La Voz de la Tribu esta noche será distinta.
Lestat de Lioncourt
Esa noche había prescindido de la
música. No había nadie al piano ni junto a él. La sala de
grabación de la radio estaba vacía exceptuando por su figura de
baja estatura. Se movía tranquilo entre los muebles, observaba desde
lejos los ventanales la ciudad llena de ruidosa actividad nocturna y
al desviar su rostro hacia el ordenador sintió un ligero escalofrío.
Esa noche iba a ser la más íntima. Hacía semanas que tomó su
decisión y debía cumplirla tal y como lo sentía.
Se colocó los auriculares dejando que
una vieja melodía le hiciese transportarse por unos segundos a su
adolescencia. Sus pies se movieron sobre las baldosas de mármol y
una sonrisa traviesa cruzó sus labios durante unos segundos. Después
se arrancó los auriculares, tomó asiento y se dispuso a hablar.
—Mi nombre es Benjamín Mahmoud, pero todos me
llaman Benji—murmuró con sus pequeños y delgados dedos sobre el
borde de la mesa—. ¿Cuánto llevo con la radio? No lo sé. Pero la
primera noche fue similar a esta. Me presenté ante todos vosotros
esperando tener alguna respuesta. Sólo se podía sintonizar en esta
ciudad y eso hacía que sólo unos pocos me escucharan—sonrió
recostándose en el sillón ejecutivo que solía usar y movió sus
piernas inquieto—. Me gusta ser un reportero. Amo decir lo que
pienso. Sin embargo lo que más me gusta es que otros me cuenten lo
que sienten—dijo apoyando sus manos sobre el brazo del asiento—.
Me han llegado cientos de preguntas sobre mis gustos musicales, las
películas que querría ver y aún no pude, mis gustos teatrales y
mis relaciones con otros vampiros. Contestaría a todo, pero creo que
no importa tanto como la historia que pienso contar. Quiero
desnudarme y no sólo decir algo superfluo.
Aquel joven vampiro tenía una mente
privilegiada. Cuando fue rescatado por Armand estuvo a punto de ir al
instituto para convertirse allí en una celebridad. Poseía una
inteligencia por encima de la media y una inquietud inmensa, casi
igual de inmensa que la de Lestat, por conocer y comprender. Quería
ver el mundo con sus propios ojos, experimentar cada sensación y
dejarse llevar. Pero todo cambiaría cuando Marius le dio la
oportunidad de ser un vampiro.
—Recuerdo cuando pregunté por el
origen de los vampiros. Armand me miró serio, me tomó por los
hombros y dijo que nacían gracias a los huevos negros—tras decir
eso se carcajeó—. Estaba harto de ver películas de vampiros y me
vino con esa tontería. Me sacó una sonrisa y provocó que
comprendiera que no deseaba decirme el origen. Ahora sé el motivo.
Tuvo grandes dificultades para convertir a Daniel y ese proyecto, por
llamarlo de alguna forma, estuvo a punto de destruirse—tomó aire,
lo dejó escapar e intentó calmarse. Quería parecer serio, pero era
imposible—. Es tan divertido llevar una radio, tener negocios, ser
un joven eterno y que nadie sospeche nada. Tengo el cuerpo de un
chico de trece años, aunque quizá aparento un par de años más
debido a mi estatura, pero todo el mundo cree que poseo cerca de
treinta. Me muevo por la ciudad con mis deportivos, entro y salgo de
clubs, tengo amigos mortales que creen que este programa es mera
actuación y me llaman el nuevo “Welles”.
Cuando entraba en los clubs estaban
todos pendientes de sus ocurrencias. Muchos preguntaban por los demás
actores pidiendo que se los presentaran. Una vez acudió a un lugar
con Sybelle y ella se puso furiosa cuando uno de ellos le dijo que
seguro que ni tocaba el piano, sólo era una voz bonita en la radio
haciéndose pasar por vampiro y por pianista. Se levantó ofendida,
dio un formidable bofetón al individuo y exigió a Benjamín que la
llevase a casa.
—Recuerdo cuando caminaba bajo luces
diáfanas por las calles de esta ciudad. Exploraba mis amargos
sentimientos horas de guerra con individuos llenos de adicciones y
sueños rotos. Pero el tiempo no se detiene aunque en mí quedó
convertido en ruina gracias a la gloria de La Sangre—explicó
mirando hacia el techo donde el fresco de aquellos hermosos
querubines le hizo sonreír—. Soy feliz, pero aún tengo el dolor
atravesado en el corazón. Mi padre no me quería. Me vendieron como
esclavo y tuve que aceptar los castigos. Fox era un desgraciado que
me usó como un maniquí, correo de droga y carterista—se incorporó
apoyándose en la mesa con aquellos ojos de aceituna brillando. Eran
dos aceitunas negras hermosas enmarcadas en un tono tostado de piel
encantador—. Amo a Armand. Él me salvó. Sin embargo detesto que
quiera guiar mis pasos de esa forma tan irrespetuosa...—susurró—.
Sé que lo hace por mi bien, pero los jóvenes debemos tomar nuestras
propias decisiones—apagó entonces la radio y se marchó.
Había desnudado parte de su alma sólo
con las últimas frases. Era cierto que amaba a aquel querubín
maldito, a ese muchacho de ojos tristes y carnosos labios, pero no
podía fingir la rabia que sentía cuando intentaba retenerlo como si
fuera un niño pequeño. El problema era que deseaba ser amado como un hombre cuando intentaba seducirlo con sus palabras cultas, sus pequeños regalos y los guiños que ocasionalmente le ofrecía. Era triste.
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