Comprendo ambas partes, pero a quien más es a Daniel. Ahora me doy cuenta de muchas cosas que en otro momento no fui capaz. Armand me ha demostrado no estar tan equivocado en ciertos asuntos.
Lestat de Lioncourt
—¿En qué estás pensando,
chico?—preguntó quedándose a mi lado.
—¿A ti qué te importa?—respondí
con una actitud impropia en mí. Estoy seguro que sólo actué de ese
modo porque era él. Odiaba pensar que otros hombres eran más
importantes en su vida que yo. No por nada él era su única
creación, la única concesión que hizo como tributo a la eternidad,
y aún lo reclamaba como suyo cuando nadie lo veía. Armand podía
decir que Daniel ya no era importante, escribirlo mil veces en el
muro de las lamentaciones, pero la verdad era bien distinta y no
disimulaba cuando creía que otros no le estaban observando—. Vete
donde tengas que estar.
—Mi sitio es este—dijo sacando las
manos de los bolsillos.
—Eres un imbécil, ¿qué vio en
ti?—mis palabras eran hirientes, pero a él no le afectaban.
Era un muchacho larguirucho de
aproximadamente treinta años, el pelo rubio pajizo revuelto y corto,
sus ojos sí eran extraordinarios porque tenían tonalidades violetas
pero su rostro era de facciones algo comunes. Podría decirse que
Daniel Molloy era el típico chico americano buscando el sueño que
muchos tienen: fama.
—Quizá vio que no ataco a quienes no
conozco—susurró inclinándose suavemente hacia mí, para luego
quitarme el sombrero y revolver aún más mi cabello ondulado—.
Provocas ternura cuando te ven venir, pero por dentro estás tan
amargado...
—¡Cállate!—grité.
—Pero sólo estás así cuando
alguien se acerca a él, ¿no es cierto?—preguntó mientras le
arrebataba mi hermoso sombrero. Temía que lo ensuciara o dañara
sólo por hacerme rabiar.
—No es cierto—carraspeé porque
sentí como mi corazón se encogía y no podía respirar. Había dado
en el clavo.
—Mientes tan mal como él—dijo
apoyando su mano izquierda en mi hombro y luego se echó a reír—.
Armand es importante para mí porque me creó, porque le amé y
porque le sigo teniendo cierto aprecio. Pero no somos compatibles. Se
ha notado a la lo largo de los años que es imposible que él y yo
podamos formar algo especial—comentó mientras giraba lentamente mi
rostro hacia su imponente figura teniendo en cuenta mi estatura.
—¿Y yo qué soy? ¿Un sustituto?
¿Sabes cómo me siento? ¿Has visto Inteligencia Artificial? Ese
robot niño que nunca crecerá y es activado para suplir a otro, el
cual creen que va a morir, pero después termina siendo un objeto más
de la casa y es abandonado. Nuestra relación ya estaba tirante
porque aún es un maldito idiota que no ve más allá de sus
miedos... Pero has llegado tú y ya no existo... —me dolía decir
aquello. Era como si me clavaran cien mil dagas ardientes en el
pecho.
—Eres joven e inquieto. Él era como
tú, según Marius, pero el mundo lo destruyó tantas veces que ya no
recuerda nada de esa revolución, de ese deseo... de esa verdad—se
apartó de mí para salir de la sala, pero se giró antes de cruzar
el umbral de la puerta—. Algún día comprenderás bien a Armand,
pero ese día ya no estarás a su lado. Habrá otro chico como tú
que rabie porque te acercas demasiado, ¿o tal vez ese el problema?
Un chico ya se acercó con un violín y una encantadora sonrisa, ¿no
es así?
Odié que tuviese razón. Esas palabras
se clavaron en mi pecho y me puse a llorar. Dios, lloré tanto...
Estaba comprendiendo a Armand, pero a la vez le estaba perdiendo.
Quizás esa era la verdadera maldición del amor. No lo sé. Sólo sé
que esta conversación tiene más de un mes y aún la repito en mi
mente intentando comprender como atajar el problema.
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