Estaba seguro que la había escuchado llegar, pero no se había atrevido a husmear.

—Lo es, pero soy prudente cuando conduzco—aseguré.

—Firme ahí—señaló luego me retiró el libro—. Deje, el nombre debo ponerlo yo. Luego no entiendo lo que hay escrito—giró el libro y me miró con una sonrisa cordial—. ¿Nombre?

—Leblanc, Mael Leblanc.

—¡Francés! Vaya, un francófono. No había notado su acento, ¿sabe?—dijo echándose a reír—. Vienen pocos europeos pero suelo captarlos al primer vistazo. Usted parece Made in América.

—Ascendencia francesa, pero nada más. Hace mucho que no visito mis raíces—intenté ser cortés aunque me dieron ganas de preguntarle si parecía Navajo, Siux o Azteca, pero preferí simplemente sonreír y guardar mi afilada lengua para mis memorias.

—Bien, si quiere nos vemos más tarde y jugamos una partida de cartas—estiró su mano para que yo la estrechara, cosa que hice, y luego la retiró—. El hostal está casi desierto y mi mujer cocina bien. Podríamos invitarlo a cenar si quiere, pero al final del pueblo puede encontrar un buen restaurante italiano.

—Tendré en cuenta su invitación. Muchas gracias.

Agarré mi maleta y empecé a subir la escalera mientras le escuchaba. Finalmente le respondí por cortesía, pues no quería tener relación alguna con la gente del pueblo. Yo sólo quería curar mis heridas unas cuantas noches, descansar unas horas escuchando el murmullo del bosque y dejar que mi bolígrafo narrara algo que todavía no había sido contado... el modo en el cual sobreviví al sol y me oculté de todos.


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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt