Yo diría que tiene miedo de Santino cierto maestro.
Lestat de Lioncourt
—No hemos vuelto a hablar con
profundidad tras la muerte de Santino—dijo apoyándose en el marco
de la puerta.
—¿Acaso importa?—susurré
deslizando el pincel por las hermosas flores del bodegón.
—A mí me importa—respondió.
Aparté el pelo de la brocha del lienzo
y lo introduje en un vaso con agua que estaba en el taburete. La
paleta la solté sobre una mesa adyacente. Me giré hacia él con
aires majestuosos mientras limpiaba mis manos con un trapo. Llevaba
una túnica borgoña y mi cabello se encontraba suelto. Yo era la
imagen del pasado. Él vestía como un chiquillo de esta época
porque los pantalones tejanos estaban desgastados, algo rotos, con
deportivas negras y una camiseta con el logotipo de Batman. Se había
cortado el pelo y su rostro parecía incluso más dulce.
—¿Por qué lo mataste?—dijo como
si se sintiese herido—. Lo mataste gratuitamente.
—¿Cómo? ¡Él me quemó la casa,
destruyó a mis pupilos, quiso destruirme y para colmo acosó a
Pandora! Además, a ti te torturó durante meses. ¿Ya lo has
olvidado? ¡Es increíble que me digas eso!—la ira se acumulaban
cada pedazo de mi ser. No podía ser. Él estaba defendiendo a
Santino.
—Nos salvó la vida. A mí me salvó
de las llamas porque todos deseaban exterminarnos a todos en aquella
playa, él no estaba obligado a salvar al hijo del monstruo que le
atacó cuando quiso saber la verdad, y a ti te sacó de entre
aquellas aguas gélidas. No me sueltes ese discurso victimista
perfectamente planeado. No—sus palabras eran tajantes y sinceras.
Realmente creía lo que decía.
—Estás tan desesperado e ido de la
cabeza que deseas ser amado incluso por el más grande de los
villanos—respondí.
—Él me amaba—contestó provocando
que alimentara aún más mi ira.
—¡Y qué!—grité.
—Ha regresado como fantasma—susurró
con una sonrisa maliciosa—. Ahora no puedes destruirlo. No podrás
ser un opresor a quien le interesa sólo las leyes cuando son en su
beneficio.
Admito que quedé impactado. Santino
había regresado de algún modo. Tuve miedo por unos segundos, pero
luego me entristecí. Recordé que él jamás haría daño a otro si
le importaba a Armand o Pandora. Apreté los puños mientras él se
marchaba dejándome allí sin saber qué decir.
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