Una discusión que tuvieron Benjamín y Armand hace algunos años. Louis todavía vivía con ellos y Antoine no se había unido al grupo. La pobre Sybelle como siempre siendo banda sonora de la escena.
Lestat de Lioncourt
—¡Para ti o todo es blanco o todo es negro! ¡Hay
matices!—dijo elevando la voz.
La dulce criatura había ido cambiando hacia un adulto
rabioso que pasaba las horas siendo adulado por varios artistas taciturnos. Veía
a todos ellos como sanguijuelas tras la fortuna que derrochaba cada noche en su
propio restaurante, donde los invitaba a comer y beber hasta bien entrada la
madrugada, así como en regalos de distinto valor y subvenciones a sus ridículas
obras de teatro y cine independiente.
—¿Cuáles? Dime, Benji—respondí pausadamente dejando a un
lado el periódico.
Esa noche había decidido permanecer en casa con ellos
intentando disfrutar del calor de la familia. Louis estaba entado en su sillón
favorito escuchando la música que desbordaba el piano de Sybelle. Quería sentir
el calor del hogar, pero él había dispuesto que el fuego fuese su discusión
sobre esos malditos liantes.
—¡Ellos son mis amigos! ¡Sólo ves maldad en todos los corazones
menos en el tuyo!—Sus almendras se volvieron amargas y desafiantes, sobre todo
cuando terminó su siguiente frase—. ¡Y tú eres el peor de todos! Tienes rostro
de ángel, pero sólo eres un maldito demonio lleno de amargura y mentiras.
Guardé silencio esperando recuperarme del impacto de sus
palabras. Ella dejó de tocar de inmediato y Louis se incorporó atónito. Por mi
parte sólo le miré con una sonrisa dulce en los labios. No podía discutir con
él sobre ese tema. Aceptaba que no era una monjita de la caridad, pero tampoco
me tenía a mí como el centro de la maldad de este universo.
—Te he vestido, alimentado, acunado en las noches que tenías
pesadillas, besado tu frente tras despejar tus revueltos cabellos negros,
ofrecido libros para que saciaras tu deseo de conocimiento, permitido que
instalaras esa dichosa radio en uno de los despachos, ofrecido mi ayuda en todo
momento y dado mi amor sin esperar mucho a cambio. Sin embargo, para ti, soy el
mayor de los monstruos porque veo como despilfarras el dinero que has
amontonado gracias a tu talento, tu esfuerzo y dedicación, en unas alimañas que
sólo te reportan aplausos vacíos—bajé las mangas remangadas de mi sudadera
negra con el estampado de Iron Man y tomé mi vieja chaqueta de tela vaquera—.
Me marcho para sentir que le importo a alguien aunque sea unos segundos antes
de morir en mis manos—dije.
—Dybbuk…—susurró con aquel tono casi infantil. Sus ojos se
llenaron de lágrimas y su corazón parecía roto. Se quebró frente a mí como una
ramita seca al ser pisada por las botas de un excursionista.
—Dime, Benjamín—contesté—. ¿Ya estás feliz tras todo lo que
has vomitado sobre mí?—me acerqué a él con pasos calmos y el corazón
destrozado—. Siempre soñaré con verte alto y fuerte, quizá con una pequeña
perilla, diciéndome que has acabado la universidad y te vas a dedicar a
recorrer el mundo entero para luego escribir un par de libros. Pensé que serías
un hombre de provecho y lo has sido sin necesidad de ser humano. No has
necesitado crecer ni ir a la mejor universidad, pero sigues siendo tozudo y
crees que eres más listo que todos los aquí presentes—suspiré deteniéndome a
pocos centímetros de él—. No, Benji. Tal es tu afán de sentir respeto por los
adultos, por los que son realmente de tu edad y época, que caes en halagos
vacíos—le quité el sombrero y tomé su tierno rostro entre mis manos para verlo
directamente a los ojos—. Has crecido, yo lo sé, pero eso no implica que no te
equivoques.
Se apartó lloroso y corrió hacia su estudio de grabación. Yo
decidí irme a caminar. Necesitaba despejarme. Louis quiso acompañarme pero me
negué. Necesitaba estar solo y él también. Cuando regresé para dormir en mi
cómoda cama él ya estaba allí. Se había colocado uno de sus cálidos pijamas
para meterse bajo mis mantas. Yo ni siquiera me quité la ropa pues sólo me
deshice de las deportivas y la chaqueta.
Esa mañana de nuevo dormimos juntos como si fuéramos dos
hermanos que temen a las tormentas, pues ¿no fue una tormenta lo que había
ocurrido horas atrás? Una tormenta de palabras fuertes que no se sienten
realmente.
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